¿De qué te vas a disfrazar? De sociedad de consumo

¿De qué te vas a disfrazar? De sociedad de consumo
Fecha de publicación: 
6 Diciembre 2018
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Siempre me gustaron las fiestas de disfraces. De niña fui gitana, hawaiana, dama antigua, enfermera, bailarina... El top en la familia lo tuvo un disfraz de policía que mi mamá le cosió a mi hermano, quedó exacto. Vamos, tengo que reconocer que crecí en una familia que nos seguía la corriente y, además, tenía habilidades manuales de las que todavía se aprovechan mis hijos.

Era una fiesta de papeles de colores, ropas viejas modificadas; era la fiesta antes de la fiesta: los chiquillos abejeando alrededor y las madres-tías cosiendo por aquí, pegando por allá. Ahora, ¡qué panorama tan distinto! Si te invitan a una fiesta de disfraces, es como inocularte un fuerte dolor de cabeza, porque supuestamente los niños quieren vestirse de Frozen o Spiderman; al vecinito le trajeron de Miami hasta el calzoncillo de Mickey Mouse, y a la otra se los alquilaron en una casa de fiestas.

Que sí, que existen ya en Cuba, se promocionan en Internet con disfraces “originales” de todos los tipos, para todas las edades. Y yo pregunto: ¿qué es un disfraz original y quién lo pide realmente? Para mi amiga Liliet “no hay nada más original que ser creativo y, a la vez, enseñarle a tu hijo esa parte en la que tiene que usar la imaginación”. ¿Piensan así todas las madres? Les pregunté la preferencia a algunas de mis colegas de maternidad.

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Rouslyn asegura que “por cuestiones económicas, nunca he sido de alquilar trajes o disfraces, tampoco tengo idea de a dónde tendría que recurrir para alquilar un disfraz. A mi hijo no le ha tocado disfrazarse mucho, si acaso lo ha tenido que hacer en alguna que otra actividad del círculo infantil o la escuela, y hasta ahora siempre hemos resuelto con ropa que tenemos en casa, pero yo no tengo habilidades como costurera, así que reconozco que me pone en un aprieto”.

Ella recuerda: “Por lo general, en mi infancia, las veces que nos disfrazábamos en actividades escolares lo hacíamos con lo que teníamos en casa, usando la creatividad. Claro, eran otros tiempos; creo que la varilla en ese sentido hoy está más alta y la gente es más exigente con la calidad de los disfraces”.

¿La calidad? ¿Se entiende por calidad que sean de fábrica, estándares o lo más cercanos posible al personaje original? Pienso que a eso se refiere Rouslyn, pero otras, como Danay, afirman que: “En estos tiempos, para llevar al niño bien disfrazado tienes que ponerle cosas de muñequitos de los que ellos ven, trajes modernos... Las niñas ya no pueden vestirse de hadas como hacíamos nosotras, con cualquier bata y una varita de cartón forrado. Ahora vas y le alquilas un disfraz de hada de verdad con todo lo que sale en las películas o le compras varitas que alumbran; todo el mundo lo hace y el hijo de uno no va a ser menos”.

altPues mi hijo y yo debemos estar locos. Mírenlo aquí, vestido de Elpidio Valdés, orgulloso junto a los lindos y coloridos muñes de Disney, con la caracterización de la que él se antojó y por la que puso a correr a toda la familia. Claro, hay un detalle: a mi niño le encantan los dibujos manga y también los súper héroes, pero recibe más o menos la misma dosis del caricaturesco y épico súper héroe cubano.

Lilian parece que está de acuerdo con Javi y conmigo en cuanto a que la originalidad y la calidad no se compran: “Bueno, trataría de hacérselo yo. Lo vestiría de mambí. Estoy segura de que sería el único mambí de la fiesta entre tantos Spiderman, Batman y demás”.

Otras madres son muy prácticas. Con una lógica elemental, Marlan simplifica la cosa: “Si no tengo tiempo y sí tengo dinero, lo alquilo; si no, lo invento, que debe ser mejor”. Yuri también tiene sus motivos bien planteados: “Yo se lo alquilo por dos razones: la primera, que aquí se carece de los recursos para conformarlo, y la otra, que no tengo mucha iniciativa”.

Algunas, como Adita, pueden ser especialmente definitivas en su criterio: “Se lo invento yo misma, primero que todo por desarrollar entre las dos la creatividad y poder escuchar sus propuestas, sería una actividad más que desarrollaríamos juntas y contribuiría a fortalecer eso lindo que quiero sembrar en ella de complicidad madre e hija.

“Y lo otro, amiga, es que para los alquilados la economía no da, y las personas que se dedican a este tipo de negocio se aprovechan y los precios por las nubes y, como si fuera poco, en CUC; por lo tanto, me quedo con lo primero y logro unir las dos cosas, el disfrute con mi nena y el ahorro económico”.

Y realmente yo tampoco pretendo llevar al paredón al negocio de los disfraces alquilados o la ilusión de los parientes que viven en el extranjero de consentir a sus niños, más bien me preocupa que la cosa va pasando de “gusto” o “posibilidad” a la categoría de necesidad.

No me preocupa si las niñas se disfrazan de Piedad con su querida muñequita negra o de la Cenicienta, me preocupa si les enseñamos a ser buenas, si les mostramos lo que es esencial o las y los dejamos en la superficialidad sobre la que alertaba El Principito: “Los hombres no tienen tiempo de conocer nada, compran las cosas hechas en los mercados…”

No me preocupa de qué se disfrazan concretamente nuestros niños y niñas, me alarma de qué nos disfrazamos como sociedad, me consterna el peligro de confundirnos en el juego y perder el rumbo.

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