Los enviados de “Ala” en tierra pakistaní

Los enviados de “Ala” en tierra pakistaní
Fecha de publicación: 
1 Diciembre 2018
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Muchos pakistaníes encontraron la respuesta al terremoto ocurrido en esa nación centroasiática el 8 de octubre del 2005 en la religión musulmana. “Había sido un castigo”, decían, y en esa propia fe también encontraron la solución a tan difícil escenario, cuando “bautizaron” a los médicos cubanos como “los enviados de Alá”, el Dios supremo.

Ya había sido constituido el destacamento Henry Reeve y ante tamaño desastre en pocos días salió el primer grupo —entre ellos un equipo de prensa— que llegó a sumar alrededor de tres mil cooperantes de la salud.

Pakistán dejó entonces de ser para los cubanos una tierra desconocida, de pastores y ovejas, de sublimes montañas y paisajes impresionantes. Fue por siete meses el hogar de miles de compatriotas que de manera voluntaria laboraron en condiciones complejas, donde las bajas temperaturas fueron siempre una amenaza.

Luego del arribo, y un breve tiempo en Islamabad (la capital), el destino de todos los cooperantes fue la provincia de North West Frontier y la zona de la Cachemira pakistaní donde se asentaron los más de 30 Hospitales Cubanos Integrales de Campaña (HCIC).

Largas caminatas, ríos, fríos intensos, nieve, deslaves, carreteras semidestruidas, fue el escenario que debió enfrentar el personal de salud en esa tierra lejana, que después de unos meses se transformó en algo muy cálido por las muestras de cariño y amor. Y ahora son recuerdos imborrables.

Allí la desgracia fue cruel, intensa. Las autoridades registraron cerca de 80 mil muertos, alrededor de 70 mil heridos, más de dos millones de niños afectados, tres millones de personas sin vivienda.

Realmente era un panorama muy triste.  Y en medio de tamaña tragedia llegaron nuestros médicos, enfermeras, fisiatras, farmacéuticos y electromédicos, con esa fuerza y principios morales que les permiten adaptarse a las más crudas circunstancias para cumplir la tarea encomendada.

Fueron muchos los sentimientos —esos que te aprietan el corazón para no soltar una lágrima y sobreviven al paso del tiempo— como la del niño Adil Jalani, quien se cayó en un pozo mientras sacaba agua, por lo que se le afectó su columna dorsal, y ello le trajo  disimiles consecuencias.

Adil se convirtió en una obsesión para el doctor Sergio Borrego, especialista en Anestesia, quien hizo todo lo posible por devolverle al pequeño un halo de felicidad.

O la de Farat Bibi, una muchacha amputada de una pierna, quien tuvo la posibilidad de venir a Cuba para que se le colocara una prótesis. A su regreso a un campo de refugiados en Bassian, donde vivía con algunos de sus familiares, escribí en un reportaje: 

“En la tienda de campaña, la madre la esperaba ansiosa, y aunque ese primer choque no resultó todo lo expresivo que se esperaba, unos instantes después las lágrimas afloraron en medio de aquella pobreza descomunal, donde apenas había espacio para un colchón tirado en el piso, y una pequeña silla ubicada a un lateral.

“Farat no habló. Su bella sonrisa desapareció lentamente, y con nuestra partida se apagaron las ilusiones del viaje más largo y feliz que había hecho en su vida, ahora por un asunto médico y complejo. La despedida fue triste y su madre besó nuestras manos y nuestros ojos. No sabía cómo agradecer lo que Cuba había hecho por su hija”.

Los jóvenes cubanos en las montañas de la Cachemira escribieron también sus propias historias, como la de los médicos pinareños  Yanuel Gallardo y Yaima Rizo, quienes desafiando el clima y las adversidades del terreno realizaron una gran caminata por una montaña llamada Síngola para atender a una embarazada que hacía días tenía sangramiento.

ALINA 20

A la izquierda, con las batas blancas, Yanuel Gallardo y Yaima Rizo, y su lado esta

reportera. Abajo, rodeado de niños el fotógrafo Roberto Suárez. En la montaña 

Síngola, en un apartado paraje de la geografía pakistaní. 

“El trayecto de ida duró más de una hora, y los pocos pobladores que se tropezaron los miraron con asombro. Nunca un médico había hecho tal proeza”, fueron parte de la reseña periodística en esa oportunidad.

Ahora serian interminables las anécdotas, las vicisitudes que el personal de salud afrontó en esa misión, en aquel país lejano, con costumbres tan disimiles a las nuestras.

De ahí que me resulten tan indignantes las ofensas que hoy desde Brasil dice Jair Bolsonaro sobre los médicos cubanos, en su gran mayoría probados en las más difíciles circunstancias, inteligentes, constantes, valientes, profesionales de los mejores, que cuando otros no se atreven a caminar montañas cercanas a las nubes, atravesar ríos dormidos por la nieve; pernoctar en tiendas de campaña mientras el crudo invierno hace de las suyas, están ahí dando aliento a los pobres y necesitados; cariño a las mujeres y a los niños, dejando una huella inolvidable en tierras lejanas, por muy distantes que sean. 

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