ESTRENO DE TEATRO: Maneras de evocar la fe

ESTRENO DE TEATRO: Maneras de evocar la fe
Fecha de publicación: 
3 Octubre 2018
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Asistir a la función de Desagüe, en su segunda temporada en Argos Teatro, revela un nuevo nombre dentro de la saga de mujeres que habitan el teatro cubano. Yuli es una joven de 21 años que vive en la periferia de la ciudad y queda embarazada el 17 de diciembre de 2015, cuando se restablecen las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Dirigida por Yailín Coppola, también como ejercicio de graduación de la Maestría en Dirección Escénica de la Facultad de Arte Teatral del ISA, la obra parte del texto Callejón Desagüe, de la autora Laura Liz Gil, que mereciera el Premio Abelardo Estorino para jóvenes dramaturgos en su segunda edición. El argumento recrea dos años de la vida de la protagonista y del país, que terminan justo el 25 de noviembre de 2017, día de la muerte de Fidel Castro.

El primer reto de un texto como este resulta su enclave a circunstancias tan específicas como son estos dos años de la nación, sobre todo por tratarse de un corto lapso de tiempo en el transcurrir de una historia y un entorno compartido que intenta ilustrarse en detalle. Para un espectador ajeno a los complejos modos de vida del cubano, a sus conflictos políticos, a sus carencias económicas y dolencias más profundas, resulta eficaz encontrar una serie de referencias nacionales archiconocidas, como pueden ser la diáspora constante de muchos habitantes del país, los bajos salarios, el deterioro de la ciudad o el acontecer noticioso de los medios masivos, muchas veces desconectados de la realidad más oculta de las calles de La Habana. Estos recursos, empleados para recrear en la obra un ambiente cubano, sospecho que constituyen marcas evidentes de las circunstancias en las que se escribió el texto, producido como parte del Programa Internacional para Jóvenes Autores del Royal Court Theatre de Londres, presentado además en lecturas dramatizadas en dicha institución bajo la dirección de Sam Prichard en noviembre de 2016 y dentro del programa New and Now organizado por el Royal en el marco de la jornadas Spirit of 47 en el 70 Festival Internacional de Teatro de Edimburgo bajo la dirección de Jonh Tiffany. Por eso, sacudir de su cuerpo aquello que pudo ser información esencial para un lector o espectador extranjero y volverlo atractivo al público cubano que asiste a la recreación de su propio imaginario colectivo, resulta imprescindible y sigue siendo el gran desafío de Desagüe.

 
Miro a Yuli y pienso en nombres como Lila, María Antonia, Camila, Luz Marina, sustantivos propios que han sustentado en sus espaldas el peso de una realidad que muchas veces las oprime, pero a su vez las convierte en heroínas de lo cotidiano y las eleva a una condición poética, teatral. Encuentro en ellas referentes evidentes de un personaje como Yuli, aunque falte en esta última, la fuerza dramática que podría contener su enfrentamiento a conflictos generados por otros temas contenidos también en la obra como las rupturas familiares a causa del éxodo, el envejecimiento poblacional, la maternidad, y la falta de fe, esbozados en la obra, pero diluidos sobre todo hacia el final de la historia, en el manejo costumbrista de un lenguaje por momentos ilustrativo.

Aun así, la puesta en escena evidencia los verdaderos hallazgos del texto, contenidos en los espacios de silencio; en la relación ambigua entre Yuli y Zenaidita, dos mujeres que se socorren la una a la otra, a pesar de su rivalidad en el amor y sus marcadas diferencias de carácter, como en un Arca de Noé que las mantiene en una tabla de salvación; o en el trabajo con un tiempo ralentizado como recurso para crear la sensación de inmovilidad, de estancamiento y expectativa perenne en la vida de los personajes, incluso en muchas de nuestras propias vidas. Sobre la idea de la espera como esencia del universo que presenta la autora, Yailin Coppola erige su espectáculo y para ello, dota a los personajes de una cadena de acciones que acentúa elementos de lo cotidiano, repeticiones y ademanes que guían el trabajo de los actores hacia la construcción de lo que podría llamarse un comportamiento de la inacción, aun cuando parecen acrecentarse los conflictos de los protagonistas.

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El montaje de Yailín Coppola aprovecha la multiplicidad de diálogos que propone el texto para recrear el hacinamiento en el que habitan estos seres y si bien al inicio de las funciones se sentía la fragmentación en la entrada de cada parlamento, poco a poco la labor de los actores ha ido ganando en fluidez y desenfado, para presentarnos el bullicio cotidiano que caracteriza a muchos de nuestros barrios. La yuxtaposición de largos silencios alude a las zonas enmudecidas que permanecen aún en nuestro acontecer habitual, aunque pierden cierto valor por el carácter narrativo del discurso en relación con el accionar de los personajes en la puesta, sobre todo, por contarnos sucesos ya vividos por el público que reducen su significación en el marco del 2018. Podría hablarse en ese sentido también de otros recursos como las noticias de Radio Reloj que reiteran la ubicación temporal de la historia, o el discurso del Papa Francisco en su visita a la isla, cuyas lecturas no producen el mismo impacto que entonces y llegan al público apenas como un eco desde el diseño sonoro. Sin embargo, mantener este principio en la dramaturgia temporal, casi retórico con respecto a la historia contada, propicia una puesta todavía más inerte para el espectador, como si intentase provocarnos, inducirnos a romper con tal desidia que, se quiera o no, resulta hoy uno de los principales rasgos de nuestra sociedad.

En esa dirección el plano temporal es complementado por la espacialidad, que se muestra comprimida, con un techo que amenaza aplastar a los personajes de la obra y que deja ver un hueco a través del cual acaso algún dios pudiera guiar los hilos de la historia y desde allí, castigar la hybris de una mujer que se desafía incluso a sí misma por aferrarse a un cambio que no llega nunca. El diseño de escenografía a cargo de Omar Batista acentúa la sensación de inercia en la que vive Yuli. El juego con elementos arquitectónicos reforzados por el trabajo de iluminación de Jesús Darío Acosta, permite la movilidad de un espacio que es simultáneamente cuarto, pasillo y callejón, pero que a su vez guarda rigidez; que por momentos parece estrecharse y asfixiar a su víctima, metáfora de la condición insular por donde viajan los desagües de esta obra.

Desagüe está erigida desde el dominio del oficio de una actriz que centra su atención en la construcción de personajes, trazada en un delicado tejido de sentidos. Por eso se empieza a constatar la evolución de los intérpretes, que en esta nueva temporada llegan a una mejor complicidad, aunque mayor tiempo sobre la escena permitiría madurez y seguridad en el enfrentamiento de sus roles, sobre todo para Mariana Valdés, quien como la protagonista, asume el gran reto de mantenerse todo el tiempo frente al espectador.

Bajo el techo caído de Yuli, otras dos mujeres asoman su teatro. En ese acto sucede un nuevo gesto de fe, el camino que comienza a abrirse la autora, también con otros textos como Subasta, merecedor de la mención de teatro del Premio Casa de las Américas o el reconocimiento de la directora como hija de Argos y Carlos Celdrán, a quien quedaría solo comenzar el despegue hacia una poética más personal, siempre con la sabiduría heredada de su maestro.

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