¡Ay, Tonya!

¡Ay, Tonya!
Fecha de publicación: 
21 Febrero 2018
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Por eso creo que cada vida merece su propia adaptación cinematográfica. Quizás lo mismo pensó Craig Gillespie cuando se decidió a hacer “I, Tonya”, una película a manera de falso documental que recrea la vida de quien fue la mujer más odiada de Estados Unidos.

Al filme no le ha ido mal desde su estreno en el 2017. Además de loas por parte de los críticos, ha recibido tres nominaciones a los Oscar de este año: Mejor Actriz (Margot Robbie), Mejor Actriz de Reparto (Allison Janney) y Mejor Montaje. De todo esto solo merecen mención las actuaciones femeninas, muy especialmente, la de Robbie.

Todo actor que realmente crea que lo es, tiene en Hollywood como peor enemigo su propia belleza. “Es más fácil hacer lindo a un feo que feo a un lindo”, me dijo alguien una vez, y tenía razón. La lógica de esta industria es la galantería romántica, el jugar con los deseos más ardientes y las fantasías de cama más que el hacer buen arte. Fue fácil para los magnates del cine hacer de un hombre con cara de pocos amigos y cierta deformidad en la boca, como fue Humprey Bogart, un sex symbol. El camino en reversa es cosa compleja y tienen que costeárselo los mismos actores.

Margot Robbie parece haber emprendido con esta película la misma ruta que tomó su colega DiCaprio hace unos años; la de pensar más allá de las fotos en la alfombra roja para revistas de moda y ser un actor comprometido con su profesión. Robbie ha sacado un cálculo muy obvio y es que rubias lindas aparecen todos los días, pero buenas actrices no. En “I, Tonya”, esperemos que así sea, dio grandes primeros pasos en su lucha por la superación, algo digno de destacar en una carrera tan incipiente como la suya. Escogió al personaje correcto para lanzarse, uno horrendo y simple que es, a su vez, bello y extraordinario: Tonya Harding.

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Tonya Maxene Harding nació en el primer mes del invierno de 1970 y desde ese día, como por cosas del destino, el hielo fue su primer amor. Patinó casi antes de caminar y con solo 12 años ya era capaz de hacer un triple salto lutz, el segundo de más complejidad en el patinaje artístico. Desde ese momento su meta fue el triple axel, el más difícil, ese que no se atrevían a hacer ni los campeones.

Fuera de las pistas de hielo Tonya era apasionada a las carreras de coches, la mecánica de autos y la cacería. Rompía esquemas y burlaba estereotipos casi sin saberlo. Siempre lo hizo, aunque nunca tuvo la oportunidad de demostrar que los esquemas son para romperlos y los estereotipos para ser burlados. La relación con su madre, LaVona Golden, aunque digna es de mencionar, sería imposible hacerlo con total apego a la verdad. Tonya siempre la acusó de ser una violenta sin sentido y LaVona siempre lo negó.

A los 16, Tonya quedó 6ta en el Campeonato Nacional, 5ta en las siguientes dos ediciones y tercera en 1989, año en que la japonesa Midori Ito hiciera el primer triple axel de una mujer en competiciones internacionales. En 1991 sería su turno. Lo consiguió con éxito en el Campeonato Nacional y así lo repitió en el Campeonato Mundial. Sin embargo, pese a haber logrado lo que ninguna norteamericana había logrado hasta entonces y ser la segunda del mundo en conseguirlo, quedó subcampeona en el Campeonato Mundial. La cima de su carrera llegó tan alto como aquel triple axel. A partir de ahí el talento fue en caída. Igual sus aterrizajes.

Hasta entonces Tonya era un persona común, excepto para los jueces de patinaje artístico, quienes se negaban a creer que una asmática de apenas 1.55m de estatura, fumadora, que había abandonado los estudios y soltaba palabrotas, podía ser una campeona. Tonya prefería el rock en sus coreografías antes que música clásica, descuidaba sus peinados y la ropa, a veces cosida por ella misma, solía ser de colores y formas extravagantes. Por más que sus destrezas técnicas la señalaran como la mejor, el no comportarse como la princesa que se esperaba de ella le restaba décimas en la puntuación.

Otro día de invierno, pero de 1994, su vida cambió. Nancy Kerrigan, la competencia más fuerte de Tonya para los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, había sido golpeada a unos centímetros de la rodilla por un desconocido que se dio a la fuga. Los medios encontraron aquí una buena historia, y en poco tiempo las portadas de Times y Newsweek mostraban el rostro de Nancy envuelto en lágrimas con un enorme letrero al lado que decía “¿Why me?”.

La policía hizo lo suyo y en poco tiempo descubrió que el perpetrador fue contratado por Jeff Gillooly y Shawn Eckhardt, el exmarido de Tonya y su supuesto guardaespaldas, respectivamente. Ambos acusaron a la patinadora de estar envuelta en el complot contra Nancy y la prensa se encargó de juzgarla. Su nivel de implicación todavía se discute. Eran aquellos tiempos dorados para el escándalo en el mundo del deporte. Ocho meses antes, la tenista Monica Seles había sido apuñaleada en la espalda por un fanático de su rival Steffi Graf, y unos meses después comenzaría el controversial juicio por doble homicidio a la estrella de la NFL, O. J. Simpson.

La lesión solo le impidió a Nancy participar en el Campeonato Nacional, por lo que ambas se verían las caras en los Juegos de Invierno en Lillehammer, Noruega. Todavía ese sigue siendo uno de los eventos deportivos más vistos en la historia de la televisión norteamericana. Nancy terminó en 2do lugar y tras su ejecución le lanzaron rosas. Tonya quedó 8va y en pleno patinaje tuvo problemas con los cordones de los zapatos. Entonces echó a llorar, y para cuando terminó, solo recibió abucheos.

“Ella era una princesa y yo un montón de mierda”, dijo tiempo después. Tonya fue convertida en la mujer más odiada de Norteamérica. Nancy fue convertida en un ícono de inocencia con el que Disney ya coqueteaba para transformar, con unos cuantos millones de por medio, en una de sus princesas. Parecía que Tonya en persona había golpeado a Nancy, y entonces llegaron falsas historias donde las dos patinadoras eran archienemigas de años. La justicia le impuso a Tonya una sanción mayor que la de otros de los implicados. Quizás la más dura fue alejarla por siempre del patinaje artístico.

Pasó el tiempo y todos la olvidaron. Para sobrevivir incursionó brevemente en el boxeo, donde le magullaban la cara a cambio de pocos dólares. Hizo hasta lo imposible para que volvieran a saber de ella, incluyendo el divulgar un video pornográfico suyo. Nada dio resultado. La fama, aunque mala, es dulce y siempre convida a volver a ella.

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Puede Margot Robbie llevarse de esta historia algo más que una estatuilla. Pueden algunos acusar a “I, Tonya” de estar parcializada y vender víctimas, y puede Tonya Harding estar complacida con esta versión de los hechos. Nosotros, los espectadores, nos llevamos simplemente la grata experiencia que es ver un buen filme, lo cual es bastante.

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