¿Jóvenes para siempre? (+ Infografías)

¿Jóvenes para siempre? (+ Infografías)
Fecha de publicación: 
12 Febrero 2018
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Quizás la inmortalidad anda por asomar a la vuelta de la esquina.

De acuerdo a como van las cosas, quizás haya que esperar solo un poco para no solo beber, sino zambullirse y nadar mariposa en la tan buscada Fuente de la eterna juventud.

Al menos, eso es lo que parece indicar el avance de las ciencias en los terrenos de la biología molecular y la genética.

Desacelerar el envejecimiento e incluso revertirlo parece que ya no va a ser cosa solo de la literatura. Ni los clásicos personajes de Fausto o Dorian Gray hubieran pasado tanto trabajo, de haber conocido sobre los telómeros y la telomerasa.

Pero fue en 2009 cuando el asunto salió a la luz, a raíz de que el premio Nobel de Medicina les fuera conferido a los científicos estadounidenses Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak, por su trabajo sobre el envejecimiento de las células y el cáncer.

Cuando el sueco Instituto Karolinska anunció el premio, indicó que los investigadores «habían solucionado un gran problema en la biología».

Y la tal solución se ubicaba en una brevísima porción de los cromosomas conocida como telómero. Más exactamente, está en la telomerasa, una enzima que puede prolongarle la vida a los cromosomas al alargar sus extremos: los telómeros.

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Marcados en verde, los telómeros.

Alguien, para hacer más gráfica la explicación, comparó a los telómeros con los plastiquitos que rematan el cordón del zapato.

Los investigadores merecedores del Nobel encontraron que los telómeros y la telomerasa juegan un rol esencial en la división y el envejecimiento de las células, y en su evolución hacia el cáncer.

Sucede que el tamaño de los telómeros está relacionado con la salud y longevidad. Los telómeros cortos se asocian al envejecimiento prematuro y a una mayor incidencia de cáncer, diabetes tipo 2, débil sistema inmune, niveles elevados de colesterol en sangre, enfermedades cardiovasculares, hipertensión, baja densidad ósea, demencia y también infertilidad.

Cada vez que se produce una división celular, los telómeros, la parte más externa del cromosoma, crean un anillo protector. Este cada vez se va haciendo más corto, a medida que la célula se va dividiendo, dando lugar a cada célula hija con una dotación completa de cromosomas (mitosis).

Cuando ese acortamiento alcanza un límite crítico, conocido como Límite de Hayflirck, los telómeros son ya tan chiquitos, que los cromosomas pueden volverse inestables y acontecer daños en el ADN, lo cual equivale a enfermedades y a envejecimiento.

Es en ese punto cuando la telomerasa podría entrar a desempeñar su papel alargando los telómeros. Pero tal función aparece «desactivada» al nacer el individuo, de ahí que todos estemos inevitablemente obligados a envejecer y también a morir.

Mas el hallazgo de las potencialidades de la telomerasa como portadora de vida adicional a las células supuso una nueva puerta para terapias antienvejecimieto, y también para otras tan valiosas como las destinadas a combatir el cáncer.

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Entrevistada por AARP Bulletin, la bioquímica Elizabeth Blackburn, una de los tres investigadores ganadores del Nobel, comentó que, entre las alternativas para reducir la erosión de las células, las personas pueden recurrir al ejercicio, involucrarse en actividades que realmente les motiven y tratar de eliminar el temible estrés crónico a largo plazo. «Sabíamos que cuando el estrés se recrudecía, los telómeros empeoraban.

«Todo se trata de la calidad de vida. Solía pensar que el envejecimiento era una marcha inevitable hacia el sufrimiento de enfermedades debilitantes, pero no tiene que ser así», agregó.

Una arista interesante de los telómeros es que estos parecen ser parte de la conexión cuerpo-mente. De ahí que el envejecimiento celular, y también el crecimiento tumoral, se comporten de diferente manera en dos personas nacidas en el mismo año.

La ya mencionada doctora Blackburn se dio a escribir, junto a la profesora de psiquiatría Elissa Epel, el libro La solución de los telómeros, donde despliegan la tesis de que los telómeros son un ejemplo de cómo nuestros cuerpos y nuestra salud celular están influidos, al mismo tiempo, por la herencia genética y las experiencias que vivimos.

Interrogadas en septiembre último sobre dicho volumen, aseguraron que «Hay aspectos del ambiente físico y social que dañan los telómeros, como ciertos productos químicos (pesticidas, tintes para el cabello, plásticos, etc.) o la calidad de nuestras relaciones».

En la misma entrevista, referían que «No hay duda de que el ejercicio es bueno para los telómeros, siempre y cuando no lleguemos al sobreentrenamiento. Las personas que practican deportes extremos y no dan tiempo a su organismo a recuperarse tienden a desarrollar agotamiento, problemas inmunológicos, y sus músculos acaban desarrollando telómeros más cortos. (...) Las actividades aeróbicas, es decir, aquellas que sirven para aumentar nuestra frecuencia cardiaca, son cruciales. Caminar, correr o efectuar entrenamientos por intervalos parecen aumentar la enzima telomerasa».

En cuanto a la alimentación, indicaban que «No deberíamos comenzar dietas, ya que tienen un punto y final. Lo más inteligente es elegir unos hábitos que podamos cumplir».

Probando en carne propia

Si fuera posible garantizar un aporte constante de telomerasa para impedir «malas lecturas» en la división celular, otro gallo cantaría en el envejecimiento humano.

Tal terapia con telomerasa ha sido probada por otra investigadora, la española María Blasco, la cual ha experimentado con ratones, a los que logró alargar la vida en un 30%. «Pero no sabemos cómo afectará a los humanos», aclaró la investigadora.

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Ya fue testada exitosamente en ratones la terapia con telomerasa, también conocida como enzima de la inmortalidad.

A pesar de esa alerta, y de que muchísimas regulaciones internacionales, agencias, gobiernos y entidades científicas lo prohíben, una mujer decidió arriesgarse y probar en carne propia.

Es la estadounidense Elizabeth Parrish, cantante, actriz y directora ejecutiva de BioViva, una compañía de Biotecnología que, con sede en Bainbridge Island, Washington, trabaja en el desarrollo de tratamientos para luchar contra el envejecimiento.

En 2015 decidió convertirse en la paciente cero de su propia compañía biotecnológica, y se aventuró a aplicar en su propio organismo una terapia génica únicamente ensayada antes en ratones. Colombia fue su base de operaciones, para saltarse las recias regulaciones que en otros países impiden cosas semejantes.

Transcurrido un año de esa arriesgada experiencia, en declaraciones a la prensa dio a conocer que, en realidad, se ha aplicado dos terapias: un inhibidor de la miostatina para incrementar la masa muscular y evitar la fragilidad del envejecimiento; y otra para prolongar los telómeros, cuyo acortamiento también parece relacionarse con el alzhéimer.

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La empresaria Elizabeth Parrish se arriesgó, ganando la crítica de muchos, a experimentar en su propio organismo la terapia génica contra el envejecimiento.

Las motivaciones de la Parrish despertaron cuando diagnosticaron a su hijo una diabetes tipo 1. «Me puse a investigar porque quería ayudar a mi hijo y a otros niños y también empecé a preocuparme por las enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Todos tenemos miedo a morir, pero cuanto más estudias este campo, más te das cuenta de que lo más probable es morir de una forma dolorosa y costosa. Me di cuenta de que necesitábamos una nueva forma de medicina».

En el diálogo con ABC, precisó que no tenía miedo de la aventura en la que se había involucrado, porque veinte años de investigación científica avalaban este tipo de terapia.

Refirió también que «Cuando me sometí al tratamiento tenía 44 años, pero la longitud de mis telómeros indicaba que mi edad biológica era de 65 años. Este dato no es raro para alguien que tiene una vida tan estresante como la mía. Ahora, un año después —la entrevista tuvo lugar el pasado año— y tras la terapia, la longitud de mis telómeros se corresponde con la de una persona de 45 años. Me siento maravillosamente bien, pero lo que importa es lo que indiquen mis biomarcadores».

Mientras tanto

Aunque se sienta de maravillas, la conducta de esta señora, quien, por cierto, es empresaria y no científica, bajo ningún concepto debería ser imitada. Mejor no hacerse falsas expectativas y dejar que las investigaciones sigan su curso, cuyo término no puede precisarse. Claro, el optimismo impulsa a desear que sea más temprano que tarde, por lo que esos resultados significarían para la especie humana.

Mientras tanto, lo mejor será prestar atención a una afirmación en la que sí todos los expertos coinciden: Los telómeros también se alargan con un estilo de vida saludable.

Aunque suena a frase repetida, en esta ocasión lo asegura la propia doctora Blackburn, la ganadora del Nobel, quien recomienda: un sueño en cantidad y calidad necesarias; ejercicios —sobre todo aeróbicos—; alimentación sana y balanceada: en lo posible comer alimentos integrales, evitar los procesados, los excesos de azúcares y grasas poco saludables; evadir químicos como pesticidas, ciertos tintes para el cabello, plásticos y otros; levantarle barreras al estrés crónico, a los pensamientos negativos, las relaciones tensas o los lugares peligrosos, son algunos de los caminos seguros que pueden alargarle «las colitas» a nuestros telómeros.

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«Descubrimos que entre mejor estén protegidos los telómeros, tendrás menos posibilidades de sufrir enfermedades mayores», indicó asimismo la Blackburn que, además, aconseja «enseñar a los niños acerca de la naturaleza de su mente, cómo nos estresamos a nosotros mismos innecesariamente y cómo podemos aprender a controlar nuestro bienestar (...) Desde fases muy tempranas hay que enseñar inteligencia emocional y técnicas para calmar nuestras tensiones. La salud mental es la puerta de entrada hacia un óptimo bienestar».

«Todo se trata de la calidad de vida. Solía pensar —subrayó— que el envejecimiento era una marcha inevitable hacia el sufrimiento de enfermedades debilitantes, pero no tiene que ser así».

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