Cumpleaños de madre

Cumpleaños de madre
Fecha de publicación: 
16 Febrero 2018
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En Cuba, la expresión “de madre” se usa para decir que algo está malo, “fula”, que está “en llamas”. Sin embargo, mi amiga la empleó ayer de una manera bien diferente cuando me explicaba por qué andaba con tanto corre-corre:

-Es que el cumpleaños del niño es mañana: Diez añitos ya. Y yo tengo un cumpleaños de madre.

-¿No has podido conseguirlo todo?, ¿cómo puedo ayudar?

-Ya lo tengo todito mi’ja. Llevo en eso casi un mes.

-¿Entonces por qué dices que será un cumpleaños de madre?

-Porque también cumplo diez años de ser mamá, y eso hay que celebrarlo, ¿no?

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Qué justo, qué bonito y cuán poco se tiene en cuenta que el cumple es en verdad de muchos: para el hijo, la madre y el padre en primer lugar, y también para los abuelos y otros familiares que le han querido bien.

Porque cuando se trae un hijo al mundo nadie le consulta si quiere o no existir. Le endilgamos esa inmensa responsabilidad, un nombre que no ha elegido, un hogar y también parientes, costumbres, un barrio, un idioma, un país.

Soltarle ese bulto de cosas a la criaturita no es algo sencillo y, para compensarlo, habría que ser muy buenos padres o, al menos, esforzarse al máximo por conseguirlo.

De ahí que cuando el nene arriba a su primer añito, rozagante, juguetón y oliendo a colonia, ambos padres, o la madre sola, como es el caso de esta historia, siente que ha llegado triunfante a la primera etapa de una larga, muy larga maratón.

Ese día del aniversario todos quieren cargarlo, besarlo, hacerse fotos con él, le traen regalitos, el cake es precioso... pero pocos se acuerdan de que aquella que en un rincón del salón anda llenando los vasitos de refresco, sudorosa y con el vestido embarrado de ensalada fría, también hay que felicitarla.

Como mi amiga tiene bien fresquito el recuerdo de las noches sin dormir, la historia con los pañales, los llantos por los primeros dientes con la consiguiente angustia de primeriza, el baño de los días iniciales cuando le temblaban las manos por el susto, la primera fiebrecita, la búsqueda y captura de juguetes, del alimento; luego el amiguito que lo empujó o al que empujó, el primer día de clases, cuando aprendió a leer, aquella queja de la maestra, las camisas del uniforme llegando casi carmelitas en vez de blancas, el día que lo subieron al matutino por estar entre los mejores... ella sí que va a celebrar.

Será al menos un brindis, un aparte con las amistades, unos buenos abrazos, de esos que son como el mejor de los regalos.

Ahora suman diez los años de ser mamá; pero luego serán 15, y entonces deberá celebrar su paciencia para sobrellevar la adolescencia, la preocupación por el regreso de la discoteca, los sobresaltos con los primeros amores, con la prueba que suspendió.

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Y cuando el cumple sea de 20 o de 30, festejará ser madre de un buen trabajador, de un técnico, de un profesional, celebrará sus aciertos en el trato con la nuera y quizás hasta el estrenarse como abuela.

Pero a veces hasta los hijos, o en primer lugar los hijos, olvidan que además de poner la mejilla para el beso de felicidades deben también abrir bien grande sus brazos para abrazar y felicitar a quienes les dieron la vida.

No es cuestión de gratitudes mal entendidas, sino de un hermoso y difícil aprendizaje mutuo, porque nadie nace sabiendo cómo vivir, cómo ser hijo, ni cómo ser madre o padre. Se aprende en el camino, y si es en el del amor, perfecto.

Por eso y por muchísimo más, habría que felicitar siempre a mamá y papá cuando llegue el día de sumar un año más al almanaque, lo mismo si son 10, 15, 22 ó 40... porque ellos, felizmente, también cumplen.

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