ARCHIVOS PARLANCHINES: La Guerrera de Cayo Jutía

ARCHIVOS PARLANCHINES: La Guerrera de Cayo Jutía
Fecha de publicación: 
29 Septiembre 2017
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Victoria Denis Giraldi es la única mujer en Cuba y quizá en América Latina que a finales de los novecientos se mantenía activa como controladora de un faro, después de pasarse casi treinta años pernoctando en cayos, cabos e islotes, en matrimonio perenne con el sol calcinante, el polvo, las hemorragias del cielo y las noches estrelladas y sonámbulas del Caribe.
 

        El faro de Cayo Jutía, ubicado en el municipio de Minas de Matahambre, al norte de Pinar del Río, no lejos de la localidad de Santa Lucía, es inaugurado en mayo de 1902 con una inusual estructura metálica en forma de esqueleto y una altura de 43 metros, ideales para apreciar los excepcionales paisajes marinos que rodean la zona. Por supuesto, no es el despampanante Faro de Alejandría,  una de las Siete maravillas del mundo, erigido en el Egipto de los Ptolomeos, aunque como paliativo, tiene a Victoria, La Guerrera, quien, como buena anacoreta, es una de las pocas damas que no ve a la soledad como una mala consejera.
 

Según le cuenta La Guerrera a Fidel Sagó Arrastre, colaborador del Guerrillero, quien la visita cuando ya está jubilada en Santa Lucía, el gigante de Cayo Jutía, avistado desde la lejanía gracias a la brillantez de su cúpula metálica, tiene la misión de evitar los accidentes marítimos, detectar embarcaciones de extraña procedencia o beligerantes y alertar sobre los posible naufragios que se produzcan en los alrededores. Exhibe, además, un impresionante palmarés: ha sobrevivido a los efectos de más de un centenar de organismos tropicales y hasta reta al huracán Gustav, de categoría 4, cuando este le pasa por encima a Vueltabajo en 2008 y causa destrozos inimaginables para los moradores de la provincia.
 

Esta mujer, carbonera desde niña en el inhóspito Cabo de San Antonio, el más occidental de la Isla, es una alegoría del valor: se queda sola en Jutía durante semanas; se ríe de las leyendas fantasmales de los moradores de las cercanías; rema muchísimo para recorrer los siete kilómetros que separan al cayo de la tierra firme y, a diario, sube y baja en dos ocasiones los más de cien escalones de la torre del faro. Unido a esto, acredita un mérito de mayor temeridad: durante años realiza rastreos permanentes por mar y tierra, con un fusil al hombro, a la caza de agentes de la CIA, contrabandistas, saboteadores y otros filibusteros de estos tiempos.
 

        Ya en su vejez, La Guerrera muestra el cabello cano y muchos fardos sobre sus espaldas. Hace unos años, cuando la entrevistó Sagó, vivía junto a sus tres hijas en una humilde casita, donde el olor a rosas de primavera nunca desaparece del todo. En su sala, llena de cuadros y muebles viejos, se puede ver el Escudo Pinareño, con el cual la provincia de Pinar del Río premia a sus hijos pródigos. Según los indiscretos vientos de las cañadas, la mujer todavía venera a los hombres que la amaron con la pasión de las borrascas y se baña con las enormes palanganas que usaba para combatir la desesperante falta de agua potable en Cayo Jutía. ¡Y todavía hay quien habla del llamado sexo débil!

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