DE CUBA, SU GENTE: Tacones que se parten

DE CUBA, SU GENTE: Tacones que se parten
Fecha de publicación: 
25 Septiembre 2017
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—¿Qué robaste? —indago.

—Qué no robé. Mira, te voy a decir la verdad: Yo necesitaba una casa. Vivía agregado con mi mujer en casa del marido de la hermana de mi mujer. Imagínate, aquello era el diablo encendido.

Y saqué mi cuenta: para conseguir casa propia tenía que trabajar en la construcción como mínimo cinco años. Y a lo mejor, cuando finalmente me tocara mi turno de vivienda, quién sabe si me asignaran un apartamento afectado de un microbrigada en San Agustín…

«A lo mejor tú no lo sabes bien porque una periodista no es ducha en números, pero la matemática es súper exacta y yo soy licenciado en física nuclear y entendí que si robaba lo suficiente, podía construirme la casa que quisiera. Y eso fue lo que hice.

«En la cárcel no salí nunca de mi celda. Allí también saqué mis conclusiones: si salía a trabajar, es verdad que podía coger sol, pero iba a estar bajo la mirada acusadora de los guardias y bajo sus múltiples intrigas también. En mi celda estaba mucho más solo y sin sol, pero podía jugar dominó, conversar, dormir y leer. Y podía hacerlo cuando yo quisiera. A mi antojo.

«Entonces, resumiendo, en la cárcel la pasé bien, para qué te voy a decir una cosa por otra. Y a mi mujer no se le partieron los tacones».

—¿Los tacones?

—Es parte de la jerga de la cárcel. Es comiquísima la manera en la que se habla allí. Yo hasta hice un diccionario los primeros meses. Cuando estás allí, te dan «pabellón» una vez al mes. Con el tiempo, descubres los mecanismos para lograr «pabellón» par de veces al mes, pero no más.

—¿Te fue bien con esa frecuencia?

—Mira, periodista… el ser humano se acostumbra a todo. ¿Quieres que te explique lo de los tacones?

—Sí.

—Sencillo: cuando tu mujer te deja embarcado, te dicen que se le partieron los tacones, como símbolo de que no pudo venir… vamos a decir que por causas ajenas a su voluntad.

—Ah, ya. Oye, ¿no tienes problemas con que publique esto? —le pregunto.

Se cruza de brazos y se inclina hacia atrás. Estamos sentados en uno de los dos restaurantes que Orlando posee en El Vedado. Él toma un gin tonic y yo un vaso de agua.

—¿En dónde tú vives, periodista? —me dice—. Esto no lo van a publicar.

—¿Por qué no? ¿Tú no eres gente de Cuba?

—No de la Cuba que se publica. A esta entrevista se le van a partir los tacones.

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