DE CUBA, SU GENTE: Comete todas las equivocaciones que puedas

DE CUBA, SU GENTE: Comete todas las equivocaciones que puedas
Fecha de publicación: 
8 Agosto 2017
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Es el hijo de Isis, una amistad de mis clases de yoga que hace mucho vive en Canadá. Cuando descubrimos que seríamos vecinas, retomamos nuestras conversaciones de antaño: sobre lo importante de cometer todas las equivocaciones que uno pudiera; sobre cómo la gente le tenía miedo a equivocarse, cuando es lo único que permite el avance en la vida.

—Es que les han enseñado que cometer errores es malo y son todos indecisos y unos cobardes.

Dice Isis que también en Montreal la gente tiene miedo a equivocarse.

—Será que la gente es la misma en todas partes —le comento.

—Yo a Jean-Pierre lo dejo que se equivoque todo lo que quiera —me anuncia Isis—. Así aprenderá.

Atraigo al pequeñito a mis brazos y lo siento en mis piernas.

—¿Quieres que te corte las uñas? —es nuestro ritual; solo se deja cortar las uñas por mí.
 

—Cuéntale a Diana de la niña rara de la escuela —le exige la madre.

—Hay una niña en la escuela que es rara —comienza, obediente, Jean-Pierre.

—¿Qué tiene de rara?

—Yo le pregunté que a dónde iba y me dijo que a donde la llevara el viento. Pero, ¿cómo puede el viento llevarla a alguna parte?

Yo quiero decirle a Jean-Pierre que uno puede ir a muchas partes con el viento, que el viento puede servir de autoexploración personal, que la existencia precede al pensamiento, y que deje de pensar tanto la parte literal de las palabras, que sienta su esencia…

Pero Jean-Pierre no es mi hijo. Es hijo de una amistad y eso hace la diferencia. Isis, que escucha la conversación, le dice que la próxima vez que la niña rara de su escuela le diga eso, él le grite que ella es una mentirosa. Y que le prohíbe hablar con ella.

Como al descuido, dibujo con una de las crayolas de Jean-Pierre una caja en una esquinita de la pared de mi casa.

—Mira —le susurro—, dentro de esa caja hay niños que van a donde los lleve el viento. No son mentirosos, pueden volar allá dentro.

Pero Isis me ve:

—Fíjate bien lo que te voy a decir, chica. Tú te puedes equivocar todo lo que quieras, pero no con mi hijo. No me le llenes la cabeza de imaginación, que después sale escritor y los escritores son muertos de hambre que terminan mal. ¿O tú no sabes que el Antoine de Saint-Exupéry que a ti tanto te gusta murió no se sabe dónde, que ni su cuerpo tienen?

La gente es, irremediablemente, siempre la misma.

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