Pinareños de pura cepa: “Para mí La Conchita es algo sagrado”

Pinareños de pura cepa: “Para mí La Conchita es algo sagrado”
Fecha de publicación: 
3 Agosto 2017
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Mucho se ha hablado de Pinar del Río en estos días y mucho habrá de decirse en los venideros, sobre todo porque este 10 de septiembre se cumplirán 150 años de haber recibido el título de ciudad.

Los pinareños no son solamente buenas personas, ingenuas en algunas ocasiones, y eso lo confirman los cientos de chistes que existen acerca de quienes habitan el territorio más occidental del país.

Además —y toda regla tiene su excepción— son sinceros, honrados buenos amigos y trabajadores excelentes.

Tal es el caso de René Morales Dopaso, un obrero de la conocida fábrica La Conchita, hoy unidad empresarial de base perteneciente a la Empresa nacional de Conservas, quien prácticamente ha dedicado toda su vida a este centro.

“Vivo a pocos pasos de aquí, en el barrio de igual nombre. Venía de muchacho, incluso cuando estaba en la secundaria me contrataban y luego tenía dinerito para disfrutar en los carnavales”.

Lo interrumpo en plena faena del procesamiento del mango. No puede, ni quiere perder tiempo, y prefiere no permanecer ajeno al tema: La Conchita y el apego de su familia a esta fábrica, paradigma de la industria conservera cubana.

 “Mi papá —dijo— laboró aquí 44 años, de ellos más de 35 como estibador. Después estuvo en la línea de pulpado, donde ahora yo trabajo, y aquí se jubiló. Tiene 88 años, está muy viejito, pero se siente bien.

“Antes La Conchita tenía variedad de producciones, eran más de treinta y pico de renglones. De la guayaba, por ejemplo, se hacía membrillo, cascos, por cierto era lo que más me gustaba”.

¿A qué atribuye la poca diversidad?

“Es cierto que la tecnología es antigua, americana. No obstante, después del período especial todo se fue perdiendo, este es el caso del coco, que se traía de las provincias orientales. De la guayaba ya no se hacen los famosos cascos, para lo cual se empleaba la  llamada cotorrera, un fruto más pequeño que se da en esta propia tierra”.

¿Cuándo usted ve por ahí los carteles que identifican la fábrica, las producciones, qué piensa?

“Para mí La Conchita es algo sagrado. Casi toda mi familia ha trabajado aquí, mi papá, mis tíos, mi hermano. La visito desde que era un niño, ¡así que imagínese cuánto la quiero! Ha sido la fuente principal de todos nuestros ingresos.

“Siempre he estado vinculado a ella, conozco el ciento por ciento de sus trabajadores y ellos a mí, y también domino todo su equipamiento, pues no hay un rinconcito de esta fábrica donde yo no haya prestado mis servicios”.

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