ARCHIVOS PARLANCHINES: Faquineto, «amador de niños y estrellas»

ARCHIVOS PARLANCHINES: Faquineto, «amador de niños y estrellas»
Fecha de publicación: 
2 Junio 2017
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No hace demasiado tiempo, fui a pasarme un domingo con Nilda, en el ultramarino pueblo de Regla, y cuando me pavoneaba por casi haber concluido la fase investigativa de mi libro Hijos de la luna, del 2012, Antonio, el implacable esposo de la referida prima, me preguntó a boca de jarro:

alt«¿Y ya tienes a Faquineto, el de los partes del tiempo?». Entonces, la negativa se convirtió en calentura y en una frustración con tintes de intolerancia: tenía que volver sobre lo andado. Por fortuna, en el Archivo Histórico del Museo de Guanabacoa, la experta Xiomara Martínez, hoy retirada, me despejó la duda al instante: esta insólita mezcla de profanismo y erudición bien valía el largo viaje hacia ese municipio habanero, cuna de notables músicos y de numerosos santeros.

Popular y, a la vez, polémico, Mariano Faquineto nace en La Habana en 1858 y desde su niñez, su padre, Raimundo Faquineto y Soler, piloto naval español y «semaforista» de El Morro, le enseña a amar las nubes, la lluvia, los vientos, las borrascas y el medio marino. Con él inicia sus estudios de meteorología y matemáticas, los cuales ampliará de manera autodidacta, junto al aprendizaje del inglés y el francés, idiomas que llega a dominar a la perfección.

Para no verse subordinado a ningún jefe, rehúsa ocupar cargos públicos y realiza un largo viaje por México, donde aprende los secretos de la confitería y, más adelante, recorre buena parte de los Estados Unidos, antes de aposentarse en Guanabacoa y dedicarse al comercio de unos caramelitos de azúcar hechos artesanalmente en su hogar de la calle Cruz Verde, número 20, en el casco histórico de la villa.

Este deambular, por suerte, no lo aleja de sus vínculos permanentes con los cielos jupiterianos ni de su enorme vocación de servicio. Roberto Ortiz Héctor advierte en el folleto inédito «La meteorología en Guanabacoa»:

Así, a guisa de improvisado observatorio, era frecuente su presencia, muchas veces bajo la lluvia premonitoria de los huracanes, en las mayores alturas que orlan la cabecera municipal, como las lomas de la Cruz, del Indio y del Potosí. Hacía apuntes sobre los tipos de nubes. Luego, recogido en su vivienda, rodeado de descoloridas notas y viejos instrumentos, muchos de ellos arreglados o confeccionados por él mismo, llegaba a sus propias conclusiones (: 7-11).

Amante de las artes y las letras, además de tolerante y afable, Faquineto es, en su eterno vagar por las calles, toda una estampa: viejo traje dril a rayas, un sombrero de pajilla, un enorme paraguas colgando de su brazo y, en lo alto, una vara sembrada de ricos caramelos, deleites de la chiquillería. Parece estar de acuerdo con el egoísta reparto de los bienes terrenales; sin embargo, pronto permutará su intrascendencia, a pesar de la sorna de sus detractores. Ortiz Héctor continúa:

Este personaje no emerge a la luz pública hasta mediados de septiembre de 1888, cuando una suerte de meteoro entra en el gran escenario antillano, por una zona y con una dirección de la trayectoria tal, que nada hacía sospechar el peligro que se cernía sobre Cuba, de acuerdo con las ideas científicas imperantes por aquella época (…).

Don Mariano desconfió de esa creencia, su agudeza en la observación, tocando casi en los límites intuitivos (…), lo hicieron albergar temores y, sin pérdida de tiempo, dio a conocer su opinión a numerosos vecinos que le visitaron, manifestándoles (…) que al día siguiente la región occidental de Cuba estaría bajo el embate de un espantoso ciclón. El parte de Faquineto se propagó, primero, por los rincones de su barrio… llegó a los círculos periodísticos capitalinos y, en efecto, horas más tarde, su pronóstico se cumplió al pie de la letra (: 7-11).

A partir de aquí, este hijo postizo de la ciencia alcanza una gran notoriedad, la cual le sirve para anteponer sus cálculos y anticipos a las supersticiones callejeras, aun a sabiendas de que son innegociables: apenas se barrunta una tormenta, se trazan cruces de cenizas en los patios, se tapan los espejos, se esconden las tijeras o se abandona la plancha. En los púlpitos se insinúa que los bautizados en la pila parroquial son inmunes a las centellas, mas esto no se lo cree nadie.

Faquineto hace valer su crédito ante los observatorios cubanos Nacional y del Colegio de Belén y se gana el prudente respeto de los científicos de Washington. No por gusto, comienza a colaborar con los periódicos habaneros La Lucha y El Mundo y funda la gaceta ilustrada El Sol, financiada por él y de corta trayectoria. En 1910, participa en la controversia que origina el célebre Huracán de los Cinco Días, el cual pone en entredicho a notables especialistas como Luis García Carbonell y P. Mariano Gutiérrez Lanza.

Amigo entrañable del historiador Gerardo Castellanos, Faquineto, con un carácter sencillo, retraído y observador, debe parte de su éxito a las magníficas tablas meteorológicas que de su padre conservaba y a su plena identificación con la naturaleza. Por cierto, el orador Alberto Acosta hace notar en Guanabacoa, suplemento histórico-literario, que las relaciones entre Faquineto y Castellanos no siempre gozan de buena savia. Y conste: los motivos, aquí, superan los pormenores del desencuentro.

Cierta vez Faquineto descubrió que muchos de los centavos invertidos por los jovenzuelos en la adquisición de sus golosinas eran, con discreción, facilitados por su amigo con la intención de aliviar su penuria sin herir su dignidad. Vano fue el empeño, porque tal grado de decoro sustentaba que, apenas conocida la indirecta ayuda, suspendió las visitas y las charlas (: 1).

Fallecido el 12 de agosto de 1923, a los sesenta y cinco años, Mariano Faquineto es enterrado sin glorias en el cementerio de la Loma de Potosí, una de sus atalayas. No obstante, las buenas herencias suelen ser impredecibles en cuanto a permanencia: cada vez que un aguacero nubla el cielo de su Guanabacoa adoptiva, muchos todavía lo nombran, no como un meteorólogo de pies descalzos, sino como el «amador de niños y estrellas».

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