DE CUBA, SU GENTE: Alessandra

DE CUBA, SU GENTE: Alessandra
Fecha de publicación: 
19 Mayo 2017
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Coincidimos frente al Amadeo Roldán. Estábamos las dos compartiendo un banco frente a la fuente del parque. Había una sombra agradable y caía la tarde de los primeros días de junio.

—¿Por qué será que ninguna fuente de este país funciona? —me preguntó con confianza, como si fuéramos antiguas conocidas. Como si retomáramos alguna conversación previa. Como si yo supiera la respuesta a su pregunta.

Me encogí de hombros.

—Será por el mosquito. Por el Aedes Aegipty, para que no se propague —sugirió ella misma.

—Será —dije, solo para mantener el canal fático.

Entonces me dijo que en su familia las mujeres tenían una relación especial con las fuentes. Que todo había empezado cuando su abuela, con 16 años, se había bañado en las aguas de la Fontana de Trevi en una escena de La dolce vita, la película de Federico Fellini.

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—¿Tu abuela es Anita Ekberg? —la miro, a ver si me está tomando el pelo.

La abuela de Alessandra tenía 16 años cuando conoció a Fellini. Se estaba tomando un helado de barquillo, sabor vainilla, enfatiza Alessandra, y el helado le corría por la barbilla. Fellini la vio y le dijo que ella era su sueño hecho realidad y que se notaba que ella vivía la vida justo como había que hacerlo: con mucha fuerza y hacia muchas direcciones. Y que pasara lo que pasara en su vida, mantuviera la fuerza de la juventud, que eso haría que la vida estuviera siempre bien.

Escucho la historia de Alessandra, que de alguna manera trae al maestro Fellini a la calurosa Habana de medio siglo después, y la miro. Alessandra está curtida por el sol. Si no fuera por el acento extranjero, pensaría que es autóctona de estas tierras.

Cuando ella termina su historia, nos quedamos en silencio. Al cabo de unos minutos, un hombre muy alto y de piel muy negra se nos acerca. A mí no me mira, pero a Alessandra le da la mano. Ella se la toma y se marcha, rápida, sin despedirse.

Para cuando desaparecen de mi vista, estoy sentada dentro de la fuente —infértil— del parque. Pienso en Anita Ekberg en 1956, cuando era una criatura bellísima y modelaba y hacía cine; y luego pienso en otra Anita, la del año 2007, cuando tenía 80 años, y pedía dinero a la Fundación Fellini porque le habían robado todo su dinero y joyas, se había quemado su casa y se había quedado en la calle.

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Entonces me quedo ahí, quieta en la esterilidad de la fuente seca del parque que está frente al Amadeo Roldán. Alessandra se aleja, como lo hace el pasado de nuestras vidas, cada día un poco más, como lo hizo la belleza de Anita Ekberg…

Pero, pienso, La dolce vita sigue siendo una de las mejores películas jamás filmadas. Y eso está por encima de cualquier fuente seca.

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