Rastros de mentiras: Truculencia, glamur… y unos cuantos demonios

Rastros de mentiras: Truculencia, glamur… y unos cuantos demonios
Fecha de publicación: 
22 Febrero 2017
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Podríamos comenzar haciéndonos una pregunta aparentemente simple: ¿Rastros de mentiras es una buena telenovela? La respuesta, sin embargo, precisa marcadas matizaciones. En principio sí lo es: cumple cabalmente con buena parte de los presupuestos del folletín tradicional. Pero desde el punto de vista ético cabrían algunos señalamientos.

Vamos por pasos.

En los tiempos que corren, cuando ya se ha visto todo, el melodrama televisivo tiene el gran reto de “atrapar” a su teleaudiencia potencial. Es un reto porque ese espectador está cada día más sometido a un “bombardeo” permanente de productos audiovisuales, de todos los géneros y calidades.

Rastros de mentiras (Amor à Vida, Globo, 2013-2014) pretende hacerlo a golpe de truculencias y puntos de giro, que es una manera muy legítima de entretener. Admira la habilidad de Walcyr Carrasco, el escritor, para anudar y desanudar historias, para guardarse cartas en el bolsillo y sacarlas en el momento preciso, para justificar contundentemente las más insólitas situaciones.

Carrasco no le teme al énfasis, a la exageración, a rozar el sinsentido… Y desborda imaginación. El resultado es que la telenovela, a estas alturas, prácticamente no tiene puntos muertos: casi todas las tramas son interesantes, los conflictos nunca son “tímidos”, los personajes son muy empáticos… el televidente conserva su capacidad de asombro.

Y todo eso sin agobiar demasiado, porque las historias están bien contadas.

De la espectacularidad de la puesta en pantalla no hay ni que hablar demasiado: esa es la marca de la casa. El nivel de la factura no tiene parangón en América Latina.

Algunos creen que la visualidad (particularmente en las cortinas de transición) traiciona un tanto la tradición folletinesca: esos barridos súbitos, ese aceleramiento en los tiros, esa edición trepidante tienen más que ver con la estética de las series estadounidenses… pero en todo caso jamás comprometen la calidad de la puesta.

Está claro: hay públicos y públicos. A algunos televidentes Rastros de mentiras les parecerá un producto frívolo en demasía, que no “aporta” mucho… Y tienen sus razones. Pero los amantes de la telenovela de toda la vida estarán de plácemes.

Eso sí, convendría no pecar de inocentes: Rastros de mentiras tiene muchos demonios. Y están a la vista.

No se trata de que sea simplemente frívola, sino de que debajo de esa frivolidad puede haber incluso móviles francamente reaccionarios.

La telenovela convencional ha solido distanciarse del contexto, de eso que llamamos “la realidad”, pero en la tradición brasileña a veces se recreó la cultura y la identidad de ese pueblo, con miradas incluso bastante progresistas, teniendo en cuenta el conservadurismo del medio.  

Rastros de mentiras le ha dado la espalda a todo ese entramado, quizás con la pretensión de ampliar su público internacional. Homogeneizar los productos parece ley del mercado.

Pero aquí hay algo más: Fíjense en los personajes y sus motivaciones: Los paladines de “la libertad”, los que desprecian la moral burguesa, Nido y compañía: son una banda de oportunistas, delincuentes y traficantes, que pervierten los valores tradicionales.

Fíjense en las villanas (y aquí hay villanas para hacer dulce): son casi todas unas arribistas, que tratan de escalar, que quieren vengarse o quitarle algo a los ricos... Es más, los “malos pasos” de los ricos, sus mentiras ocultas, casi siempre provienen del contubernio circunstancial con los pobres.

No vamos a ponernos más insidiosos de la cuenta, pero, ¿tendría que ver este punto de vista con el auge de la izquierda durante esos años en América Latina, particularmente en Brasil? Ya se sabe cómo terminó el asunto en ese país, en buena medida gracias al empeño y la participación activa de la televisión.

El resto de la novela es un carrusel de ostentación, de sublimación del “buen vivir” de la alta burguesía. Mucha belleza, mucho diseño, mucha sofisticación… que eso vende.

A eso habría que añadir que Rede Globo pretendía recuperar los niveles de audiencia de Avenida Brasil (que también pudimos ver por aquí)… Y para eso metieron en una “coctelera” todos los “trucos” del folletín, aderezados con algunos códigos visuales de las series norteamericanas.

¿Qué la truculencia llega casi a la inverosimilitud? Eso no importa mucho en estos tiempos, siempre y cuando el producto resulte divertido. No son tiempos de pensamiento, afirman algunos.

La telenovela brasileña contemporánea (al menos buena parte de sus exponentes) cada vez resulta menos mestiza, menos “pobre”, menos cuestionadora, menos comprometida… Cada vez más alienada, más glamorosa, más “rubia”, más fantasiosa…

Más show, menos reflexión.

En ese sentido cada vez se parece más a la telenovela mexicana, aunque todavía mantiene un nivel estético superior. Es más, en ese vuelo, en ese “saber hacer” está ahora mismo su principal valor.

En esta época de hedonismo a ultranza este no es un asunto menor… Más nos valdría tomar lecciones en ese sentido: seríamos más efectivos al abordar temas polémicos de nuestro entorno o al promover valores universales.

De Rastros de mentiras hay que seguir hablando… Y debatiendo.   

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