Revender: Una sanguijuela adherida a nuestra realidad

Revender: Una sanguijuela adherida a nuestra realidad
Fecha de publicación: 
2 Febrero 2017
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Hay dos vocablos que para el cubano forman parte casi ineludible de su jerga cotidiana: colas y revendedores. Las hay disímiles, desde el pan y huevos hasta las de entradas al teatro, la terminal de ómnibus, turnos o servicios en el estomatólogo o una consulta de otra especialidad o el comedor de nuestro centro de trabajo.

 

La mañana de martes era como otra cualquiera. Salí temprano de casa, semejando las condiciones de resaca en la temperatura dejada por el frente frío de fin de semana. Mi objetivo era el teatro Karl Marx. Quería regalarle a mi esposa la primera salida de pareja después del nacimiento de nuestro pequeño Enzo Samuel, entiéndase salida propiamente. Y que mejor objetivo que el espectáculo humorístico “Esta es otra historia” con el elenco del popular programa Vivir del Cuento como protagonistas.

 

¡Qué optimista yo! Por enésima vez volví a chocar con la misma piedra, vivir la misma historia. El transporte fue mi aliado, pero al llegar a las inmediaciones del teatro de los grandes eventos, presto a sacar mis papeletas para el tercer fin de semana de presentación del Show, una avalancha humana me golpeó, como si de una ola irreverente que penetró por la avenida 1ra se tratase.

 

Y si fuese solo la cola, de manera ordenada, con avances pese a la multitud congregada, no me molestaría. De hecho, ya en zona del Círculo Social Cristino Naranjo, estaba presto a pedir el último, pero en el camino me detuve a echar un vistazo al fenómeno de la cola y me compulsó a desistir. Ni tres barandas bien dispuestas ya en zona de taquillas, ni varios trabajadores del Karl Marx inmersos en cuestiones organizativas, repartiendo tickets y orientando a los clientes según el día del fin de semana de su interés, eran suficientes para organizar al gentío.

 

¡Yo estoy acá desde las 6:30 de la mañana!, ¡yo marqué ayer sobre las 12 de la noche! ¡No permitiremos que nadie más se cuele, ahora viene la señora que son seis, luego el compañero de la empresa con nueve, y hasta ahí… ahí voy yo!

 

Esos eran los parlamentos airados de algunos, para quiénes la paciencia y la espera se habían fusionado en una especie de letal cóctel Molotov de emociones.

 
Me detuve a reflexionar y por mi mente pasaron varias escenas similares: me sucedió algo parecido en el Mercado Agropecuario Estatal de la Ciudad Deportiva antes de fin de año: ¿la causa? La compra de insumos, la famosa pierna de puerco que todos quieren contar en sus festividades. Allí, incluso antes de llegar el punto cero un muchacho me interpeló preguntándome si quería uno de los cinco primeros turnos del día siguiente, que esa sencillamente era su lucha y que por 50 pesos, él me lo aseguraba.

 

Antes de fin de año o en vacaciones, esa escena se repite en las Agencias de pasajes de Astro, ahora, ante la inminencia de la Gala de los Premios Lucas en el propio Karl Marx, ni hablar. Tiendas, establecimientos de la más insospechada índole, también devienen escenarios del panorama inquietante de colas y reventa a sobreprecio.

 

Las causas son diversas: desde la inoperancia o mano blanda de los agentes de orden público que se convocan o simplemente operan en dichos entornos; la poca capacidad de respuesta o sencillamente el hábito adquirido por nuestra sociedad, pensando que todo se compra o que el dinero sencillamente es una condición esencial para abrirnos paso. De ahí que en ocasiones, aunque les moleste, atestigüen con frecuencia tales fenómenos y los hayan incorporado o convivan con ellos como si todo transitara por cauces naturales.

 

Incluso, estas manifestaciones no se han disminuido o atenuado en alguna medida por la tibia acción de nuestros propios medios para denunciar estas malas prácticas, con el fin de fortalecer la Revolución y ejercer la crítica constructiva.

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Mi estancia en dominios del Karl Marx duró poco. Menos de 15 minutos. Volví con una mezcla de enojo y tristeza. No es primera vez que me sucede, me gustaría creer que será la última. Por ahora llevo en mi piel, desde hace tiempo dos picadas como de sanguijuelas persistentes: la de las colas y la del fenómeno de las reventas a sobreprecio, o don dinero en la avanzada de cualquier gestión.

 

Lo siento mucho por mi compañera,  las sonrisas en lugar de en la tarde dominical en el teatro, tendrán que ser nuevamente el lunes, televisor mediante, cuando a las 8:30 p.m. sintonicemos una vez más Vivir del Cuento.

 

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