DE CUBA, SU GENTE: ¿Te gusta que te susurren al oído?

DE CUBA, SU GENTE: ¿Te gusta que te susurren al oído?
Fecha de publicación: 
9 Noviembre 2016
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Para ejemplificar los conceptos de su clase, Reinaldo escoge siempre a las muchachas más bonitas del aula. Apaga la luz, cierra las ventanas y lo deja todo en penumbras. Entonces empieza a hablar suave y pausado en los oídos de las adolescentes. Sin querer, les roza con su barba rala la nuca; a alguna que otra le acaricia el cuello.

A veces, si la muchacha vive lejos, Reinaldo la lleva a su casa en su lada 2107. A veces, si la muchacha se deja, Reinaldo le hace el amor sobre los asientos de cuero del lada, mientras le murmura sobre cómo a cada sonido le corresponde una gama de colores determinada. Cuando la muchacha y Reinaldo terminan todo acto amoroso y están ya a punto de despedirse, él, invariablemente, le recuerda que existen colores y sonidos que los humanos no perciben, que incluso no deben percibir, por su propio bien.

Por ejemplo, está el color ultra violeta, que existe, pero que no se ve a simple vista. Si la muchacha es inteligente, asiente, entendida. Si no ha ganado aún en la perspicacia de la vida, Reinaldo le recuerda que él es un hombre casado, con cuatro hijos, con cuentas y conceptos tradicionales.

Hasta hoy, esas muchachas del ISA a las que Reinaldo habla al oído no han jamás roto el trato de silencio. En realidad, fue la propia esposa de Reinaldo la que rompió el trato. Reinaldo, que habla en sueños, le contó sobre sus muchachas y sus sonidos… guturales en el sexo.
 
La esposa, con resolución poco común para quien no tiene casa en La Habana, recogió maletas y se llevó a sus cuatro hijos para casa de sus padres en Sancti Spíritus. Le dejó a Reinaldo un papel donde le decía que «odiaba todo lo referente a la psico-exaltación auditiva y a sus demás patéticos intentos de conquista», que parecía «un pez aleteando en pecera semivacía» y que le daba pena ver cómo lo había puesto la crisis de los cuarenta.

Cuando Reinaldo leyó este papel, salió corriendo a la terminal de ómnibus, para detenerla. Ahí fue cuando me encontró a mí. Yo escribía sobre un árbol del parque enfrente de la terminal, y dice él que nada más por lo atónito que lo dejó verme allá arriba encaramada, se le olvidó por un momento lo ultra mal que le iba en ese momento de su vida.

Cabe decir que conozco a Reinaldo hace muchos años, cuando aún no le había dado el infarto en el miocardio que le cambió la vida. Porque después del infarto Reinaldo quiso tener sexo, mucho sexo. Con hombres, con mujeres, con animales y hasta con alguna que otra mata de plátano.

—¿Sabes una cosa? —me expone, después de que me ha hecho la historia de los últimos meses que hemos dejado de vernos—, las madres dicen que aman a sus hijos porque los llevaron dentro. Pero la verdad es que se siente más con un consolador de menta que llevando un hijo dentro. ¿Tú qué crees?

—Yo creo que… sería genial si me dejas escribir esta historia.

—Chica, tienes el corazón en la nevera —me suelta, pero enseguida lo olvida—. ¿Sabes qué voy a hacer? La voy a llamar por teléfono a Sancti Spíritus. Le voy a hablar por teléfono bajito y pausado. Hasta ahora eso no me ha fallado.

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