El sello de Cuba en el ballet, ineludible en su cultura

El sello de Cuba en el ballet, ineludible en su cultura
Fecha de publicación: 
17 Octubre 2016
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En el arraigo del ballet en la cultura de esta nación resultó determinante la decisión de tres profesionales de apellido Alonso: Alicia, reconocida mundialmente por su calidad de bailarina; Fernando, maestro de todos los talentos nativos; y Alberto, excepcional coreógrafo.

La labor de ellos no estuvo exenta del enfrentamiento a prejuicios sociales, ahora superados en Cuba, pero que dentro de Latinoamérica siguen frenando el desarrollo de la danza clásica.

Para adquirir una base profesional, los Alonso se vieron obligados a marchar a Estados Unidos, donde lograron compartir con grandes maestros de las diversas escuelas de Europa, convertidos en emigrantes por el avance del nacismo y la II Guerra Mundial.

En la década siguiente, cuando fijaban la metodología de la escuela cubana de ballet, tomaron con respeto los aspectos técnicos que resaltaban en las academias existentes y crearon un brillante híbrido, con aportaciones técnicas e interpretativas propias.

A la vez notaron que ciertos caracteres emergían espontáneamente, pues por naturaleza el cubano no es frío de carácter, ni rígido de movimientos, ni tan serio, por el contrario, recurre a la gesticulación en su trato cotidiano, y disfruta involucrar a otros, compartir.

Por eso no extraña que la escuela cubana produzca excelentes compañeros de escena, o partenaires, para llamarlos de acuerdo al lenguaje técnico.

Los bailarines cubanos tienen una gran sensualidad y, como decía Arnold Haskell, acarician la música en sus pasos. Las mujeres tienen una gran coquetería que les sale natural y el hombre es muy viril, muy machista, comentó a Prensa Latina una vez el maestro Alonso, fallecido en 2013.

Esas características otorgan un contraste muy bello al baile del hombre y la mujer en conjunto, hacen a una gran pareja, añadió.

Otras cualidades distintivas son la postura ascendente del bailarín, o sea, el trabajo del cuerpo en una perenne sensación de crecimiento, equilibrios, numerosos giros, agilidad y altura en los saltos de féminas y varones, y frecuente combinación de saltos con giros, entre varias.

Cuando los primeros frutos de la escuela cubana comenzaron a conquistar medallas en el prestigioso Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria, a inicios de la década de 1960, la atención de los críticos, maestros y bailarines asistentes se dirigió a Cuba.

Alicia ya no era un fenómeno aislado, igual comenzaba a ser notorio un uso peculiar de la técnica clásica y la expresividad corporal en el baile de Josefina Méndez, Mirta Plá, Loipa Araújo y Aurora Bosch, a quienes el decano de la crítica de ballet, el inglés Arnold Haskell, denominó las joyas del ballet cubano.

Desde entonces los reconocimientos a la escuela y la compañía Ballet Nacional de Cuba han sido continuos, el país cuenta con un caudal importante de bailarines cuyo prestigio eleva el nombre de la nación por sobre otras de mayor desarrollo económico.

Sin embargo, no está exenta de los efectos de la globalización, que amenaza con borrar tradiciones nacionales y caracteres distintivos, entonces, preservar el sello cubano en el ballet depende, únicamente, de la conciencia de todos los practicantes y profesores, por el bien de su identidad.

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