Los que nada saben de huracanes, no saben (+ Gráfico)

Los que nada saben de huracanes, no saben (+ Gráfico)
Fecha de publicación: 
4 Octubre 2016
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Avanza lento, pero indetenible, contra nuestras puertas, nuestras vidas. En realidad, la diana está en el oriente de la isla, pero no creo que sean pocos los cubanos en el país entero que anden con el alma en vilo. Principalmente en las maduras, todos somos uno; así lo siento.

Aquellos que habitan en otras latitudes de este planeta, en especial los que viven tierra adentro y conocieron el mar solo cuando grandes y primero por fotografías, nada saben de lo que ahora estamos pasando. Es ese suspense, esa espera en que martillean sin parar las frases de los reportes periodísticos y meteorológicos: «la inminente llegada», «el inminente avance»…

Los partes meteorológicos y los avisos de la Defensa Civil van llegando puntuales, precisos, realistas. Y todo parece estar preparado: las medicinas en la mochila, las velas, los fósforos, la ventana del cuarto bien claveteada, el televisor a buen resguardo… Pero uno nunca sabe. Nadie sabe a ciencia cierta hasta que pasa.

Y los colegas, los expertos y las autoridades que brindan las informaciones sobre el huracán, por ser realmente importantes, tratan de ser claros, de no dejar fuera ningún dato relevante, y de la forma más resumida posible.

Por eso, ahora no hay espacio en los noticiarios para hablar de estas cosas, para comentar cómo Emelia, allá en Guantánamo, llevó consigo a donde está evacuada su álbum de fotos. Es un viejo álbum, pero ahí está su historia: sus quince, su boda, el nacimiento de sus dos hijos. Algunas fotos están amarillas, otras con las puntas dobladas, pero por nada del mundo ella dejaba eso atrás. Aunque hasta una bronca le costó con el hijo más chiquito, que le porfiaba en que aliviara «la paquetera esa».

Es durísimo echar una última mirada a la casa antes de irse para la vivienda del vecino, del pariente, o para el albergue de los evacuados, y pensar, aunque sea por un segundo, que podría no encontrarla cuando retornara.

Claro, los pensamientos malos siempre se apartan a manotazos, y por eso es solo un instante. Pero cuando los vientos arrecian, esas ideas sombrías se encaprichan entonces en arreciar también. Y hay que ponerse a canturrear o a tratar de concentrarse en las sombras que proyecta contra las paredes la llama de la vela.

Los que viven en otras geografías bien lejos del mar, tampoco saben nada de cómo el gusto por la olita veraniega y el placer con tantos azules se convierten, cuando llega el huracán y las olas alcanzan hasta 10 metros, en un sentimiento oscuro y denso como jalea amarga: es terror, es impotencia, y es odio.

Tampoco han vivido los minutos después de que se larga definitivamente el fenómeno. La gente empieza a salir a la calle con ojos más húmedos que la tanta lluvia, húmedos y callados, y comienza a descubrir que aquello, eso y lo de más allá, ya no están. Solo fango, ramas caídas, desolación.

Esos que nada saben de huracanes y ciclones tropicales, mucho menos pueden imaginarse cómo las miradas de espanto y los silencios empiezan poco a poco a poblarse. Nadie podría explicarles a esos habitantes de otras geografías de dónde le empieza a brotar a la gente la entereza y como una dignidad otra frente a esa agresión sin rostro al que escupir.

Entonces, como cuando las hormigas empiezan a salir después de la tormenta, así las personas y las cosas empiezan a levantarse. Mientras tanto, Emelia, acurrucada en una esquina de lo que fuera el portal de su casa, aprieta contra sí el álbum; lo único que le queda, pero es suficiente para volver a empezar.

 

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Vea - Gráfico interactivo: ¿Cómo se forman los huracanes?

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