Una tobillera para Carmita

Una tobillera para Carmita
Fecha de publicación: 
23 Agosto 2016
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Los dos hombres, de unos 50 años, conversaban animadamente mientras esperaban para cargar un camión. Esta fue parte del diálogo, que casi transcribo literalmente porque acaba de suceder:

—Compadre, ¿tú no sabes cómo puedo resolver una tobillera?

—¿Tu mujer sigue fastidiada?

—Ya lleva un mes en la cama y a mí me tiene lavando, cocinando, limpiando, planchando… Carmita es muy buena, siempre me ha atendido y yo la quiero mucho, pero esta semana yo consigo la tobillera esa como sea para que ella coja lo suyo. Estoy reventa'o.

Cuántas inferencias pueden derivarse de este intercambio. Cuántos conceptos equivocados. Él está muy apurado por conseguirle la tobillera a la esposa, no para que se sienta más aliviada, no para que por fin pueda andar, sino para librarse de las tareas de la casa, que ha tenido que asumir.

Quiere resolver para que «ella coja lo suyo». ¿Y dónde está escrito que los quehaceres domésticos son «lo suyo», qué edicto divino o terrenal lo indica? Son siglos de convenciones y prejuicios asentados en la silla turca de hombres y mujeres los que así lo condicionan. Y los libros, discursos, informes, trabajos periodísticos, apenas parecen hacer mella en esa roca inmensa a la que están ancladas las desigualdades de género.

Pero además de esta dolorosa y complicada arista, que socava día a día la calidad de vida de la mujer y sus posibilidades de una mayor plenitud, hay otra —que no es lo mismo, pero es igual, como diría Silvio— no menos delicada: las maneras de entender el amor.

El marido de la señora enferma asegura que ella «es muy buena, siempre me ha atendido y yo la quiero mucho». ¿Qué manera de querer es esa en la que él está desesperado porque ella vuelva a sumergirse entre calderos y trapeadores?

Dice que es buena porque atiende sus necesidades. Igual haría una empleada doméstica eficiente. ¿Y la «quiere» porque lo atiende o porque tienen una historia en común de construir felicidades, de compartir intereses y proyectos, de escucharse uno al otro y entenderse aun con solo mirarse a los ojos o percibir un silencio del otro, un gesto?

Es difícil entender un amor en el que la principal preocupación de él no sea que ella se cure, sino que regrese a la cocina para verse por fin liberado de esas pesadas faenas, que evidentemente le han hecho doblar la jornada, como ella seguro hizo toda una vida sin rechistar, sin quejarse. Cual si también le tocara por la libreta.

Aparte de los malestares que pueda provocarle la dolencia en el tobillo, tal vez hasta esté disfrutando su permanencia en cama como el descanso que nunca ha tenido. Quizás sea la primera vez en quién sabe cuántos años de matrimonio que el esposo le lleva el desayuno al despertar.

Posiblemente, ella no se haya percatado de que igual le tocaba el derecho al amor; al menos, a un amor diferente.

Ojalá cuando él le consiga la tobillera, después de tanto tiempo para pensar y observar, los primeros pasos de ella no sean hacia la cocina, sino rumbo a mejores maneras de ser querida y de quererse a sí misma.

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