Raíces y cubanía de los vitrales en la Isla (FOTOS)

Raíces y cubanía de los vitrales en la Isla (FOTOS)
Fecha de publicación: 
25 Julio 2016
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Cualquiera que tenga la oportunidad de visitar antiguas ciudades de Cuba y recorrer las calles de sus urbes patrimoniales tendrá la suerte de regalarse la evidente belleza e historia atrapadas en los vitrales de algunas de sus más vetustas y nuevas edificaciones.

   Sus formas casi perfectas y diseños abstractos no ocultan lo necesario de su presencia.

   Lo mágico y lo singular  aparece con ellos en  grandes mansiones, iglesias y escaleras, no solo como elemento decorativo, sino también como acompañante  mediador y apaciguador de la intensa luz del sol tropical,  filtrada en bella policromía de colores hacia los interiores.

   La historia de cómo los vitrales llegaron a formar parte de la composición de la vivienda criolla cubana resulta tan antigua e interesante como la travesía de las diversas influencias culturales que se enr aizaron en esta isla mestiza para conformar nuestra identidad nacional.

   Su variada composición y estructura en metal o madera, sumada a los colores y motivos religiosos de algunas edificaciones remite a las antiguas catedrales de Europa del siglo XII.

   Estudiosos del tema señalan a esa región del planeta como una de las primeras en desarrollar el oficio de envitralar.

   Se afirma que tiempo atrás no existían escuelas que enseñaran tal oficio, sin embargo alarifes y carpinteros fueron asociados a esta práctica  y la transmitieron a ayudantes y aprendices criollos.

   Reproducciones al estilo italiano y español se importaron a Cuba a partir del siglo XVIII, con apogeo durante el siglo XIX, cuando la presencia peninsular comenzaba a dejar su impronta coincidiendo con el desarrollo económico de la Isla.

   Aunque se perdió en el tiempo el artífice primero de este complemento, reconforta saber que ha quedado la huella de sus creaciones.

   Al principio se combinaban solo formas y colores similares o provenientes de tierras del Mediterráneo en las construcciones coloniales, tanto de carácter religioso como civil.

   Los vitrales aportaron belleza y elegancia a la ciudad intramuros y no demoraron en extenderse al resto de las villas fundadas.

   Encajaron con facilidad en los estilos arquitectónicos de las residencias y ganaron espacio en las fachadas, altos ventanales, arquerías de medio punto y habitaciones interiores.

   Sus creadores hicieron derroche de ingenio con el vidrio coloreado, y plasmaron el ambiente cotidiano de la época, con colores tropicales y acabados con motivos geométricos superpuestos en un desenfadado despliegue abanicado.

   Quizás es por ello que los vitrales cubanos resultan atrayentes a simple vista, similares en su sencillez pero diferentes dentro de la entramada que conforman estos encajes de cristal que en ocasiones es imposible clasificarlos en un estilo.

   En la actualidad no son pocas las residencias que han retomado los vitrales como parte de su arquitectura. Inmuebles patrimoniales los preservan y los rescatan del paso del tiempo. Otros espacios más contemporáneos exhiben vitrales que constituyen collage como resultado de la unión de estilos individuales.

   El Salón de los Vitrales de la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio Maceo Grajales, en la Ciudad de Santiago de Cuba; la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, en Camagüey; la Catedral de Cienfuegos y el Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, pueden mencionarse como ejemplos relevantes.

   Artistas del pincel como Amelia Peláez y René Portocarrero  son referentes de ese instinto creador que los llevó a reflejar al óleo y de manera muy personal la belleza de los vitrales, en los cuales conjugaron cubanía y color.

   No son pocos los que se han aventurado a experimentar con las formas y tonalidades de los vitrales hasta trasladar al cristal  obras de la plástica de pintores reconocidos como Oswaldo Guayasamín o Pedro Pablo Oliva, con reconocimiento y aceptación de receptores y especialistas.

   Lo cierto es que este elemento de la arquitectura ya es bien cubano y no corre el riesgo de desaparecer, se apuesta por sus bondades y se posiciona como binomio de otras expresiones del arte en un festín de colores.

   La mirada derrotista de algunos solo ve en esos cristales una suerte de colorete o exceso de maquillaje en añejas ciudades con muros agrietados adonde todavía no ha llegado la labor remozadora. Depende del punto de vista.

   Sin embargo Alejo Carpentier, con su capacidad y sensibilidad para vislumbrar los claros en la oscuridad, en el ensayo La Ciudad de las Columnas los llamó los aduaneros o almojarifazgos de la luz.

   Y es que más allá de la mixtura de cristales y transparencias cromáticas, e imágenes sacras o paganas que reproducen, cuando los vitrales coinciden en patios y habitaciones interiores, allí donde se cierran los arcos con grandes ventanales, la incidencia de la luz solar sobre ellos nos hace partícipe de la fragmentación en diferentes tonalidades que languidecen en el transcurso del día. Todo un deleite para los ojos y los sentidos.

 

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La Iglesia Sagrado Corazón de Jesús en la ciudad de Camagüey resalta por la arquitectura neogótica y sus vistosos vitrales. Esta situada en los alrrededores del Parque José Martí de esta ciudad.

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El interior del Museo Biblioteca Servando Cabrera Moreno, en La Habana, posee también atractivos vitrales.

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El interior del Museo Biblioteca Servando Cabrera Moreno, en La Habana, posee también atractivos vitrales.

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Detalle de los vitrales y las puertas del otrora palacio Valle-Iznaga, hoy Museo de Arte Colonial, conocido también como al Casa de las Cien Puertas, una de las joyas arquitectónicas de la ciudad, en Sancti Spíritus.

 

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Vitral clásico, siempre dándole claridad artística a  las habitaciones en el municipio Cerro.

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Obra del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín,  reproducidas a través de las técnicas del vitral por el artista camagüeyano David Sánchez Prieto en la exposición "Homenaje"

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Hotel Santa Isabel en el Centro Histórico de La Habana, con vitrales de color tropical.

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En el Centro Histórico, Habana 1791 o Museo del Perfume en su entrada también presume este detalle en vidrio.

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