Los últimos viejos del planeta

Los últimos viejos del planeta
Fecha de publicación: 
19 Julio 2016
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Sospecho que integraré las últimas generaciones de viejos que poblarán este planeta. Es usual por estos tiempos encontrar anuncios sobre investigaciones científicas, fármacos  y otras alquimias que, con mayor o menor credibilidad,  pretenden luchar contra el envejecimiento. Entre los más recientes está el de un científico turco-estadounidense que acaba de encontrar lo que llaman “la pastilla de Dios”: revierte las arrugas, la calvicie, la despigmentación del cabello, y se espera que, más avanzada esta investigación, logre revertir el envejecimiento todo.

 
¿Qué podría decir al respecto Pando, con sus 80 000 años de alentar en el estado norteamericano de Utah?  Se trata de un álamo, con el récord de ser uno de los seres vivos más longevos del planeta.

 

Quizás no esté tan satisfecho de luchar durante tiempo por sobrevivir bajo una atmósfera planetaria contaminada, con agujeros en la capa de ozono, aumentos de radiaciones ultravioletas, sequías, guerras... No por gusto también le llaman el Gigante Tembloroso.

 

Hubiera sido interesante –tal vez devastador- poder comunicarse con Adwaita, la tortuga gigante de Aldabra, para conocer qué se siente luego de vivir 255 años.  Lamentablemente, aunque hubieran descubierto tal mecanismo de comunicación, no sería posible, murió en 2006.

 

altElla es Adwaita,  Se dice que la tortuga fue un regalo para el General Robert Clive de la Compañía Británica de las Indias Orientales.

 

Ahora, el  novedoso descubrimiento que se anuncia quizás propicie que mis nietos aun no natos sean abuelos con perpetuas caras de niño, andando por avenidas repletas de jóvenes a lo Dorian Grey. Yo, por mi parte, me asomo cada amanecer al espejo y sonrío con satisfacción a mi recién lavado rostro de medio siglo.

 

Recuerdo que cuando me apareció la primera cana, a los 27 años, le escribí una carta a mi hijo con casi dos años en ese entonces. Le contaba de aquel suceso que acogí con casi asombro y sin desconsuelos. La transcribo, quizás sirva de algo a los biznietos, candidatos a jóvenes perpetuos:

 

                                                                                                      Diciembre 20 de 1992

Hijo mío:

 

Tengo una noticia importante y quiero seas el primero en saberla: a mamá le han nacido sus dos primeras canas. Rebeldes y casi temerarias se alzan anunciando su presencia. Bien, que ahí se queden.

En realidad no me alegran demasiado, son el primer aviso de que el tiempo está pasando, ya tengo veintinueve años y he dejado de ser una jovencita. Cada vez me llaman menos “muchacha” para decirme en su lugar “señora”. Al principio me contentaba, lo recibía como un elogio inmerecido; ahora, lo he ido asimilando tanto, que me resulta indiferente.

 

Me parece que cuando una se alegra de que la llamen “señora” es  porque aún no se siente como tal, pero cuando le da lo mismo es porque en verdad ha empezado a ser una de ésas a quienes los jovencitos  les dicen tías y pasan por su lado como si se tratara de un árbol con pocas hojas o una indicación del tránsito.

 

Bueno, mi niño, qué le vamos a hacer, ahí están mis dos canas anunciándose.

Lo que sí quiero es que cuando seas más grande, te sientas cómodo pasándome el brazo sobre los hombros, y hasta con cierta escondida vanidad de que tu mami sea, sí, una señora, pero arreglada e intentando incluso parecer bonita.

 

Te confieso que no sé cuál será mi sensación cuando te escuche por primera vez llamarme “vieja”, como cariñosamente llaman algunos hijos a sus madres; pero creo que no me acongojará porque seré TU vieja, me habré vuelto vieja a tu lado.

 

Además, el asunto es no sentirse de verdad vieja, por ti, para ti, para poder ser capaz de entenderte y de que me entiendas. Hemos de fabricarnos un calendario privado donde los años y los días sean sólo años-amor, días-ternura.

 

Tú, por supuesto, eres ahora el antónimo de lo viejo. Te escribo mientras duermes, y la claridad de  la lamparita me deja ver tu perfil de cachetes lozanos, labios frescos como pétalos, la mano de jazmín abrazando la almohada. Eres un himno a la vida, hijo mío; el mejor acorde de la Oda a la Alegría.

 

Cálido y vital, recién estrenándote al mundo, nada puedes saber de los pasos del señor tiempo, se viejo barbilargo y con capote que va difuminando colores, estropeando miradas y sonrisas.

 

Claro, tal señor es muy voluble y lo mismo torna sonrisas en muecas que las endulza aún más; lo mismo vuelve algunas miradas torvas o huidizas que las hace hondas y sabias, cual confortables nidos donde uno puede resguardarse cuando se siente desamparado, o demasiado triste.

 

Sé que tu expresión, tu rostro y tu figura cambiarán, así ha de ser en la medida que vayas aprendiendo más y más, conociendo cada uno de los escondrijos que llevamos los humanos dentro. Todo ese saber lo proyectarán tus ojos, tus modos...  Cada gran alegría, cada descubrimiento y derrumbe irán iluminando o ensombreciendo tu mirada, volviéndote abierto o retraído, con la caricia pronta o escurridiza.

 

Y si nada conoces de la vejez, ¿a qué hablarte de la muerte? Sabes, cuando alguna vez hemos pasado junto a un animalito muerto, siempre te he dicho que está dormido; ahora, a los casi dos años, no quiero que de ella conozcas ni la palabra, que nada espantoso te roce siquiera.

 

Ya tendrás tiempo. Sé que cuando leas esta carta habrás aprendido lo que es la muerte. Por cierto, no siempre es espantosa , pero eso lo sabrás después.

 

Una mariposa blanca, breve como un destello, ha caído junto a las cuartillas donde escribo. No me hubiera gustado que la vieras. Quizás contemplarla así, inerte y conmovedora en su albura, sea lo que me ha llevado a estos razonamientos huérfanos de estrellas y sin brisa.

 

Bueno, lo que quería decirte es que nunca dejes que el exceso de sombras o el brotar de canas, eclipsen tu alegría, la espontaneidad y frescura que ahora rebozan en ti anegando con claridades y sonido de campanitas cada rincón de la casa y de mi alma,.

 

Desperté de ser niño, nunca despiertes
Triste llevo la boca, ríete siempre
Siempre en la cuna
Defendiendo la risa pluma por pluma.

 

El poeta español lo dijo de modo exacto, tan hermoso y conciso como hubiera querido decírtelo yo. Eso, defiende siempre tu sonrisa, pluma por pluma. Ríete siempre.

 

Tu mami.

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