Conformación y Evolución del campo religioso cubano

Conformación y Evolución del campo religioso cubano
Fecha de publicación: 
20 Marzo 2012
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La nacionalidad surgió y se consolidó en un largo proceso de aportes de diversas procedencias, distantes tanto geográfica y culturalmente como por su contenido y forma. En esos marcos se conformó el también complejo y a su vez heterogéneo y hasta ambivalente campo religioso cubano, integrado por distintas formas incorporadas en sucesivos modelos socioculturales.

El primer modelo establecido, el aborigen, portaba una religiosidad correspondiente a sociedades agroalfareras y recolectoras, con un marcado referente en la naturaleza. Por razones harto conocidas, la trascendencia de esas culturas autóctonas y de su religiosidad no ha alcanzado la que les fue posible a las culturas mesoamericana e incaica en Latinoamérica.

La dominación ejercida sobre los pueblos antillanos originales, prácticamente de esclavitud, que fue determinante en la desaparición de estos grupos étnicos, tampoco fue semejante al vasallaje al que se obligó a los pobladores indígenas del continente. No obstante, hay elementos para considerar que algunos símbolos y representaciones de las religiones aborígenes sobreviven en creencias de la población.

Los modelos más influyentes en la identidad cultural cubana han sido realmente el hispano y el africano. De esas raíces etnoculturales el cubano actual ha heredado concepciones, preferencias y modos de comportamiento a través de un complejo proceso de transculturación.

Desde posiciones de cultura dominante, el modelo español, cerrado a la modernidad y con fuertes rezagos feudales, importó el catolicismo en tanto religión largamente favorecida y excluyente. Los estrechos vínculos entre la Iglesia Católica y la Corona, reguladas por el Patronato Regio, actuaron en situar al catolicismo dentro de las estructuras de poder y oficialmente privilegiado, al quedar prohibido el judaísmo, impedirse por mucho tiempo el establecimiento de iglesias protestantes y proyectarse, al menos como intención declarada, la desaparición de las religiones portadas por los esclavos africanos.

El siglo XVI fue decisivo en la introducción cultural hispánica y el tipo de su religiosidad predominante, pero también en el establecimiento de las bases estructurales de la economía cubana concebida para la exportación en un esquema monoproductor, cuyas consecuencias todavía hoy se hacen sentir.

Rotas las relaciones coloniales con España, la Iglesia conservó lazos estrechos con la antigua metrópoli decidiendo un estilo español en lo doctrinal, litúrgico y pastoral y en una manera de concebir la sociedad y el lugar de la Iglesia en ella, recuperando en un espacio relativamente corto de tiempo, posiciones hegemónicas por encima de preceptos laicistas de las Constituciones, primeramente de las de la República en Armas y después las republicanas de 1901 y 1940, y de un pensamiento cubano antidogmático, librepensador y anticlerical, aunque no antirreligioso, resultante de los anteriores compromisos coloniales por parte de la Iglesia.

Estas coyunturas, sus propuestas éticas y la actividad en el terreno asistencial, entre otros factores, incidieron en la influencia social del catolicismo; aun cuando deficiencias reconocidas, resultaron desfavorables para un arraigo popular.

El modelo africano comenzó a influir con la llegada de múltiples pueblos extraídos de su medio natural y social en calidad de esclavos, en un prolongado proceso de trata ?negrera?, la cual alcanzó sus momentos de auge después de la Revolución de Haití y la consiguiente destrucción de su producción azucarera.

La conversión de la economía cubana en plantación con una fuerte demanda de mano de obra, determinaron desde fines del XVIII un notable incremento de la importación de esclavos y el crecimiento de la población negra y mestiza, la que llegó a ser mayoritaria según los censos de mediados del XIX, hasta la abolición de la esclavitud –siendo Cuba la última colonia española de América en decretarla.

En función de la cosecha azucarera, como previsión de la reducción de la mano de obra africana, o después de interrumpida la trata, hubo también una inmigración, bajo procedimientos engañosos, de campesinos chinos y negros haitianos y jamaiquinos que prestaron aportes de diversos niveles a la cultura cubana y a su religiosidad.

De África llegaron miles de hombres y mujeres pertenecientes a diferentes pueblos, cada uno con su propia cultura.

Las religiones por ellos portadas tenían en común un referente principal en la naturaleza, coincidente con la cultura agrícola en ellos predominante.

De las religiones africanas originales, en un medio hostil, en tanto cultura dominada, bajo subestimaciones, prejuicios y discriminaciones, derivaron tres grandes complejos religiosos cubanos: la llamada Regla Ocha, más conocida por santería, de procedencia principalmente yoruba; la Regla Conga, denominada también palo monte, cuyo origen se encuentra en las religiones de pueblos con un común antecedente etnolingüístico bantú, y las Sociedades Abakuá, reproducciones de agrupaciones de hombres del Calabar nigeriano con un sentido de ayuda mutua a la vez que una mitología y símbolos religiosos.

En menor medida se conformaron varias formas religiosas de iguales raíces africanas, como la Regla Arará de cimientes básicamente dahomeyanas y otras de extensión más bien local. En conjunto están ampliamente difundidas en la población cubana.

El modelo norteamericano comenzó a influir en la sociedad cubana a fines del siglo XIX, cuando el comercio con la Isla había crecido al punto de presentar índices superiores a los de la Metrópoli española con su colonia y se construían teorías justificativas del expansionismo como la del ?destino manifiesto?, coincidentemente respaldadas incluso por argumentos teológicos acerca de pueblo escogido y tierra prometida.

La ascendencia estadounidense se hizo más efectiva a partir de su intervención en la guerra hispano cubana, frustrando las aspiraciones del movimiento independentista, y al ensayar desde la ocupación militar, y por algo más de medio siglo, un sistema neocolonial al no resultar posible mantener a Cuba bajo un status colonial como si fue el caso de Puerto Rico.

De este modelo proceden dos importantes vertientes religiosas instaladas en el campo religioso cubano: el protestantismo y el espiritismo.

 

El primero fue inicialmente introducido por cubanos justamente calificados de misioneros patriotas al compartir su obra fundacional religiosa con la participación en acciones independentistas.

Más tarde fueron desplazados por misioneros norteamericanos. De este modo, en un curso parecido al portorriqueño, se establecieron las iglesias históricas –episcopal, presbiteriana, metodista, bautistas, cuáqueros, luteranos- y a lo largo del siglo XX arribaron las correspondientes al llamado protestantismo tardío, conformado en su mayoría por expresiones nacidas en las condiciones del capitalismo maduro norteamericano en su plenitud de contradicciones, como el pentecostalismo, el adventismo, los Testigos de Jehová y otras, reproduciéndose la multiplicidad de denominaciones y el inconcluso proceso de escisiones y nuevas fundaciones que caracterizan al protestantismo en Estados Unidos. En la actualidad son 54 las denominaciones protestantes o evangélicas reconocidas oficialmente en Cuba.

El espiritismo, surgido en la sociedad norteamericana de mediados del siglo decimonoveno, aunque teorizado en Europa, llega a Cuba durante las contiendas libertarias difundiéndose con una particular rapidez al tiempo que asimilaba elementos del catolicismo y de religiones de origen africano, con lo que se expresa en dos modalidades, una cercana al teorizado, como el llamado espiritismo científico, y otra cubanizada, sincrética y más asociada a la práctica cotidiana, en la cual se inscriben el espiritismo de cordón y el espiritismo cruzado. Además de Centros y Sociedades espíritas, existen espiritistas que individualmente realizan sesiones y otras actividades en atención a creyentes que acuden a ellos.

Otras influencias culturales, asiáticas, europeas y caribeñas, acompañadas de diferentes expresiones religiosas se han ido incorporando en variadas circunstancias y niveles de influencia, sí bien en general de alcance más bien reducido. Unas asociadas a las antes referidas inmigraciones, como religiones portadas por chinos y yucatecos, escasamente estudiadas, el vodú haitiano y el judaísmo principalmente de migraciones europeas próximas a las dos guerras mundiales de procedencia lo mismo sefardita que esquenazi, y otras que llegaron por disímiles vías practicadas por cubanos sin condicionantes étnicas, como el bahaísmo y más recientemente grupos budistas, islámicos y prácticas yogas.

En los últimos años también se han introducido concepciones dentro de tendencias de influencias orientales conocidas por new age o nueva era, de creciente difusión en el mundo occidental.

Un hecho se destaca en este complejo cuadro religioso en Cuba, y es que ninguna expresión religiosa organizada ha logrado prevalecer sobre las restantes de manera que tipifique la religiosidad del cubano de distintas épocas. Este rasgo hizo pensar a algunos analistas y observadores en diferentes momentos que, en lo que respecta a la religión, el cubano es indiferente.

Realmente en la población cubana ha prevalecido, y prevalece, una religiosidad espontánea, de relativa autonomía respecto a ortodoxias de sistemas religiosos aunque con elementos de varias de ellas, en particular de la santería, el espiritismo y el catolicismo. Es denominable religiosidad popular. Es característico en ella la devoción a figuras consideradas milagrosas, como San Lázaro, la Caridad, Santa Bárbara y otras, a las que los devotos, sin una práctica sistematizada acuden con peticiones diversas referidas a disímiles problemas de la vida cotidiana.

En las diferentes etapas históricas cubanas se han verificado procesos de incremento religioso acompañando momentos de crisis. Ese reavivamiento religioso se advierte con las guerras independentistas de fines del siglo XIX, durante la década de los ’30 del XX con el crack de esos años y el fracaso del movimiento revolucionario, y a finales de los ’50 ante la incapacidad de superar las deficiencias del sistema neocolonial, lo que se agravó con la represión de la dictadura en el poder ante el auge revolucionario. El último de tales incrementos se produce a lo largo de los ’90 en medio de una crisis económica comúnmente conocida por período especial.

Este reactivamiento religioso tiene indicadores cuantitativos y, más importantes, cualitativos. Se comprueba por aumentos en la asistencia a actividades religiosas y de membrecías de agrupaciones religiosas; por la creación de nuevos grupos religiosos y la difusión de nuevas modalidades como las de un carismatismo extremo. En general la religión alcanza un mayor nivel de influencia social; las iglesias amplían su espacio social, sus publicaciones, sus posibilidades de actuación fuera de los templos y su intervención en obras sociales.

Los creyentes reportan una significación más alta de la religión en su vida personal. Algunos de estos indicadores, en especial los cuantitativos, comienzan a presentar un estancamiento o decrecimiento concurriendo con una cierta recuperación económica en la segunda mitad de la década, lo que puede sugerir un movimiento de estabilización en los niveles de religiosidad.

Fuente: Fuente: COMPENDIO INFORMATIVO VISITA PASTORAL DE BENEDICTO XVI (CIP)

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