Yemen: Tratan de silenciar el genocidio imperialista

Yemen: Tratan de silenciar el genocidio imperialista
Fecha de publicación: 
24 Abril 2016
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Escribir sobre Yemen no es fácil, porque la información es escasa, confusa y no confiable, pero se conoce que Londres se ha embolsillado centenares de millones de dólares por el armamento vendido a Riad, con el fin de “afinar” el exterminio.

Ya aviones estadounidenses, alguno de ellos con pilotos mercenarios, habían dejado su estela de muerte, mientras el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se quejaba de que no podía enviar ayudar humanitaria al pueblo yemenita, debido a los bombardeos, pero condenaba al movimiento Ansarolá, que combate la agresión, por utilizar métodos que calificó de terroristas.

La destrucción sistemática del suelo yemenita ya ha causado unos 32 000 muertos y heridos, epidemias y una situación de hambruna que se generaliza.

A la matanza encabezada por Arabia Saudita se ha sumado activamente Emiratos Árabes Unidas, que, sin embargo, ha tenido que utilizar a la organización mercenaria estadounidense BlackWater -de extenso historial de crímenes en Iraq-, debido a las fuertes bajas que les ha causado el combativo movimiento guerrillero de los huzíes.

Origen

Desde el principio, los medios de comunicación occidentales trataron de enmascarar una revuelta contra un presidente impopular, con la idea de que el conflicto se libraba entre Irán y Occidente y sus aliados. Nada más lejos de la verdad.

Todo se debe al intenso odio de la familia Saud contra un pueblo que lo derrotó políticamente, al deponer un gobierno aliado, que estaba dispuesto a convertir la nación en un protectorado saudita dentro del orden neocolonial que Estados Unidos quiere para la región.

Es decir, no es un genocidio “por gusto”, independientemente del odio de la monarquía saudita, que ya se conoce contra el gobierno de Bashar al Assad, en Siria,  y como lo fue contra Saddam Hussein en Iraq y Muammar el Ghadaffi en Libia.

Para deponer al régimen proimperialista y saudita, Abdul-Malik al Huzi, un joven rebelde de 33 años, ordenó a sus hombres rodear la casa del presidente Abed Rabbo Mansour Hadi, logrando ponerlo bajo arresto domiciliario sin apenas usar la fuerza. Nadie lo defendió. Acababa una crisis política que había durado meses. Hadi se había resistido a firmar un acuerdo político de unidad nacional como le proponían otras fuerzas políticas.

Pero la anhelada paz nunca llegó, porque las fuerzas imperialistas decidieron destruir al movimiento rebelde y cualquier vestigio de gobierno popular.

Riad y Washington no estaban dispuestos a aceptar su derrota. Un gobierno independiente significaba otro nuevo revés en una situación en que su archienemigo iraní no hacía más que fortalecerse en Iraq, Siria o el Líbano.

El primer ataque aéreo saudita que comenzó a finales de marzo del año pasado, fue preparado con un aviso de barbarie. Unos días antes 300 feligreses murieron a consecuencia de explosiones producidas por ataques suicidas dentro de las mezquitas zaydíes de Al-Badr y Al-Hashooh en Sanaa. El ataque fue reivindicado por el Estado Islámico, hasta entonces inexistente en Yemen.

Cuando los bombardeos comenzaron, Al Qaeda puso precio a la cabeza de Abdul-Malik al Huzi. Por primera vez desde la primera guerra de Afganistán, Arabia Saudita, Estados Unidos y esa organización terrorista estaban combatiendo en el mismo lado. En ese contexto, los ataques de los drones de EE.UU. contra esa entidad pararon.

A ello se sumó el silencio de la Unión Europea, que hasta hace poco participaba en guerras supuestamente por “razones humanitarias”.

Es difícil saber si los bombardeos han cumplido sus objetivos militares por la sencilla razón que se desconocen, no han sido anunciados por los generales sauditas. Las bombas pueden haber destruido equipo militar, depósitos de misiles y cuarteles, pero a un costo social muy elevado.

Los bombardeos parecen más un castigo, una especie de terrorismo de Estado al estilo de los ataques suicidas de Al Qaeda  y del Estado Islámico contra la población, con explosiones indiscriminadas, que un ataque militar racional dentro de lo limitado que una guerra tiene de racional. Se han destruido fábricas de alimentos, viviendas y otras infraestructuras, y su prolongación ya crea una catástrofe humanitaria.

Yemen es el país más pobre del mundo árabe, que necesita importar comida para alimentarse. El 40% de su población es analfabeta y el 50% esta mal nutrido. Un boicot naval como el que mantiene Riad ya produce la hambruna. Faltan doctores, medicinas y equipos médicos.

A todo esto, la ya mencionada UE se arrastra los pies de Riad para vender más armas y, como también informamos, el Consejo de Seguridad condena a los bombardeados, no al agresor, como casi siempre hace.

Entre las ruinas, sin embargo, sigue una resistencia que ha infundido históricamente temor a la satrapía saudita, el principal brazo agresor del imperialismo contra Yemen.

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