DE CUBA, SU GENTE: La cueva del calculado sufrimiento

DE CUBA, SU GENTE: La cueva del calculado sufrimiento
Fecha de publicación: 
16 Marzo 2016
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Se llama Benny y tiene la poca tradicional dicha de, con 24 años, vivir solo en una casa de cuatro cuartos y tres baños en lo más céntrico del Vedado. Pero, ¡oh, marcado destino!; su dicha tiene grietas: Benny está ahora ingresado en la sala de Psiquiatría del Hospital Fajardo… también en el Vedado.

Vive convencido de que en cada uno de los cuatro cuartos de su casa viven monstruos. Monstruos implacables, con los dientes picados y pasos contundentes, que lo despiertan en la noche... Pero solo los días impares. Los pares, no. Esos son días en que Benny toca guitarra y estudia tercer año de Medicina.

Son los monstruos, dice Benny, los que mataron a su familia. Primero a la abuela, de cáncer. Luego al hermano, de una enfermedad degenerativa. Por último, a la madre, que por culpa de los monstruos se clavó un cuchillo en el abdomen.

—Una mambisada —opina Benny.

Voy a verlo al hospital Fajardo y los médicos me piden que me quede el mayor tiempo posible en la visita. Debe tener siempre una compañía, pero, sin familiares vivos, no hay nadie que se preste.

La habitación donde duerme no tiene ventanas. Cuando me le acerco, está golpeando con ambos puños el suelo:

—No hay más que un modo de dar en el clavo, y es dar cientos de veces en la herradura —me dice.

Me siento a su lado sin decir nada. Con el paso de las horas, algunas visitas. Pero nadie se queda más de cinco minutos. Inventan excusas para justificar su brevedad, y los entiendo: la habitación es hermética y opresiva.

La enfermera, procaz y poco ortodoxa —quizás salida de algún cursillo emergente—, comenta cuán solos y sin amigos estamos todos en la vida. Pero Benny, que la escucha, vive un día par:

—El hombre nace libre, responsable y sin excusas —expresa, casi canta.

Con la más suave de las pláticas, trato de advertirle a Benny que ingresado en esa sala, es poco probable que pueda continuar con su carrera de Medicina.

—Solo necesito cambiar de casa, ¿sabes de alguien que quiera la mía?

—¿Hablas de permutar? —pregunto.

—Pero no le mientas a la gente. Diles la verdad; diles de los monstruos.

—¿Los monstruos?

—Sí, diles que aparecen por la madrugada, los días impares.

No le respondo, pero me acomodo en el asiento junto a su cama. No lo pienso dejar solo esta noche: a partir de las doce, será día impar.

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