MIRAR(NOS): Matrimonio y divorcio, como para no dormir

MIRAR(NOS): Matrimonio y divorcio, como para no dormir
Fecha de publicación: 
15 Enero 2016
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 Seguramente existen muchas razones para los divorcios, pero la principal es y será la boda.

Jerry Lewis

 

Cuando aún yo no figuraba ni en el proyecto de vida de mis abuelos, con mayor exactitud en el año 1960, Frank Sinatra «La Voz», Dean Martin y Deborah Kerr protagonizaron la película Divorcio a la americana. El argumento se basa en la historia de una pareja que decide darse una segunda luna de miel, so pretexto de salvar su matrimonio. En lo que resulta, diría yo, un strike cantado, el ultimátum no funciona y acaban divorciándose.

 

La primera vez que Marilyn Monroe firmó con su nombre real, Norma Jeane Baker, un acta matrimonial, apenas tenía 16 años. Le duró cuatro; en 1946 volvió a firmar junto al escritor James E. Dougherty otro documento: su acta de divorcio, pues la compañía 20th Century Fox le exigió a la joven Norma ser soltera como condición indisoluble para poder acceder al contrato. Dougherty estuvo de acuerdo, pero la relación, como supondrán, se acabó no únicamente en el papel.

 

Después, ya lo sabrán, contrajo nupcias con el pelotero Joe DiMaggio y, aunque mucho se especuló sobre su relación con Kennedy, lo cierto es que volvió a casarse, sí, pero con el dramaturgo estadounidense Arthur Miller.

 

Más allá de la ¿mala suerte? en el amor de la protagonista de Los caballeros las prefieren rubias (1953), sería bueno profundizar sobre el divorcio y lo que le sigue.

 

Supongo que cuando, en términos legales, fue asentado por primera vez en el Código Civil francés, allá por 1804, constituiría toda una anomalía asumirlo como una necesidad natural; sobre todo porque por mucho tiempo se habían enseñoreado a nivel de planeta diferentes doctrinas eclesiásticas que no aprobaban la disolución de una relación conyugal.

Está claro: eran tiempos muy distantes, ¿qué pensarían los altos representantes de las distintas denominaciones, si fueran testigos de los caminos (en cuanto a relaciones) adoptados como parte del postmodernismo y/o la evolución de las sociedades? Téngase en cuenta que en aquel entonces, seguir los postulados preconfigurados por la Iglesia no era una elección… prácticamente iba contra la ley cualquier corriente contraria.

 

Ahora, por supuesto que me resulta cómodo, como a usted, seleccionar estos tópicos. Si bien izo la bandera en defensa del amor a toda costa, romántica hasta los huesos como me autoproclamo, como otras veces he reseñado, el más universal de los sentimientos, al igual que el día (si bien no tan rápido), acaba. En consecuencia, no me parece saludable resistir o quedarnos sentados esperando a ver si todo cambia.

 

A estas alturas, quizás ya minimizó esta ventana porque, igual, puede ser que no crea ya en el matrimonio como institución, debido a que un papel firmado, para usted, tiene la misma importancia que los avances televisivos de Dora la exploradora.

 

Y las peripecias de la niña defensora de la naturaleza se le antojan tan poco estridentes como el incremento en el agujero de la capa de ozono o el agotamiento de la atmósfera terrestre… ¡los vislumbra tan lejanos o imposibles como la existencia de vida en Saturno!

 

Pero no voy a disertar aquí sobre la postura adecuada respecto al acta notarial que declara, a ojos invisibles, que usted le «pertenece a alguien». El susodicho documento, eso sí lo remarco, no es garantía de nada, y muchísimo menos de eternidad en la novelita rosa que vive (o no) hoy, este 15 de enero de 2016.

 

Aquel que por primera vez se acerque a esta columna, escribirá PESIMISTA en un papel en blanco y debajo mi nombre. Sepa quien así piense, que me ubico en el bando de aquellos que ponen por obra sus pensamientos y dan mayor realce a los hechos que las palabras, y el matrimonio firmado ya no es moda y sí harina de otro costal. Es, resumiendo, una cola inmensa para las dos firmas consiguientes.

 

No existe un termómetro para medir sentimientos, así que nadie podrá, por mucho esfuerzo, medir mayor o menor compromiso en aquel que apueste por la unión consensual.

 

Además, si se une legalmente, llegado el momento (si llega), otra vez tendrá que hacer la extensa fila para patentizar la disolución. Me salvo de cualquier crítica alegando que no se trata de vivir pensando en la ruptura, pero con los tiempos que corren y los truenos a nuestros oídos, ¿quién se atreve a dormir?

Comentarios

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