¡Que le meta!

¡Que le meta!
Fecha de publicación: 
7 Diciembre 2015
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«¡Que le meta y bien, que le meta!», decía y corría junto a todos.

«Están pa’llá», y las decenas de muchachos de secundaria, con sus uniformes, corrían en la dirección indicada por aquel.

«¡No, dicen que doblaron aquella esquina!» Torcían todos entonces, tomando el rumbo contrario. Los celulares en alto, listos para grabar.

Se empujaban, se gritaban. Y seguían corriendo como una horda enloquecida. Los transeúntes se hacían a un lado, con susto primero, y luego curiosidad.

Había terminado la sesión de clases de la mañana y dos alumnos se iban a fajar en la calle.

Sus compañeros de aula, de escuela, les seguían la pista en tropel desbocado. Pero no era para impedir que se golpearan. Querían disfrutar del espectáculo. Y grabarlo.

El barrio completo se volvió un sobresalto al ver la desbandada de adolescentes. Algunas madres sintieron que el susto se les trepaba al pecho: «¿será el mío?»

Había alegría en sus rostros. Se les veía ávidos, enervados por el inminente encuentro de dos muchachos como ellos, que probablemente rodarían por el suelo, trenzados a puñetazos, la sangre de un labio o una ceja partida mancharía la camisa del uniforme. Ellos no se lo querían perder.

Al contemplarlos, se superponía otra a aquella escena: un anfiteatro romano donde en las gradas reinaba el delirio, el paroxismo, contemplando a los gladiadores que se destrozaban.

Y pensé en lo que dejara apuntado un cubano sabio, que ya no está:

«La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente con el magno universo.

«Este es el lenguaje que el mundo está olvidando y que nosotros no podemos olvidar, porque está en la raíz de nuestra cultura. Si lo olvidamos, nos quedamos vacíos».

Lo escribió Cintio Vitier en 1994. Han pasado 21 años y seguimos olvidando.

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