Cubanas a mitad de la escalera

Cubanas a mitad de la escalera
Fecha de publicación: 
25 Noviembre 2015
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Oslayda (no es ese su nombre real) me mira con los ojos desbordados de lágrimas, que sí son bien reales, y una vez más repite:

—He abandonado mi hogar, no me lo perdono.

Dos años atrás, la última vez que la vi, su imagen era la de una persona destruida, y así se sentía. Su matrimonio de casi dos décadas hacía agua de proa a popa: el marido la engañaba con una muchacha joven.

En medio de aquella crisis, conoció a un hombre, ambos se enamoraron, y Oslayda, luego de mucho pensarlo, se decidió finalmente a empezar una nueva vida en casa de su nueva pareja.

Pero ahora, cuando volvimos a encontrarnos, confesaba encontrarse igual o peor que al principio de su conflicto matrimonial. Sentía rodar sus 49 años cuesta abajo.

—Sí, mi amiga, la nueva relación va bien. Pero lo que he dejado atrás… Mi marido de tantos años, mis dos hijos, que aunque son hombres ya, igual me necesitan, mi casa… Aquello está que es un caos: la ropa sucia no cabe en el cesto; el baño parece una cloaca; el cuarto de Jesusín, el mayor, parece... no sé ni qué decirte; y a Humberto, mi ex, le ha salido un uñero que no puede casi ni cerrar la mano. Pobrecito, cuando el otro día llegué, estaba exprimiendo un calzoncillo, y se veía que estaba pasando un trabajo… No tiene perdón lo que he hecho, a la verdad.

Mujeres en el veril

Los expertos llaman mediana edad o edad media a la comprendida entre 40 y 59 años.

Pero Oslayda, licenciada en Enfermería, usa una denominación diferente: «Yo estoy en el veril».

Si por veril se entiende ese desnivel de la plataforma marina donde las aguas se vuelven más oscuras —visto de lejos se aprecia muy bien—, entonces la definición de esta cubana resulta bien gráfica.

Y «en el veril» sobrenada hoy, según el Anuario Demográfico de Cuba 2014, casi la tercera parte de las mujeres cubanas, a resultas del boom de natalidad ocurrido en los años 60.

De ahí que, restando los matices individuales, las vivencias y estados de ánimo de la enfermera no resultan una excepción.

Y cada vez lo será menos, considerando que para 2045 el país tendrá una edad mediana de 52,7 años, lo cual equivale a que para esa fecha, el 50 por ciento de la población tendrá más que esa edad, de acuerdo con las proyecciones calculadas por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información para el período 2007-2025.

De acuerdo con la doctora Ada Caridad Alfonso Rodríguez, psiquiatra y subdirectora de la revista Sexología y Sociedad, en su texto «La salud mental de las mujeres de mediana edad», que integra el volumen Climaterio y menopausia. Un enfoque desde lo social, «la construcción permanente de la identidad femenina gira en torno a “la responsabilidad por el cuidado de los otros”, “la prestación de servicios”, ser para otros y el “yo en relación”».

Sin desconocer las conquistas de las cubanas en lo social, las cuales incluyen muchas veces un doble filo, esta vicepresidenta de la Sociedad Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad precisa: «existe una alta tendencia a su maternalización, una suerte de extensión de la maternidad a los-las otros-otras: la pareja sexual, los hijos e hijas adultos, los ancianos y ancianas de la familia, los compañeros y compañeras de trabajo. Esta maternalización (…) introduce costos emocionales cuando en el dar y recibir no quedan satisfechas las expectativas depositadas en esos vínculos».

Justo por ello es que Oslayda repetía aquello de «con todo lo que yo hice por el padre de mis hijos; yo que gasté toda mi juventud atendiéndolo y cuidándolo, ¡¿cómo me iba a engañar, chica?! Fue por eso que lo dejé, pero ahora, no puedo con la culpa al ver lo abandonados que están él y mis hijos, mi casa».

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Nótese que ella en sus quejas no hace mención del amor que le entregó, sino de cuánto lo cuidó. Esa condición de perpetua cuidadora es a la que alude la estudiosa Alfonso Rodríguez, conocedora de los altos costos que esto lleva consigo, como experta latinoamericana en Climaterio y Menopausia.

Porque junto a ese estar pendiente de las necesidades de los otros, en la mujer de mediana edad conviven muchas veces sentimientos no extrovertidos de fracaso y baja autoestima a partir de expectativas y proyectos de vida que nunca llegaron a materializarse por siempre posponerlos.

A esa identidad lacerada aportan también su signo negativo los criterios de quienes rodean a la mujer, victimizándola y conspirando contra su concepción de lo que debía su bienestar.

De ahí que a la protagonista de este texto, cuando decidió terminar con su matrimonio y empezar de nuevo, no le faltaron miraditas y también comentarios de reproche hasta de sus más cercanas amistades y parientes. «¿Tú lo pensaste bien? Es tu matrimonio de toda una vida, son tus hijos», le preguntó su hermana a raíz de la separación, y con la interrogante le movió fuerte el piso a Oslayda haciéndola dudar, arrepentirse, e incluso incriminarse.

Sucede que, al decir de la ya citada investigadora, «dependencia, inseguridad y autoestima baja son una tríada que, inexorablemente, se expresa en incapacidad para la toma de decisiones y el ejercicio de la autonomía por las mujeres».

Entre sábanas

Algo que la enfermera no ha comentado, ni siquiera con su hermana, es que tampoco entre sábanas las cosas iban bien con quien fuera su esposo.

A pesar de no tener que cuidar a ningún anciano o discapacitado en la familia —lo que se va convirtiendo en algo habitual dentro de esta población cada vez más envejecida—, el solo hecho de cumplir con su demandante jornada laboral, lo cual no es poca cosa, y luego emprenderla con su otra jornada en el hogar, atendiendo a tres hombres, sus dos hijos adultos y el marido, hacían de Oslayda un despojo cuando llegaba la hora de ir a la cama.

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Lo último que la mujer deseaba cuando por fin dejaba caer su humanidad sobre el colchón era tener sexo. Sin darse cuenta, su entrega a los otros le estaba haciendo posponer también ese importante disfrute y, en general, la relación con su marido como un espacio de placer e intercambio.

No pocos aseguran que la menopausia y el climaterio son los responsables de esa ausencia de deseo, pero habría que considerar «la experiencia de vida de las mujeres en su cotidianidad», apunta la experta Alfonso Rodríguez.

La psicóloga y sexóloga Celia Sarduy Sánchez se suma al punto de vista de esa colega y asegura, a propósito de esa subjetividad femenina de la edad mediana, donde el ser para otros se antepone al ser para sí, que «el mito de mujer igual a madre y el mito de la pasividad erótica femenina tienen una influencia determinante en la sexualidad de la mujer en edad madura, porque desdibujan, desubican y desarticulan el disfrute de la sexualidad en esta etapa del ciclo vital».

A ello se agregan los varios duelos que experimentan: el de maternidad, ya concluyó su etapa fértil, o está a punto de hacerlo, y a esto se suma la partida de los hijos —que si no es en términos concretos de traslado hacia otro hogar, sí lo es en cuanto al control e interdependencia entre ambos. Por otro lado, están también los duelos por los divorcios, que en oportunidades acontecen por infidelidades del esposo con una mujer más joven, y también se cuentan los duelos en el sentido literal del término a causa de la pérdida de seres queridos como los padres, y a veces el propio esposo —recuérdese que en Cuba las mujeres rebasan en esperanza de vida a los hombres. 

 
Se agrega a estos otro no menos dramático que los anteriores: el duelo por la belleza física perdida. Ya la piel no es tersa, ni el cuerpo, ni el rostro, ni el cabello, son los mismos. Se impone entonces un nuevo capítulo de aceptación de la imagen de sí mismas y un aprender a quererse tal como son pasados los cuarenta y aún los cincuenta, lo cual no siempre transcurre sin dolores.

Las soluciones no están en la farmacia

Es innegable que la mujer de edad mediana vivencia modificaciones en su cuerpo a resultas de los años vividos. Su etapa fértil termina. Pero ello no es sinónimo de enfermedad o minusvalía, según subrayan muchos estereotipos del mundo occidental.

Varias investigaciones a propósito de este tema, incluyendo las efectuadas en suelo cubano, «no siempre coinciden con esta visión denigrante de la menopausia, y sí con el estrés y con las sobrecargas generadas por el desempeño de múltiples roles, asignados por la sociedad en función del sexo».

Lo asegura la profesora titular, doctora y antropóloga Leticia Artiles, quien suscribe lo planteado en este orden por su colega, la también antropóloga doctora Margaret Lock, profesora emérita del departamento de Estudios Sociales de Medicina de la Universidad McGill, en Montreal: «Al parecer, las variaciones de la sintomatología climatérica y la morbilidad asociada, responden más a los patrones culturales, al estilo de vida y a la forma personal de enfrentamiento que a las deficiencias hormonales que caracterizan esta etapa».

De ahí que las angustias, dudas e insatisfacciones de Oslayda —quien en lo más íntimo de su ser se sigue considerando la eterna cuidadora de sus hijos ya adultos y del padre de los mismos—, no se solucionan con recetas de psicofármacos o de hormonas, o con los consejos de una amiga.

Su depresión, ansiedad y otras malas yerbas, no son una consecuencia de la menopausia que atraviesa. En verdad, responden más a estereotipos y condicionamientos de género, que a los reajustes metabólicos y hormonales.

Por eso, hace falta entender esa etapa de la vida femenina —atendiendo a la esperanza de vida, más de la tercera parte de la vida de las mujeres transcurre después de la menopausia— como un tránsito muy personal, sin estándares ni mitos.  

Comprender que en esa edad mediana, etapa de cambios en lo biológico y social, es también cuando las mujeres desempeñan muy importantes funciones en los ámbitos familiar y público, tendentes a incrementar su estrés y otros signos negativos. Pudiera resultar buen punto de partida para el planteo de estrategias y acciones que, en vez de pastillitas o consuelos, tributen a su calidad de vida.

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