Estado Islámico, mutación macabra

Estado Islámico, mutación macabra
Fecha de publicación: 
2 Octubre 2015
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Catorce años después del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, dos cruentas, devastadoras y costosas guerras en Afganistán e Irak, la destrucción de los equilibrios confesionales y de las estructuras de poder y seguridad en el Oriente Medio y África del Norte, el único saldo tangible del aventurerismo político occidental es la aparición del Estado Islámico, devenido amenaza global.

 

Decenas de organizaciones terroristas antiguamente dispersas, desconectadas y financieramente precarias, se han fusionado o concertado hasta convertirse en una temible fuerza ramificada y con seguidores en diversos puntos del planeta e incalculables recursos. Ante ese fenómeno todos los esfuerzos, incluidos los de una poderosa coalición antiterrorista encabezada por Estados Unidos y a la cual, de hecho  acaba de integrarse Rusia, han resultado ineficaces.

 

Las causas de ese acontecimiento son una combinación del atraso secular que afecta a los países de la región entre los cuales, tras miles de años de historia, querellas y predominio de la religiosidad vinculada al poder y de nefastas experiencias coloniales y neocoloniales, no ha florecido ninguna democracia ni sobrevivido ningún proyecto genuinamente popular.

 

A ello se suman monumentales errores estratégicos de Estados Unidos y sus aliados europeos que al derrocar a gobernantes autoritaritos como Saddam Hussein o Gadafi, con el agua sucia botaron la criatura.

 

Hoy día cuando no hay ningún país del Oriente Medio completamente en paz ni seguro y el Estado Islámico, la fuerza militar más eficaz y letal de todas las que operan en la región, se ha apoderado de una tercera parte de Irak, la mitad de Siria, y cuenta con bases y células en varios países árabes, el Kurdistán, África del Norte, Asia Central, incluso Rusia, China y occidente, las acciones contra ese engendro son notoriamente ineficaces.

 

La mala noticia es que ningún esfuerzo desde el aire, incluso si fuera realizado por una coalición mundial integrada por todas las grandes potencias, incluidas Rusia y China, los estados árabes, Israel e Irán podrán tener éxito contra las huestes del Estado Islámico y solo conseguirán hacer polvo ciudades, poblados e infraestructuras ocasionando miles de bajas inocentes y condenando a la pobreza a millones de personas.  

 

El carácter de las fuerzas y los métodos criminales del Estado Islámico, la sanguinaria brutalidad de sus operaciones contra poblaciones, prisioneros y rehenes, unido a la capacidad de operar de modo clandestino y con agentes suicidas, hace difícil la lucha contra un enemigo que constituye una diabólica innovación.

 

A esos factores se suma la debilidad e ineficacia de las fuerzas, los mandos militares y los gobiernos de los países afectados, principalmente Irak, Siria, Libia, Yemen, cuyas estructuras e instituciones estatales, especialmente las de poder, seguridad y orden público están anuladas y sus sociedades divididas y enfrentadas por confrontaciones sectarias y tribales. Tales circunstancias hacen fracasar los esfuerzos para reforzar sus capacidades mediante instructores, asesores, equipamiento o financiamiento.

 

Por otra parte las operaciones terrestres en gran escala en Irak, Afganistán, Siria, Yemen, Libia, el Kurdistán, zonas de Nigeria y Níger y otros países son impensables, entre otras cosas porque a diferencia de la coalición anti nazi que en los años cuarenta unió a Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética contra Hitler, el enemigo es hoy menos identificable, más sutil y más extendido y los aliados menos  creíbles. El fascismo fue un cáncer, el Estado Islámico una metástasis. Allá nos vemos. 

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