Los retos de la educación en Cuba

Los retos de la educación en Cuba
Fecha de publicación: 
1 Septiembre 2015
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Hoy comienza el nuevo curso escolar. Todos los estudiantes en Cuba tienen garantizada la enseñanza, de manera universal y gratuita. Pero la educación en la isla tiene retos que deben ser asumidos por el conjunto de la sociedad.

Cuando este martes abran las escuelas en Cuba, todas las aulas tendrán un maestro. No están cubiertas todas las plazas de profesores en el país, ni todos los profesores tienen el nivel que se desearía, pero ningún alumno se quedará sin recibir sus clases.

Ante la falta de profesionales en el sector se han ensayado varias alternativas: contratos a maestros jubilados, reorientación de profesionales de otros ámbitos e, incluso, muchos estudiantes universitarios asumen el magisterio como trabajo social y fuente extra de ingresos.

Lo ideal sería que todos los maestros en Cuba fueran graduados en la universidad, ese fue el objetivo durante muchos años, particularmente en la década de los ochenta. Pero el Período Especial, que aún no concluye, marcó el comienzo de un éxodo que afectó la calidad de los procesos educativos.

Con todo, el nivel de la enseñanza en Cuba, en todos los ámbitos, es uno de los más altos del continente. Y no es propaganda esgrimida por las autoridades nacionales, es una realidad certificada por las organizaciones internacionales que se ocupan del sector.

Pero resulta evidente el deterioro en algunos aspectos. Muchas familias, inconformes con la labor de los maestros de sus hijos o con el aprovechamiento de lo que se imparte en la escuela, han sentido la necesidad de buscar “repasadores” particulares, una figura poco habitual hace algunas décadas.

No se puede negar que una parte de los maestros que ejercen la profesión en Cuba no reúne todas las condiciones para pararse delante de un aula. La lógica pudiera parecer conformista, pero es una lógica que se impone: mejor alguien “regular” que nadie.

Porque una actividad que demanda, primero que todo, un gran sentido vocacional, una sensibilidad e innegable rigor formativo, ha quedado en buena medida como cuarta o quinta opción para los alumnos que no alcanzan otras carreras por sus bajas notas en los exámenes de ingreso a la educación superior.

El asunto no fuera tan grave si no estuviéramos hablando de una de las profesiones más importantes en la sociedad. Suena tremendista, pero es una verdad del tamaño de un templo: sin educación no hay futuro.

Los problemas de la enseñanza en Cuba no competen solo a los profesionales del sector, a las organizaciones gremiales y estudiantiles, o a las autoridades ministeriales. Es un tema que afecta (y tendría que comprometer) a la sociedad en su conjunto, al entramado todo de la nación.

Nuestros maestros y profesores están mal pagados. No es una noticia: buena parte de los profesionales en Cuba reciben por su trabajo salarios por debajo de sus necesidades. Pero en muchos sectores es posible encontrar alternativas de ingresos. El pluriempleo, por ejemplo.

Un maestro de primaria, que es el eslabón básico de la cadena, tiene que dedicarse exclusivamente a sus alumnos. No tiene tiempo para nada más. ¿Cómo lidiar entonces con las demandas del día a día?

Algunos se escandalizan porque los maestros acepten regalos de los padres de sus alumnos. Teniendo en cuenta la importancia de su trabajo, no vemos mal que sean estimulados de ese modo, siempre y cuando el regalo no implique el establecimiento de jerarquías y privilegios artificiales e injustos.

Pero lo cierto es que los regalos no resuelven los problemas esenciales. Se impone un aumento progresivo de los salarios (o el aumento de la capacidad adquisitiva de los salarios, algo mucho más complejo), medida que por el momento no parece factible.

Son muchos maestros, el monto sería enorme, teniendo en cuenta que el país ya destina a la educación una parte considerable del presupuesto nacional. Pero no nos cerremos al debate. Quizás sea hora de repensar algunas estrategias, sacar mejor las cuentas:

¿Cuánto influye la educación primaria, secundaria, media y superior en la concreción económica del país? Si de verdad se pudiera medir en números, seguramente algunas ecuaciones cambiarían sensiblemente.

No podemos renunciar —y está claro que no renunciar es un asunto de interés nacional— a que todos y cada uno de los ciudadanos reciban la educación que necesitan y merecen. Pero todos los sectores —incluso, el emergente sector privado— tendrían que contribuir más efectivamente a la calidad de los procesos educativos.

La comunidad (sus actores) tiene que aportar más a la escuela. Hay que establecer, por supuesto, maneras que no afecten la integridad del ejercicio meramente profesional y ético. Nadie habla aquí de injerencias de actores externos.

El sector de la salud recientemente fue objeto de un aumento integral de los salarios. No es suficiente, pero es algo. Y en buena medida está sustentado con el trabajo de los colaboradores cubanos en el extranjero. Los maestros están esperando el suyo. El presidente Raúl Castro se ha referido en más de una oportunidad a esa demanda.

Resuelto ese problema de fondo, estaremos en mejor disposición de acometer transformaciones que ameritan los programas de estudio. En tiempo de múltiples diálogos intersectoriales, la escuela debe abrirse más al contexto.

Son importantes, claro, las clases y conferencias que se reciben en un aula. Pero no lo son menos las experiencias prácticas, que consoliden conocimientos y establezcan lazos creativos con otras instancias sociales.

Una y otra vez se ha dicho que la escuela está llamada a ser el principal centro cultural de las comunidades. Esa idea implica que desde la escuela se irradien aportes concretos, que trasciendan las necesidades puntuales de las matrículas. La educación nunca es mera formalidad.

Este septiembre cientos de miles de niños y adolescentes de todo el país comienzan un nuevo curso escolar. Todos tienen garantizado el equipo básico: libros, libretas, lápices, uniformes, mobiliario…

La distinción la pondrán los maestros, profesores y auxiliares, que se cuentan por miles. Merecen todo el reconocimiento, pues ejercen uno de los más nobles oficios. La sociedad tiene una deuda con sus maestros. A la larga, es impagable; pero nunca serán demasiadas las satisfacciones que se les propicien.

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