La cola y los mastozoológicos en Cuba

La cola y los mastozoológicos en Cuba
Fecha de publicación: 
16 Abril 2015
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Salimos bien tempranito, pero a pesar del madrugón, ya había una multitud ante la puerta esperando a que abrieran.

 

Es seguro que si a Hércules le ponen entre sus doce trabajos encontrar el último de aquella cola, ese sí que no lo hubiera vencido.

Nosotras, luego de preguntar en voz baja, no tan baja, alta, muy alta y a grito pela’o, finalmente lo logramos ―creo que al hijo de Zeus su educación le impedía vociferar.

Luego de abierto el establecimiento y transcurrida la primera hora, la cosa no avanzaba. Nada.

Y empecé a descubrir que en aquella cola maldita se habían concentrado todas las mañas posibles para violentar el orden. Estaba la que había marcado para tres compañeras del trabajo ―y al final llegaron seis, la oficina completa.

 

banco de cuba

 

cola para los cajeros automaticos

No faltaba el personaje que se te arrimaba y te proponía bajito: tía, ¿quiere comprar un turnito? Porque hasta turnitos había, pero esos eran nada más para los primeros cien, y nosotras éramos… no sé.

También podía encontrarse la señora entrada en años que no sabía atrás de quién iba, estaba perdida, y pujaba por alcanzar un buen lugar. Primero trató delante de una que solo le soltó un amenazador «¡¿qué-qué-qué?!», haciéndola abandonar de inmediato el intento; luego, delante de otra que casi se sabía hasta el número de identidad de los cinco que iban delante de ella y también de los cinco que iban detrás, con lo que no le dio oportunidad ninguna a la «equivocación». Finalmente, lo consiguió delante de una parejita que, con tanto beso y abrazo, le daba lo mismo que se hubiera puesto antes que ellos toda una escuela primaria.

cola coppelia

Lo curioso es que la anciana no estaba tan perdida, porque cuando casi le tocaba, le hizo una señita a dos muchachas que evidentemente venían con ella y habían disfrutado todo el pase alejadas junto a un árbol. Y al momento de la cuestión, solo le informó a la parejita: «ellas son mis sobrinas, ¿saben?» ¿Y por qué rayos las sobrinas no habían hecho la cola?

El estilo de la viejita, pero en una variante más burda, lo siguió un muchachón que a esa hora de la mañana debía estar, cuando menos, estudiando, y cuando más, paleando mezcla en la construcción, porque brazos para eso tenía. Se puso delante de una mujer, así, al descaro:

―¡¿Cómo que yo no voy aquí, mi pura?!

―No vas ahí, y yo no soy tu pura.

―Maestro, maestro ―dirigiéndose al de más atrás―, ¿usted no me ha visto a mí aquí hace rato?

El aludido, un señor canoso, como evidentemente no era su maestro ni quería serlo, ni se dio por enterado de que era con él. Pero aun así:

―Usted ve, mi madre, que yo sí voy aquí.

Fin del cuento. De ese cuento, que pudo haber terminado de otra manera, pero la mujer no quería buscarse un problema, explicó; es decir, otro además de la propia cola.

 

etecsa-telepunto-celulares

Decirle cola, fila, o como se quiera, es solo un eufemismo, porque aquello era solo un molote, deforme, angustioso y angustiante, matizado por sudores, olores, malas palabras, empujadera al llegar a la puerta de entrada, y no dudo que hasta algún que otro carterista. La gente se miraba entre sí como solo suelen hacerlo los enemigos jurados.  

Hasta el calor se sentía diferente, torvo, reprendío con alevosía. Y en medio de aquella densa atmósfera fueron llegando y ocupando el primer lugar junto a la puerta, un puesto supuestamente por derecho.

La espera no era por ningún artículo de primera necesidad, tampoco por medicinas o alimentos. Pero aun así, dejaron pasar sin chistar a la primera embarazada que llegó fresquita, recién bañada, después de advertirle al marido: «espérame en la esquina, pipo».

Cuando casi a los quince minutos llegó la segunda barrigona, se escucharon algunas protestas; aunque también pasó. Pero al llegar la tercera, la cola se encrespó como ola de tsunami y a esa sí no la dejaron. Ya era demasiado. Como también parecía serlo la cantidad de personas con bastones y muletas que, casualmente, habían arribado exigiendo pasar sin esperar turno. No creo que fuera falta de humanidad o de piedad, es que allí faltaban tantas cosas.

Por eso, mi amiga decidió que no valía la pena, que otra vez será. Derrotada, comunicó a la persona que iba detrás de nosotras: Mire, nos vamos, se queda atrás del muchacho del short pan verde que va detrás de la señora de la cartera grande, la que tiene los tacones. Esa me dijo que delante de ella van dos más que marcaron y vienen luego, pero, cualquier cosa, guíese por ella.

cola cuba

Como aquello fue «cualquier cosa», y tal vez por el masoquista que todos llevamos dentro, antes de escribir estas líneas intenté buscar el significado de cola. En medio de muchísimas entradas sobre la Coca Cola, sobresalía, por diferente, una:

«Aunque no es nativo de Cuba ha logrado establecerse, desde su introducción, perfectamente en los suelos del territorio, y hoy forma parte de la fauna mastozoológica cubana».

Ñoo, esa misma es, me dije, sobre todo evocando a la fauna mastozoológica (mamíferos) de aquella espera infernal.

Pero no. Al final de la definición, en letras pequeñas aclaraba que se refería a cola blanca, un venado que, por cierto, anda casi en vías de extinción. Y las colas de aquí, lamentablemente y al menos por ahora, no parecen acompañar al venado en su partida.

venado en extincion

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