Faraón al desnudo

Faraón al desnudo
Fecha de publicación: 
11 Noviembre 2014
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Entre los más hermosos poemas cubanos de amor  de todos los tiempos se inscribe  la Carta de amor al rey  Tutankamón, escrito por la eterna Dulce María Loynaz, en 1929, luego de visitar la tumba del joven faraón, en el Valle de los Reyes.

“Por esos ojos tuyos que yo no podría entreabrir con mis besos, daría a quien los quisiera, estos ojos míos ávidos de paisajes, ladrones de tu cielo, amos del sol del mundo.

Daría mis ojos vivos por sentir un minuto tu mirada a través de tres mil novecientos años... Por sentirla ahora sobre mí —como vendría— vagamente aterrada, cuajada del halo pálido de Isis.

Joven Rey Tut-Ank-Amen , muerto a los diecinueve años: déjame decirte estas locuras que acaso nunca te dijo nadie, déjame decírtelas en esta soledad de mi cuarto de hotel, en esta frialdad de las paredes compartidas con extraños, más frías que las paredes de la tumba que no quisiste compartir con nadie.

A ti las digo, Rey adolescente, también quedado para siempre de perfil en su juventud inmóvil, en su gracia cristalizada… Quedado en aquel gesto que prohibía sacrificar palomas inocentes, en el templo del terrible Ammon-Ra”. (fragmento)

tutankamon cubasi Así debió haber sido Tutankamón, el faraón de 19 años, según evidenció una autopsia virtual realizada a su momia mediante más de dos mil escáneres

Y ahora resulta que la ciencia le ha jugado una mala pasada a la poetisa, premio Cervantes. El faraón niño, como también se le conoce, no era tan grácil como ella supuso. Más de dos mil escáneres realizó un equipo de científicos encabezado por el doctor alemán Albert Zink, antropólogo y director del Instituto de Momias y del Hombre de Hielo, en Italia, para determinar mediante una autopsia virtual el verdadero aspecto que tenía aquel joven de 19 años cuando murió, allá en el siglo 14 a.C.

Resultó que el magnífico sarcófago, el oro, y las piedras de valor, guardaban a un Tutankamón que, en vida, mostraba una  maloclusión dentaria conocida popularmente como dientes  de conejo, tenía el pie izquierdo maltrecho (zambo), y sus caderas eran anchas, casi femeninas.

Así lo ha dado a conocer la versión digital del rotativo británico Daily Mail, en un avance del documental Tutankamón: La verdad al descubierto, que a propósito publicará BBC. Las actuales revelaciones sobre el popular faraón egipcio son fruto del examen más minucioso y profundo que se haya realizado a sus restos, asegura el doctor Zink, desde que fueran encontrados en 1922 por el arqueólogo Howard Carter.

Esta investigación, que empleó la más avanzada tecnología, aportó también un análisis genético extendido a la familia del monarca, que permite afirmar que sus progenitores eran hermanos. Ello, no constituía motivo de censura en su tiempo. Incluso, la esposa de Tutankamón, casada con él a los diez años, era su media hermana,  hija del mismo padre.

No obstante lo común de aquella práctica en el antiguo Egipto, es probable, apuntan los científicos, que tal origen incestuoso, causante de sus desequilibrios hormonales,  podría haber condicionado  las  malformaciones mencionadas e incluso su muerte prematura.

El riguroso estudio que ahora ve la luz, parece echar por tierra la especulación de que el deceso de Tutankamón hubiera sido a consecuencia de un accidente en su carruaje, pues con tal discapacidad en la pierna no hubiera sido posible que tomara parte en las entonces habituales carreras de carros. Además,  el centenar de bastones hallados en su tumba para que le ayudaran en su andar por el más allá, confirman asimismo la existencia de una limitación motora incompatible con la conducción de un carromato.

Cierta enfermedad hereditaria, consecuencia de taras familiares que se trasmitían a partir de entrecruzamientos consanguíneos, apunta con más certeza al origen de la muerte.

Un estudio del año 2010, encabezado por el experto en antigüedades egipcias Dr. Zahi Hawass, ya había adelantado -luego de identificar las momias de los padres y dos abuelos del faraón, así como de  analizar muestras de sus ADN- la posibilidad de que los padres de este legendario rey fueran hermanos, pero entonces prevaleció la teoría de que su muerte se debía a las complicaciones derivadas por la fractura de una pierna, agravadas por la malaria.

De todos modos, aunque el faraón niño parece no haber tenido siquiera esos enormes ojos rasgados que le tallaron en su máscara mortuoria, de oro macizo e incrustaciones de lapislázuli, prefiero seguir imaginándolo como Dulce María lo hizo, grácil, tierno, desprotegido, hermoso en el reinado de su soledad, y junto a ella repetir:

“Así te seguiré viendo cuando me vaya lejos, erguido frente a los sacerdotes recelosos, entre una leve fuga de alas blancas…

Nada tendré de ti, más que este sueño, porque todo me eres vedado, prohibido, infinitamente imposible. Para los siglos de los siglos tus dioses te guardaron en vigilia, pendientes de la última hebra de tus cabellos.

Pienso que tus cabellos serían lacios como la lluvia que cae de noche… Y pienso que por tus cabellos, por tus palomas y por tus diecinueve años tan cerca de la muerte, yo hubiera sido lo que ya no seré nunca: un poco de amor.

Pero no me esperaste y te fuiste caminando por el filo de la luna en creciente; no me esperaste y te fuiste hacia la muerte como un niño va a un parque, cargado de los juguetes con que aún no te habías cansado de jugar… Seguido de tu carro de marfil, de tus gacelas temblorosas…

Si las gentes sensatas no se hubieran indignado, yo habría besado uno a uno estos juguetes tuyos, pesados juguetes de oro y plata, extraños juguetes con los que ningún niño de ahora —balompedista, boxeador— sabría ya jugar.

Si las gentes sensatas no se hubieran escandalizado, yo te habría sacado de tu sarcófago de oro, dentro de tres sarcófagos de madera, dentro de un gran sarcófago de granito, te hubiera sacado de tanta siniestra hondura que te vuelve más muerto para mi osado corazón que haces latir… que sólo para ti ha podido latir, ¡oh, Rey dulcísimo!, en esta clara tarde del Egipto —brazo de luz del Nilo.

Si las gentes sensatas no se hubieran encolerizado, yo te habría sacado de tus cinco sarcófagos, te hubiera desatado las ligaduras que oprimían demasiado tu cuerpo endeble y te hubiera envuelto suavemente en mi chal de seda…

Así te hubiera yo recostado sobre mi pecho, como un niño enfermo…Y como a un niño enfermo habría empezado a cantarte la más bella de mis canciones tropicales, el más dulce, el más breve de mis poemas”. (fragmento)

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