El ruido también ensucia

El ruido también ensucia
Fecha de publicación: 
1 Octubre 2014
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Basureros en las esquinas en medio de una situación epidemiológica. Salideros de agua cuyo arreglo escapa, súbitamente, de la competencia de las más disímiles instituciones.

Todo ello, en medio de Campañas Antivectoriales y esfuerzos del Ministerio de Salud Pública para fomentar conciencia respecto a la necesidad de vivir en una ciudad limpia. Lamentable y peligrosa esta contaminación, para colmo, no es la única que se genera y se sufre.

Hablo de un asunto recurrente en periódicos y emisoras de radio. Incluso en la televisión fue tema de una Mesa Redonda, y es argumento de un mensaje de bien público: «Dejemos que Mucho Ruido sea solo el nombre de una serie juvenil». Vallas en calles y avenidas lo aclaran: «El ruido también ensucia».

Convirtamos en laticas de refresco los decibeles generados en un día en La Habana. Ni diez tiraderos al mejor estilo de la telenovela Avenida Brasil nos librarían de tantos desechos.

Feliz quien aún puede comenzar su día con el sonido del despertador, ese que otrora los inocentes calificábamos de ruidillo fastidioso, o con alguna melodía agradable en su teléfono celular. A otros, el claxon de un auto lo tira de la cama a las cinco y media de la mañana y lo peor, ni siquiera es con el clásico «pib-piiiiib», ya suele ser todo un concierto barroco, una imitación de los chiflidos tradicionales cubanos. Ni pensar en las alarmas, pruebas para la entereza del sistema nervioso del barrio.

Y así el ruido se multiplica. La música, después de cierto volumen, pierde todo efecto sublime. Basta con llegar a cualquier esquina favorecida con una parada de varias rutas de ómnibus. Siempre hay bocinas o personas gritando desde un portal, algún bicitaxi o auto convertidos en fieles voceros del cantante de moda, las clásicas discusiones en las colas, el muchacho con uno de esos aparaticos portátiles que convierten al reguetón en una peligrosa onda expansiva. Por cierto, ¿alguien recuerda los audífonos?

Convivir en una ciudad, y sobre todo, convertirla en un espacio armónico, agradable, pasa por respetar los espacios ajenos. Compartir alegrías no implica subir la música y obligar al otro a memorizar canciones discordantes con sus criterios estéticos.

¿Acaso la confluencia de ruidos no conlleva a más desidia? ¿Puede ser una ciudad ruidosa una ciudad limpia? Disminuir el ruido es una cuestión de educación cívica, significa preocuparse por el entorno, por lograr una convivencia agradable, sin basura física ni acústica. Disfrutar la banda sonora de nuestra ciudad sin quedarnos sordos, caminar por sus calles sin tropezar con basura, mirar su mar sin latas… ¿será mucho pedir?

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Comentarios

Cada día hay más inconcientes, sobre la contaminación acústica y el daño que hace a la salud de las personas. Además se autorizan discotecas , en zonas pobladas, sin barreras acústicas, donde el volumen de los audios afectan a los vecinos. Sería bueno, otra mesa redonda sobre el ruido,y más control y exigencia sobre los infractores, tanto con los que dan las licencias, como con los ruidosos.
dmaria47@nauta.cu

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