DE LA TELEVISIÓN: LCB. La otra guerra

DE LA TELEVISIÓN: LCB. La otra guerra
Fecha de publicación: 
20 Febrero 2020
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Ojalá que la factura de LCB. La otra guerra (Cubavisión, sábados 8:30 p.m.) marcara los estándares de la producción dramatizada en la Televisión Cubana. Ojalá, porque a todas luces, no resultó empeño fácil, pero su complejidad ha sido asumida con una profesionalidad y un buen gusto de los que no siempre pueden vanagloriarse las teleseries nacionales.

Probablemente la disponibilidad de recursos haya contribuido; pero queda claro que lo primordial es aprovechar bien esos recursos. Y para eso hace falta talento y control.

Los que creen que la época es compleja, tienen aquí una muestra de que se puede recrear el pasado con creatividad. La clave está en una efectiva dirección de arte, atenta a los detalles. Porque son precisamente los detalles los que redondean una puesta.

Ambientación, fotografía, diseños, iluminación, banda sonora… confluyen en un entramado armónico, en el que ninguno de los apartados opaca al otro.

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Abandonar el relato histórico para centrarse solo en una actualidad de todos modos muy cambiante no puede ser la alternativa de la Televisión Cubana. La época es un desafío, pero hay que asumirlo: las telenovelas y teleseries pueden ofrecer una perspectiva necesaria para el análisis de disímiles contextos, algo imprescindible en estos tiempos.

Hay procesos del devenir nacional insuficientemente abordados por el dramatizado. Y no bastan las teleclases para acercarse a conflictos y resoluciones que pudieran dar claves de algunos de los problemas del presente.

El arte puede animar debates provechosos.

LCB. La otra guerra, cuya segunda temporada concluirá este sábado, ha puesto sobre el tapete pasajes intensos y particularmente polémicos de la historia nacional: la lucha contra las bandas que adversaban a la triunfante Revolución en el Escambray y que se extendió a otras zonas del país.

No es precisamente una serie documental, aunque —es obvio— se partió de una investigación. La ficción abre el espectro de posibilidades: más que la sucesión exacta de acciones, aquí importa el impacto sentimental de esos sucesos.

No es, por lo tanto, un relato imparcial, algo de por sí casi imposible cuando se narra una lidia tan polarizada. Hay un punto de vista, un posicionamiento, una verdad pretendida.

Lo que aleja al producto del didactismo ramplón, de la propaganda cruda, del mero panfleto, es la sensibilidad a la hora de construir los personajes y recrear sus peripecias.

A algunos pudieran parecerles extremos ciertos pasajes, pero, en sentido general, se trata de una visión realista: hubo asesinatos de esa índole en ese lugar, en esa época. El creador tiene el derecho de pulsar las cuerdas que entienda y poner el énfasis donde le interese, siempre y cuando no desvirtúe los hechos.

Sobre la lucha contra bandidos habrá que seguir hablando, habrá que nutrirse de las experiencias de muchos de los que la vivieron, en cualquiera de los bandos… y abandonar la zona de confort que implica toda historia de «buenos» y «malos».

LCB. La otra guerra es un paso en la dirección correcta.

Y más que plausible ha sido que la puesta haya estado a la altura de las demandas de una trama compleja. Y que los personajes, en su gran mayoría, hayan sido defendidos por actores comprometidos, que desafían los arquetipos.

Puede que el equilibrio entre acciones y «decires» se resintiera en algún momento, o que el torrente de peripecias abrumara a algunos espectadores, pero ha sido posible consolidar una construcción dramática que suscribe en buena medida la «historia oficial», la de los libros de textos… y atiende, al mismo tiempo, la historia íntima de muchos cubanos.

Lo ideal sería que cada capítulo motivara el debate.

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