ENCUADRE DOCUMENTAL: Volver a Palestina (+ Tráiler)

ENCUADRE DOCUMENTAL: Volver a Palestina (+ Tráiler)
Fecha de publicación: 
13 Febrero 2020
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Imagen principal: 

Esta simbólica escritura es la esencia del documental Camino a Nahr Al Bared, del realizador español Sebastián Talavera, quien retrata con vertical nitidez el sinuoso escenario de los refugiados palestinos que viven en el Líbano. Una cartografía multiplicada y presente en otras geografías del Medio Oriente, tejido por una suma de verdades, donde habitan vidas congeladas, asentadas en infinitas puertas cerradas que perduran bajo el largo tamiz del interminable compás de espera.

Sebastián y su equipo de realización transitan por escenarios simbólicos que evolucionan bajo la pátina de la desolación, tomados del campo de refugiados de Nahr Al Bared, en el Líbano. Son ruinas que generan nuevos espacios fílmicos, nuevas historias construidas por la lente de una cámara. En ella se revolucionan los diálogos, se actualizan testimonios, se enfatizan gestualidades no fotografiadas por el cine de ficción y que el género documental particulariza.

Si tomamos la metáfora inicial y la sometemos al paralelismo de las crónicas del activista irlandés Michael Birmingham, publicadas bajo el título: ¿Qué sucedió en Nahr Al Bared?, descubriremos similitudes esenciales en los contenidos de ambos textos:

“Algo terrible ha sido cometido contra los residentes de Nahr al Bared, y al pueblo libanés se le ocultan los detalles. Durante las últimas dos semanas, desde que el campo fue parcialmente reabierto a unos pocos de sus residentes, muchos de los que hemos estado allí nos sorprendimos ante la espantosa realidad. Más allá de la masiva destrucción de las casas después de tres meses de bombardeo, han quemado pieza tras pieza, casa tras casa. Fueron quemadas desde adentro. Entre las cenizas en el suelo, están las entrañas de lo que parecen haber sido neumáticos”.

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Y continúa su relato: “Por los muros corre hollín producido por lo que evidentemente debe haber sido algún producto inflamable con el que fueron pulverizados. Habitaciones, casas, tiendas, garajes –todo son ruinas ennegrecidas-, a pesar de no haber sufrido daños por bombas o combates. Fueron quemados deliberadamente por gente que entró y les prendió fuego”.

No es la escenografía el eje creativo de Sebastián Talavera, son los refugiados palestinos que construyen -en complicidad con el autor cinematográfico-, las partituras de historias que nacen desde las entrañas del silencio, de un presente que no se puede desprender de ese pasado abortando nuevas realidades. La tónica del discurso cinematográfico parte de un encuadre fotográfico que cala con acertada agudeza los cimientos de nuestro tiempo.

Los peldaños de su narración se revelan en una dimensión mayor. Discurre desde esa fotografía personalizada, serena, expectante. Dispuesta a desnudar las esencias del dolor y el sin futuro que entraña esa perenne condición de refugiados.

El abanico generacional del trazo fotográfico, no deja al margen ninguna mirada esquiva, un espectro ajeno a cualquier homogeneidad confesional. Toma partes, trozos, sumas de personas y compone un diálogo que surca dos de los objetivos de esta obra audiovisual: romper el muro de silencio impuesto por las “bondades” de los grandes medios de comunicación y dar voz, a los que no la tienen.

En esa diversidad de narraciones sacadas bajo un exquisito trabajo de preparación, se escucha la voz grupal e individual de palestinos que claman por el retorno a su nación. Voces, gestualidades, cuerpos y temperamentos que nada tienen que ver con esa burda mirada de terroristas islamistas o fanáticos del fundamentalismo machacado al uso.

Sebastián es sobrio en cuanto al tempo para el testimonio, nos dibuja otras fisonomías, otras bondades que son esencia y virtud de ese pueblo. Con dosis que no saturan, se aleja de ese vicio que aún persiste en algunas zonas del cine documental testimonial.

Pero la cámara de Camino a Nahr Al Bared, es ese observador que muta en cuadro apretado y en las paradas se toma su tiempo, no irrumpe de manera abrupta. Tan solo vaga buscando desvelar verdades desprovistas de cualquier hojarasca, para llegar a las esencias. Esta afirmación está resuelta por la acertada pluralidad de planos y encuadres que usa para salvar el escollo de las confesiones.

El filme evoluciona con planos cerrados donde afloran los sentimientos, el dolor, el sinsentido; o primeros planos que sintetizan el cúmulo de situaciones que se van generando ante una cámara que está presente y tan solo toma lo que nace desde el silencio para darle flujo a la palabra. Palabras de sustantivas oraciones, huellas reales de historias que nos han querido contar.

Apelar al plano general significa tomar la dimensionalidad del escenario, de ese escenario desmedido, antiguo –no por el tiempo, si no por la fragilidad de sus marcas. Sin alejarse de una estética narrada fotográficamente, esta obra documental tiene la honradez de aportar información desde la mirada de sus protagonistas, incursionando otras aristas sobre la realidad Palestina, sobre el estatus de refugiado perenne.

Por esa necesaria búsqueda del rigor estético, el realizador nos desvela auténticas fotografías de valor periodístico documental. Estas encierran la simbología de la precariedad, la iconográfica de la ausencia de todo valor material que es la parábola del vacío, de una realidad sin futuro.

La música es capital en cualquier obra de arte. En este filme es personaje vital, tejido como un segundo plano; es también la otra lectura donde lo dramatúrgico revela tonos y matices que son imprescindibles escuchar. Son acordes denotados en arte mayor, timbres que traspolan la voz de los refugiados, trazos inminentes, alegorías musicales que no están soterradas por los parajes del silencio.

El trabajo de los compositores Jean Philippe Risse y Rodger Hughes, delata el pulso del dolor ante una ira acumulada. El flujo del desasosiego, el trazo amargo del debate al interior de Nahr Al Bared está inserto, reposando sonidos inquietantes. Son frases de lúdicas estrofas vertidas como páramos que dialogan en complicidad con los actores de este reino de paredes en ruinas. Los autores musicales, no pretenden escenificar a los protagonistas de esta dura realidad. Tan solo parten del hecho de sopesar cada curso dramático, construido desde una triada de difícil curvatura.

Por una parte, el equipo de realización, en particular su director que asume también la magia de la fotografía, construye imágenes que van desde lo periodístico hasta el más puro arte del retrato. En una segunda dimensión, están los actores de este reino, un reino vestido de trampas. Una tercera pieza bien clarificada es el añadido de argumentos que van floreciendo en el trayecto de la obra documental. Estos, en forma de palabras son pruebas materiales dibujadas por la lente, a los que la música les toma el pulso con dosis perdurables para la memoria como una “realidad vivida”.

Al visionar Camino a Nahr Al Bared, somos espectadores de una crónica hecha desde la luz y la sombra. Son esa luz y esa sombra que no solo nos da el entorno material que es el escenario, sino que nos acerca a sucesos distantes, logrando darle materialidad ante nosotros. Participamos de esa luz y esa sombra que construyó Sebastián Talavera.

En esta obra documental hay algo que amerita un valor destacado como puesta fílmica. Sin bien el realizador es cuidadoso en no saturar al filme con los testimonios de los “actores”, dentro del encuadre de su puesta jerarquiza el valor sentimental y testimonial de niños y adolescentes que desde la individualidad y en colectivo suman voces que legitiman el punto de vista del filme. Esta evidencia audiovisual, parte del hecho de la autenticidad que tienen los parlamentos que nos aportan estos singulares personajes ante el lector audiovisual.

Visitar la obra Camino a Nahr Al Bared, es adentrarse con meridiana claridad en la vida de un refugiado palestino, que afronta un dilatado estado de permanencia sin luz para un futuro, sin un camino para el retorno, sin un volver a Palestina.

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