ZAPPING: Regreso al corazón
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Los que le pedían a la telenovela cubana que fuera, ante todo, una telenovela —según la convención más clásica— pueden sentirse satisfechos con Regreso al corazón. En sus capítulos finales el relato apostó por el vértigo: peripecias para resolver entuertos, tensiones llevadas al límite y un claro regodeo en las fórmulas del folletín de toda la vida.
Esa fidelidad a un género tantas veces denostado y, sin embargo, persistentemente vigente, funciona como una declaración de principios. Aquí se asumió sin complejos la emoción intensa, el vaivén constante entre la dicha y la crisis, la exageración noble del melodrama. Y hay un público amplio —muy amplio— que sigue reclamando ese pacto emocional.
La actualización llegó desde el ritmo sostenido de sus 78 capítulos y desde la inclusión de temas en debate social: el reconocimiento de las familias no tradicionales, el desmontaje del machismo patriarcal, el ciberacoso y el bullying, el alzhéimer o la plenitud de derechos de las personas homosexuales. No obstante, en algunos momentos el tratamiento de estos asuntos pareció buscar el impacto inmediato, con el riesgo de rozar la superficialidad.
También pudo sentirse excesivo el despliegue de conflictos. Varias tramas secundarias terminaron eclipsando la línea argumental que se nos presentó como protagónica, y ese desequilibrio lastró en cierta medida la eficacia del relato central.
Con todo, la dirección de actores logró armonizar intérpretes de diversas procedencias y formaciones frente a un texto cargado de escenas intensas. La mayoría respondió con solvencia. Algunos debutantes evidenciaron dificultades, sobre todo en la voz y la dicción, pero son asperezas propias de una primera experiencia, corregibles con el oficio.
Entre los valores formales destacan la fotografía y la iluminación, lejos de soluciones acomodaticias que suelen empobrecer producciones nacionales. Aquí la luz intenta crear atmósferas, modelar estados emocionales y sostener el dramatismo. En contraste, el maquillaje, deudor de ciertos estándares foráneos, resultó en ocasiones demasiado enfático, especialmente en escenas diurnas.
Mención aparte merece la banda sonora: la música no funciona como simple adorno, sino como soporte dramático que acompaña —y a veces subraya— las intenciones del relato. En tiempos complejos, hacer televisión y sostener el dramatizado nacional tiene algo de hazaña y mucho de resistencia cultural.
Persisten prejuicios hacia la telenovela desde posiciones de supuesta superioridad intelectual. Conviene cuestionar concreciones, no el género en sí. Hija del folletín decimonónico, la telenovela conserva sus recursos porque en ellos está su esencia. Regreso al corazón asumió esa raíz sin traumas y, al hacerlo, reivindicó un formato que sigue siendo un espacio simbólico de reconocimiento colectivo. Evitar el anquilosamiento y la banalidad es el reto. Este fue, sin dudas, un buen intento.












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