Sosabravo en sus luminosos 95

Alfredo Sosabravo celebra su cumpleaños 95 en la más luminosa lucidez. Lo hace con la vitalidad creativa que lo ha acompañado durante toda su vida, confirmando que es, sin duda, uno de los más queridos, populares e inquietos artistas cubanos de ahora mismo.

De ahora y desde hace mucho, porque sus inconfundibles figuraciones —esa fiesta de la forma y el color que caracteriza su obra— integran el panorama más selecto y emblemático de las artes visuales cubanas del último medio siglo. Su legado es, al mismo tiempo, un homenaje al gozo de crear y a la belleza de lo cubano, en toda su diversidad y exuberancia.

Un Sosabravo es inconfundible: basta una primera mirada para identificarlo. Desde que el artista definió ese estilo poderoso —una y tantas veces imitado—, ha poblado galerías, museos y espacios con personajes entrañables y sugerentes, que protagonizan verdaderas puestas en escena sobre el lienzo, el papel o la cerámica.

Cada una de sus obras es una historia, una provocación o un juego, ¡las tres cosas a la vez! En su singular geometría se ensamblan metáforas poderosas, más o menos evidentes, siempre en ámbitos oníricos que remiten a las esencias más profundas de la identidad nacional.

No es casual que sus creaciones fascinen tanto a los niños —como si fueran las páginas ilustradas de un libro de cuentos—, aunque detrás de sus formas vibrantes se escondan lecturas mucho menos inocentes.

Alfredo Sosabravo, maestro de varias técnicas y expresiones, sigue siendo un hombre de ánimo y disposición imbatibles. Su estudio continúa siendo un templo de la creación gustosa, y su conversación, una lección de arte y de vida para quien la comparte.

A golpe de talento, empeño y una humildad genuina, ha conquistado un lugar de privilegio en la cultura cubana. Nadie se lo discute, aunque él, seguro de sus credenciales, no pierde tiempo en defender lo que con el trabajo y la bondad se ha ganado.

Hoy, a sus 95 años, Sosabravo mira hacia adelante, pensando —como siempre— en la obra que vendrá.