Coppelia: El sabor de una historia helada

Coppelia: El sabor de una historia helada
Fecha de publicación: 
2 Julio 2019
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Imagen principal: 

Ni siquiera tuvo ceremonia de inauguración. Un buen 4 de junio de 1966 los habaneros, que habían visto trabajar sin descanso durante seis meses en aquella manzana de la Rampa, encontraron abierto el paso a lo que sería considerada una de las heladerías más grandes del mundo.

En el cuadrante delimitado por las calles 23 y 21, y L y K, abría sus puertas la heladería Coppelia, con capacidad para servir a más de mil comensales simultáneamente.

Por aquel entonces, 53 años atrás, todavía era imposible imaginar cuánto de historia, de savia palpitante de ciudad, anegaría esa estructura con forma de araña, debida a la maestría del arquitecto cubano Mario Girona.

Pero la vida fue tejiéndole a Coppelia sus «valores agregados» como lo llamarían hoy. Quizás estos tuvieron su despegue con las frecuentes visitas de aquellos muchachones, con jean, guitarra al hombro y unas ganas inmensas de comerse el mundo, que, sin saberlo, andaban pergeñando entre helados y sueños lo que sería el Movimiento de la Nueva Trova Cubana.

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Poetas como Guillermo Rodríguez, Víctor Casaus, Luis Rogelio Nogueras (Wichy) y Silvio Rodríguez, entre otros, compartían entre helado y helado, poemas de Vallejo, Whitman y Martí, así como creaciones propias. Andaban entonces convencidos de que «La Era está pariendo un corazón».

El propio Silvio ha declarado que en torno al año 1967 «casi todas las noches nos dábamos cita en la heladería Coppelia un grupo de amigos. La hora del encuentro era aproximadamente la medianoche. Allí, en las mesitas al aire libre (las más cercanas a la calle 23), bajo los árboles y las luces ocasionales de los murales lumínicos del Habana Libre, saboreábamos interminables granizados de chocolate bizcochado, intercambiábamos poemas, relatos, canciones.

Era una época de descubrimiento, el mayor de nosotros no tenía más de 23 años y éramos una suerte de ciclones, nos había picado el bicho de la poesía. Descubriendo mediterráneos y echándole el ojo y la garra a cuanto había en el mundo.

Yo en esa época lo único que bebía era helado y leche fría. Me acuerdo de los pelúos, con pantalones muy estrechos, la onda hippie, los hombres con sandalias con medias Rampa arriba, Rampa abajo, algún día escribiré algo sobre toda esta historia».

Coppelia no solo funcionó como Alma Mater para la incipiente Nueva Trova. También figuras gigantescas de la música popular se prepararon a la vera de una copa de helado antes de encaminarse rumbo a sus escenarios.

Ese fue el caso, por ejemplo, del maestro Juan Formell. Antes de dar las buenas noches a quienes disfrutaban en el cabaret Caribe, del hotel Habana Libre, se citaba en la famosa heladería con Juanito Márquez, Carlos Faxas y hasta con Elena Burke para coordinar discos y presentaciones.

Hay quienes aseguran que era a la inversa: que luego de las actuaciones en el cabaret Caribe, donde presentaban la revista Madame pa'cá, era cuando Formell invitaba a la conocida como Señora Sentimiento o Dama del Feelling a degustar los sabrosísimos helados de la Rampa.

Como colofón o preámbulo, no importa; lo indiscutible es que Coppelia estuvo desde sus inicios asociado al acontecer cultural de La Habana y, en general, a la vida de los habaneros y también de los radicados en otras provincias.

Durante largo tiempo, ir a Coppelia se apuntó entre las más habituales salidas de los sábados por la noche para los jóvenes. Pero, en general, la familia cubana encontró en dicha parcela capitalina un buen espacio para el disfrute.

En aquellas primeras décadas de la Revolución, quizás hasta pasados los años 80, quienes ya eran pareja o aspiraban a serlo, no podían ignorar la visita a esos lares. Y tampoco lo hacían los cubanos de otros territorios cuando visitaban la capital. Asegura un habitante de la zona oriental que «Ir a La Habana y no visitar el Capitolio y Coppelia, era ir por gusto».

Donde hoy hay helado

En ese espacio, el corazón de La Rampa, no siempre hubo risas y diversión. Hace 133 años, en febrero de 1886, fue comprada esa parcela por 7 mil pesos y allí se inauguró el hospital Reina Mercedes. Llamado así en honor a la esposa del rey Alfonso XII de España, la cual murió poco después del matrimonio.

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Foto del sitio Arquitectura Cuba

Luego de las segundas nupcias del Rey, la instalación fue rebautizada como Nuestra Señora de las Mercedes. Pero los habaneros optaron por llamarle solo «El Mercedes» a aquel sitio que fue de los primeros centros médico-quirúrgicos del país donde trabajaron renombrados discípulos de Hipócrates.

En 1954 el hospital fe derruido y se puso en venta el terreno. Una compañía constructora norteamericana lo compró por 300 mil pesos con el fin de levantar allí un alto edificio de 500 habitaciones, todavía más alto que el entonces Habana Hilton.

El proyecto abortó con el triunfo revolucionario de 1959. Mas aquella privilegiada parcela venía como anillo al dedo para la llamada Convención del ASTA, a propósito de la cual se fundó allí un parque temático de igual nombre. Recreaba hasta lagos y montañas artificiales e incluía áreas expositivitas.

Terminado el evento turístico que dio a pie al parque, en Cuba se fundó el Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT), y entonces, el Parque del Asta se empezó a nombrar Parque del INIT, el cual luego de un año de funcionamiento devino en Cabaret Nocturnal.

Nace un símbolo frío y sabroso

Cuando el arquitecto Mario Girona se sentó por primera vez ante el pliego virgen de papel alba con la misión de concebir la heladería más grande del mundo, con capacidad para mil comensales, no pudo entonces sopesar la trascendencia de aquella misión encomendada por Fidel Castro y Celia Sánchez Manduley.

La finalidad de la obra, le explicaron, era algo menos bullicioso que un cabaret y destinado a la familia cubana.

Con el paso de tantos años, no queda claro quién decidió bautizar la heladería como Coppelia, pero algunos aseguran que fue la destacada guerrillera Celia Sánchez, quien escogió tal denominación inspirada en el famoso ballet de igual nombre, de las primeras obras incorporadas por Alicia Alonso al repertorio del recién fundado Ballet Nacional de Cuba. Se estrenó en La Habana en 1948.

Para diseñar el Coppelia, Girona tuvo la colaboración de los arquitectos Rita María Grau y Candelario Ajuria. Por su parte los ingenieros Maximiliano Isoba y Gonzalo Paz se encargaron del cálculo estructural de esa magistral obra donde se combinaron elementos prefabricados con otros fraguados in situ.

«Las exigencias de la edificación fueron muy grandes, para la construcción se trabajó 24 horas durante seis meses seguidos. Se utilizó el sistema prefabricado para lograr la repetición de elementos estructurales como vigas y elementos de cubierta. Finalmente se concluyó en el tiempo previsto»-relató el propio arquitecto Girona.

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La impronta del modernismo italiano, junto al sello de otros arquitectos centro y suramericanos puede respirarse la plasticidad que permite el hormigón armado presente en esta obra. Parodiando la figura de una araña, la identifica un gran domo circular central enlazado a otros seis, cubiertos de modernas lucernarias y rodeados por jardines que se integran de forma fluida a ese contexto citadino.

La circulación en torno a los domos fue diseñada de tal modo que de cualquier punto de la manzana se podía acceder a uno de los espacios de la heladería y, de paso, servía de paseo para los visitantes. Era usual ver a parejas de enamoradas enlazados por la cintura recorriendo lentamente, como pisando sobre nubes, aquellos espacios. Una lástima que estas alternativas del paseo a Coppelia hayan quedado eliminadas. Hoy no hay paseo que valga, haces la loca y, cuando te toque, vas a donde el azar y el personal encargado del orden te indiquen sentarte.

 El 4 de junio de 1966 la heladería Coppelia abrió sus puertas a la vida citadina con una carta de sabores de 24 especialidades y 26 sabores. Un facsímil de esa carta primera está contenida en el libro Su majestad el helado, Ediciones Cubanas, de la autoría del profesor Jorge Méndez Rodríguez-Arencibia.

Remodelando historia

Transcurrieron solo 55 días desde que en la prensa apareciera la nota anunciando el cierre temporal de la heladería Coppelia y de la fábrica de helado de igual nombre.

«El objetivo –indicaba el texto periodístico- es hacer mejoras tecnológicas, perfeccionar los procesos de elaboración, y crear las condiciones para la producción definitiva y estable del helado Coppelia».

En consecuencia, muchos resortes se pusieron en tensión para que en menos de dos meses se pudiera fin a una reparación de tamaña envergadura que benefició todas las áreas de la instalación con un costo de tres millones 400 mil pesos.

El martes 25 de junio abrió sus puertas la heladería donde todas las áreas fueron beneficiadas. Como resultado de tanto esfuerzo debajo de estos calores de mil demonios, la mayor heladería de Cuba vio recuperada la señalética, luminarias, muebles y la carpintería de la emblemática torre.

También se fue añadido un salón llamado Cuatro Joyas, de altas prestaciones y en el que se ofrecerán servicios en pesos convertibles.

Cuenta ahora con nuevos equipos de refrigeración y el helado que se vende en todos los espacios del lugar es marca Coppelia.

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Su reapertura, con motivo del inicio de la etapa veraniega y por el aniversario 500 de La Habana, se dio a conocer en la sesión ordinaria de la Asamblea Provincial del Poder Popular ,el domingo 23 de junio en la Universidad de La Habana.

Dio inicio así una nueva etapa en la historia de esta enorme heladería capitalina que además de acoger las mil y una historias allí ocurridas , tejidas por las relaciones interpersonales de cubanos, seguirá siendo también el espacio de otras tantas aún por pergeñar.

Y entre leyenda, anécdota y cuentos de amor y desamor, de sorpresas, lágrimas y contenturas, habrá que tejerle a la heladería recién remozada también historias de mucho cuidado y amor por lo hecho en su favor, que es decir, a favor de todos los cubanos.

Porque al decir del escritor Miguel Barnet en su prólogo a Su majestad el helado, libro ya citado aquí: «Como el coronel Aureliano Buendía no olvidó jamás el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo, así el cubano no olvidaría nunca el día en que por primera vez conoció ese invento prodigioso, mitigador de las insufribles canículas tropicales y alegría suprema del paladar».

Fotos: Sergei Montalvo Aróstegui / Radio rebelde

Coppelia: Vívelo saboreando el verano

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