Comadronas cubanas: añeja puerta a la felicidad de ser madre

Comadronas cubanas: añeja puerta a la felicidad de ser madre
Fecha de publicación: 
12 Mayo 2019
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Imagen principal: 

No era un alma en pena la que atravesaba el lomerío de Bartolomé Masó, en la Sierra Maestra de los años 40, sino Gloria Estrella Bello Beritán, que galopaba sobre su caballo Careto, volando por entre las negruras de la noche para que un alma no pasara más penas. Y sí que las pasaban a veces las mujeres en aquellos partos sin ayuda ni condiciones.

Hace 12 años esta reportera entrevistó a Estrella, una de las pocas comadronas que por entonces podía encontrarse en aquel lomerío. Tenía ella 93 años cuando se decidió a contar ante la grabadora.

Evocar algunas de sus respuestas y anécdotas –publicadas en entrevista para la revista Bohemia- pudiera ser un modo de rendir homenaje a todas aquellas mujeres que, aunque hace muchísimos años dejaron de ser en Cuba ese personaje imprescindible cuando llegaba el momento del parto, sin duda significaron una puerta a la felicidad de ser madre para muchas cubanas.

alt                                                                              Gloria Estrella Bello Beritán    Foto:Bohemia

Incluso, todavía quedan personas en esta Isla nacidas gracias a esas comadronas o parteras anónimas y esforzadas, y no pocas de las niñas que así vieron la luz sobre todo en territorio rural, llevaron el nombre de la partera que las ayudó a nacer.

Una buena parte de los cubanos nacidos antes de 1959 -probablemente más de la cuarta parte de la población de entonces-, vino al mundo de manos de una comadrona como Gloria Estrella, aquella anónima serrana que tanto hizo por la vida y la maternidad.

“Mi padre tenía un primo que era doctor, médico cirujano y partero; por ahí viene la historia” contaba aquella mujer de ojos muy verdes, quien ejerció por más de 30 años el oficio de comadrona. Sin embargo, no fue su medio de subsistencia porque, según relataba, su familia era propietaria de tierras y ganado.

"Yo nunca cobré un parto, cómo iba a cobrarle a esa gente pobre. Llevaba en mi maletín, además de penicilina, estreptomicina, suero, agua oxigenada y algún instrumental, como merienda refresco de fruta, dulce, pan, y en lugar de comérmelo se lo daba a las paridas, a los infelices aquellos”.

Como la escuela le quedaba muy distante de su casa natal en Vega de Jibacoa, la mamá la separó de los estudios en cuarto grado. "Pero después yo tuve un libro que me enseñó mucho de medicina. Y al mudarnos a Manzanillo, viví al lado de unos médicos que me querían mucho. Siempre estaba con ellos oyéndolos conversar y acompañándolos cuando alguna mujer se ponía de parto. Así aprendí el oficio de comadrona.

"Y había diferencias entre comadronas y recogedoras. Las últimas eran para los casos fáciles, cuando el muchacho ya estaba casi afuera y todo venía bien. Pero si aparecían complicaciones, entone enseguida alguien decía, corre a buscar a Estrella.

“Podía ser un parto pelviano, con una placenta previa o que la criatura llevara una circular. Después que salía el muchacho, le pasaba un algodón con alcohol para quitarle el babeo y luego le daba respiración boca a boca”.

Al preguntarle, le fue difícil calcular cuántos serranos había ayudado a venir a la vida, pero aseguraba que sumaban más de un centenar durante las tres décadas que dedicó a esas lides.

Estrella ingresó al mundo ayudada por su propia abuela, Petronila Beritán, recogedora. Entre la fuertes manos de aquella anciana dejó escapar el prime gemido, que escapó entre las hendeduras de las paredes de tabla y fue a retumbar contra las lomas. El hijo de Estrella también nació en la casa, ayudado por una recogedora, allá por el año 1933.

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"Yo había ido donde mi hermano, en El Caney, a saludar a unos médicos amigos que estaban de visita. Me fui a caballo con la barrigota y al llegar, cuando me vieron, anunciaron que quedaba muy poco para el alumbramiento.

“No les puse mucha atención porque según mí cuentas faltaba todavía casi un mes, pero cuando iba pasando el río, ya de vuelta, me dio el primer dolor”.

Ya de parto, Estrella recorrió a lomos de su caballo cerca de dos kilómetros. “Llegué por fin a casa con el muchacho ya casi asomando. Aunque sabía cómo hacer las cosas, sola era muy difícil y mandaron por una recogedora. Le fui indicando cuando hacía falta y con ella parí sin ningún problema. A los tres días ya estaba levantada”.

Luego de aclarar que no creía en las supersticiones y creencias que habitaban el imaginario de aquellos lares, aseguró: “cuando tienes conocimiento y sabes que la vida de un nuevo ser humano está en tus manos, hay que dejar afuera prejuicios, miedos y nervios”.

Al finalizar el diálogo, la anciana aseguraba “Es una lástima, aunque sea feo decirlo, que yo me haya abandonado. De no haber sido así, ahora tuviera mi título de doctora, porque posibilidades tuve después del triunfo de la Revolución. Aunque me enorgullezco de que nunca se me haya muerto ni uno de los niños que ayudé a nacer; para mí es una suerte ver que hoy cuando las mujeres van a dar a luz, dan sus hijos a una luz diferente”.

Un oficio tan añejo como el mundo
                                                                                  

                             "Soy el tercer hijo de los siete de esematrimonio, que nacimos en la

                             habitación de una casa de campo, muy lejos de cualquier hospital, asistidos

                             por la misma partera, una campesina dedicada en cuerpo y alma a

                             su tarea, que solo contaba con sus conocimientos prácticos".*

                                                                                                                         Fidel Castro

                                        

Según la Doctora en Ciencias Históricas María del Carmen Barcia Zequeira, escritora y profesora universitaria, Premio Nacional de Ciencias Sociales en 2003 y Premio Nacional de Historia en 2005, entre otros reconocimientos, el oficio de partera o comadrona como ayuda de una mujer a otra que está pariendo “ha estado presente desde la Edad de Piedra”.

En su artículo Un oficio de mujer: Ser partera, publicado en diciembre último en línea en la revista Criar, de la Universidad de Milán, asegura que las primeras parteras llegaron a Cuba en el siglo XVI procedentes de la Península Ibérica y de África. A finales del siglo XVIII y durante el XIX arribarían otras europeas y americanas. Todos esos saberes se mezclaron junto al conocimiento de las mujeres aruacas que eran parte de la población aborigen.

alt Melba Barata Reyes asegura que su abuela Isidra Tamayo fue la comadrona que recogió a Fidel cuando nació, publicó el sitio web de Radio Angulo.

La profesora Barcia Zequeira refiere que en las casas de criollos de las plantaciones azucareras o cafetaleras hubo esclavas que ejercían como enfermeras y también se ocupaban de los partos.

Merece la pena detenerse en los modos de proceder de aquellas comadronas, apoyadas en una sabiduría ancestral, que describe esta investigadora: “maceraban el abrojo amarillo y se lo daban a comer a las parturientas para que expulsaran la placenta, usaban las semillas de la agalla de costa, para lavados vaginales y para contener las hemorragias, las hojas de álamo para bajar la albúmina, y si la criatura moría en el vientre de la madre hacían un cocimiento con la raíz, corteza, hojas y frutos de la güira criolla y se lo hacían tomar como agua común. A las recién paridas les hacían beber un cocimiento de la raíz y corteza del palo malambo, para evitar complicaciones.

“El cocimiento de romero era acompañado por la oración a San Ramón Nonato con el propósito de facilitar el parto, el de raíz de sagú disminuía los saltos de la criatura en el vientre materno, y la yuba de la sangre era usada para el tratamiento de las hemorragias.”

De acuerdo con la investigadora, la Escuela de Parteras se inauguró en Cuba el 7 de junio de 1828 y su creación estuvo condicionada, entre otras razones por el crecimiento de la población, que presuponía más mujeres en edad fértil, y las medidas que iba tomando el gobierno de la metrópoli para el saneamiento de la sociedad.

También en su fundación influyó la introducción en la Isla, a inicios de 1823, del Reglamento General de Beneficencia Pública, aprobado en España el año anterior. En su artículo 48 establecía que “Pasando el tiempo que el Gobierno crea necesario, después del establecimiento de estas escuelas (de obstetricia) , a ninguna mujer se permitirá ejercer dicho arte en los pueblos sin haber estudiado en ellas, o a lo menos adquirido el titulo correspondiente previo examen”.

Para ingresar a la Escuela de obstetricia era necesario cumplimentar los requisitos establecidos por la metrópoli: tener más de 30 años, ser casadas o viudas y ser blancas. Sin embargo, no siempre se cumplieron tales exigencias.

Luego de tituladas, la estudiosa recuerda que las parteras podían anunciarse en la prensa y también desde sus propias casas con avisos como el siguiente:

“Maria del Carmen Alfonso, habiendo obtenido del Real Protomedicato el título de maestra en el arte de partear, se ofrece a las personas que la necesiten: en la calle de la Obrapia casa no. 30, contigua a la del Sr. D. Tomás Romay”.

No obstante dificultades y sinsabores varios, vale subrayar que las primeras acciones de cubanas relativamente organizadas vinculadas a la medicina fueron precisamente las protagonizadas por las comadronas o parteras.

Según el censo de población de 1943, en la Isla sumaban mil 68 las comadronas, el 55,4% era de piel negra. Ocho años después, el 15 de Julio de 1951, una representación de ellas se personó en la redacción de la revista Bohemia para hacer públicas sus demandas entre las que figuraban la aprobación de una ley de retiro y el designar a comadronas municipales para tender a las campesinas.

alt       Comadronas en la redacción de la revista Bohemia de 1951   Foto: Bohemia

A partir de enero de 1959, con el triunfo de la Revolución, fue institucionalizado el parto así como la atención a embarazadas y bebés. Las comadronas no quedaron desprotegidas, se reconocieron sus años de trabajo de cara a la pensión de la seguridad social.

Con el paso del tiempo, la atención médica integral a la madre y al niño quedó instituida en el conocido como Programa materno infantil del Ministerio de Salud Pública de Cuba. El mismo garantiza a cada embarazada no menos de 17 consultas y 30 exámenes diagnóstico. Cada recién nacido recibe vacunas contra 13 enfermedades y, además, se le realizan pruebas para detectar otros seis padecimientos.

Todo ello ha contribuido a que la tasa de mortalidad infantil en Cuba pueda inscribirse entre las que hoy exhiben países del primer mundo. Esas estadísticas hablan a las claras de la excelencia de dicho programa y de la voluntad del país en su conjunto por proteger el magnífico acto del nacimiento.

Ese acto que con sus tensiones y hermosuras nunca es olvidado por ninguna mujer y que permite celebrar un día como hoy.

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*Tomado de Nuevas Reflexiones del Comandante en Jefe, publicadas en Granma el 15 de mayo de 2007.

Comentarios

Hoy día lamentablemente el parto se ha medicalizado a grandes escalas, deberíamos volver a rescatar esta bonita labor que hacían esas grandes mujeres... el parto es un evento totalmente natural.

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