ICAIC: La semilla y el árbol

ICAIC: La semilla y el árbol
Fecha de publicación: 
24 Marzo 2019
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“Había que comenzar transformando no solo el carácter de un producto —el tipo mismo de películas que realizar—, sino de todo un proceso, el sistema de producción y exhibición de películas tal como operaba en los marcos de la vieja sociedad”.

Así escribió el ensayista, guionista y profesor Ambrosio Fornet a propósito de las misiones de aquel instituto que recién nacía bajo la dirección de Alfredo Guevara. El 24 de marzo de 1959 la Ley 69 daba paso a la creación del ICAIC dejando sentado, como primera ley cultural promulgada en la Cuba revolucionaria, que “el cine es un arte”.

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Alfredo Guevara y Santiago Álvarez.

Ajustadas a esa premisa vieron la luz al año siguiente los dos primeros largometrajes en una sociedad que también se recién fundaba: Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), y Cuba baila, de Julio García Espinosa.

No pocos entendidos han catalogado a la primera década de existencia de la principal productora de cine en Cuba como la más sugestiva y deslumbrante de su historia. En ella vieron la luz, del propio Titón,  filmes como Las doce sillas, La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo, mientras que García Espinosa entregaba Aventuras de Juan Quinquín; Manuela y Lucía eran creadas por Humberto Solás y Manuel Octavio Gómez dejaba para la historia La primera carga al machete.

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Memorias del Subdesarrollo, largometraje de Tomás Gutiérrez Alea (1968).

Todo ello, sin olvidar la obra documental, que igual irradiaba originalidad, hablando con un lenguaje tan propio que se ganó el asombro de más de uno allende los mares.

De aquellos primeros tiempos destaca, además del departamento de dibujos animados surgido en 1960, así como el Noticiero ICAIC Latinoamericano, a cargo de Santiago Álvarez.

En junio del 60 se fundó ese espacio fílmico informativo, con una sistematicidad semanal durante 30 años, hasta 1990. Tanto fue su impacto y excepcionalidad que sus negativos fueron incorporados en junio de 2009 al registro “Memoria del Mundo” de la UNESCO, organización que anunció la incorporación a esta lista de treinta y tres nuevos fondos de archivos y documentos de valor excepcional.

Pero no solo aquellos brillantes noticieros, testimonios incomparables del devenir cubano y del mundo, brillan con luz propia en este aniversario 60. El cine cubano en general ha significado un aporte indiscutible a la cultura cubana, latinoamericana y universal.

Cumple hoy 60 y no pueden dejar de mencionarse, quizás sin el rigor de un estricto orden cronológico pero de la mano de la más sincera y profunda reverencia, a Memorias del subdesarrollo, al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (1967-1977) , a Juan Padrón, a Fresa y Chocolate y La Bella del Alhambra, a la singular cartelística cubana con Eduardo Muñoz Bachs, al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la Cinemateca, los Archivos Fílmicos, la Muestra Joven, la revista Cine Cubano...

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Sucede que el cine cubano, visto bajo el prisma más amplio, ha sido espejo y también acicate de la épica revolucionaria, testimoniando batallas, empeños de gigante, así como burocratismos y sombras varias, siempre desde la más auténtica lealtad.

Hay además que agradecer al ICAIC - principal productor cubano de largometrajes, documentales y animados- la modelación de un espectador también singular, como mismo han sido las creaciones a él dirigidas.

En 1967, Alfredo Guevara ya definía a tal destinatario: “...ese público complejo y activo, crítico y, en su cualidad, también creador, es una aspiración revolucionaria, y por lo tanto el sueño y punto de mira de nuestra revolución en el cine”.

Y ese público fue adiestrándose en apreciar y en demandar productos comunicativos de excelencia, como resultado también de la obra educacional y de la política cultural en su conjunto desplegada por el país.

El Premio Nacional de Cine 2019, Jerónimo Labrada -partícipe en buena medida de la obra del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC- recordó el pasado 22 de marzo en la ceremonia donde recibió tal alto estímulo, que con la creación del ICAIC por primera vez se vio una película hasta a lomos de mulo (en referencia al llamado Cine móvil) y las personas aprendieron a apreciar piezas de alta calidad artística.

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Alfredo Guevara al evocar aquellos orígenes aseguraba: “Se trataba, en fin, de ser o no ser artistas; de entregarse o no a la más profunda y consecuente voluntad creadora, comprometiendo en ello la sustancia misma de la vida...”

Hoy, 60 años después, al pasar revista a la obra toda del ICAIC puede asegurarse que sí, que han sido y serán artistas entregados a esa profunda voluntad creadora involucrando en ella la sustancia misma de sus vidas a partir de un profundo compromiso con este país y su pueblo.

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