Habana 500: Río Almendares bajo la lunada

Habana 500: Río Almendares bajo la lunada
Fecha de publicación: 
27 Marzo 2019
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Si se fuerza la imaginación, podría hasta entreverse al Obispo Enrique Armendáriz remojando su pierna inflamada en aquella rivera del año 1610, límpida, cristalina, que finalmente le curaría la gota.

Pero si se fuerza aún más, retrotrayendo la imagen a los inicios del siglo XVI, puede entonces contemplarse el regadío local y los saltos de agua que le hicieron al río merecer el nombre de La Chorrera.

Y si se tensa aún más la imaginación, llevándola a límites iniciáticos, entonces quizás podría escucharse a los aborígenes de esta tierra refiriéndose al río como Casiguagua, en alusión a aquella mítica madre que prefirió ahogarse junto a sus hijos antes que ser esclavizada por los conquistadores.

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Pero eso era mucho, muchísimo antes de que los españoles le bautizaran como La Chorrera, y también bastante anterior a que le llamaran Almendares, en honor al Obispo que encontró cura gracias a sus aguas.

Hoy sería bastante difícil, por no decir imposible, que alguien recobrara la salud gracias a sus aguas. Pero pensar en La Habana sin su Almendares es suponerla incompleta. No importan sus emanaciones ingratas y que su corriente haya dejado de ser cristalina; de todas formas, es nuestro río.

A orillas de una historia

                                                                           «Y la tierna humildad del Almendares lento,
                                                                            donde la mano se extiende por las colinas
                                                                                  y peina e impulsa con la lunada...»
                                                                                                      Lezama Lima

Para 1858, a la derecha de la desembocadura del río —entonces de igual nombre—, el poblado de La Chorrera era una especie de aldea marítima con una treintena de casitas, la mayoría de guano, la minoría de tablas.

De la presencia en aquella desembocadura de corsarios y piratas para abastecerse de agua dulce quedaban solo cuentos que los más viejos se hacían en anocheceres poblados de zancudos, porque el torreón que allí se levantaba para impedir el avance de tan temidos visitantes había sido derruido en 1762, cuando la toma de La Habana por los ingleses.

Lo que sería mucho después El Vedado, para ese momento era todavía un caserío sobre los acantilados del norte costero y alrededores que no contaba con vecindario fijo, solo peones de las canteras que guardaban allí sus instrumentos y descansaban.

Fue precisamente La Chorrera, en la costa este de la desembocadura del río, el segundo asentamiento de la Villa de San Cristóbal de La Habana.

El gobernador Juan Dávila había pedido el visto bueno a la metrópoli para encauzar el agua de La Chorrera hacia la Villa, y 33 años después, la que se conoció como Zanja Real —con la represa del Husillo— abasteció del vital líquido a la naciente ciudad por más de dos siglos.

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Dicha Zanja Real se construyó entre 1566 y 1592, primero, bajo las órdenes de Francisco de Calona, maestro mayor de la Fortaleza de la Real Fuerza; y luego de 1589 quedó a cargo del ingeniero romano Juan Bautista Antonelli, el mismo que concibiera el Castillo del Morro y el de la Punta junto a su colega y sobrino Cristóbal de Rodas Antonelli.

En total, la Zanja conducía diariamente 70 mil metros del líquido; de ellos, la ciudad recibía unos 20 mil, el resto quedaba en el camino empleado en el riego de los campos adyacentes.

Hasta 1835 la Zanja Real fue el único acueducto que abasteció a la ciudad, y todavía en 1964 era de utilidad para el regadío y para fines industriales, según refiriera el historiador Emilio Roig.

En algún punto de los 45 kilómetros de extensión de este río nacido en las montañas al oeste de Tapaste, el muy afamado inventor Thomas Alva Edison colectó de sus riberas bambú con el que experimentara hasta perfeccionar la lámpara incandescente recién creada.

Fue con el bambú carbonatado que creó un filamento que no se fundía, como ocurría con el metal. El 21 de octubre de 1879 la bombilla incandescente de Edison alcanzó 48 horas seguidas sin apagarse.

Un puente, un amor

El mismo río al que tanto debían los habaneros se volvió un obstáculo a medida que la urbe se desarrollaba, porque dificultaba el tránsito de mercancías y habitantes entre ambas riberas.

Para trasladarse, las personas usaban un inestable puente colgante hecho de cuerdas y tablas que no rebasaban un metro de ancho, en tanto mercancías y carruajes llegaban a la otra orilla en una barcaza.

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Como solución, el primero de diciembre de 1908 comenzó la construcción de un puente de 214 metros de longitud y 13 de ancho, con una doble línea para tranvías. La obra, que demoró cerca de año y medio en concluirse, tuvo un costo de 217 mil 106 pesos con 88 centavos, elevado para la época. Se inauguró el 23 de enero de 1911.

De entonces a la fecha, cuántos habaneros y cubanos en general se han asomado desde ese puente o lo han empleado para cruzar del municipio Playa a Plaza, o viceversa.

Lo cierto es que hasta el pasado viernes 22, Día Mundial del Agua, quien por él se asomó quizás pudo ver a no pocos trabajando por la higienización del río y sus alrededores, como parte del IV Festival del Río Casiguaguas. Se realizó desde el martes 19, con el fin de concientizar a la población sobre lo que aún queda por hacer a favor del Almendares.

El empeño incluyó labores de reforestación y siembra de plantas para evitar los vertederos; trabajaron más allá del Gran Parque Metropolitano de La Habana, donde corren otros afluentes, arroyos y corrientes.

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Un taller de reciclaje, una exposición de artes visuales en la academia San Alejandro, conferencias y performances fueron también acciones dentro de la Jornada, en la que se pasó revista a lo hecho por la cuenca Almendares-Vento.

En verdad, aunque son muchos los pendientes, los brazos no han permanecido cruzados. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en abril de 1996 el arquitecto José Fornés vaticinaba: «El río se muere».

La Fundación de la Naturaleza y el Hombre, presidida entonces por el geógrafo cubano Antonio Núñez Jiménez, centró sus empeños en rescatar la más importante arteria fluvial de La Habana, al igual que lo había hecho antes por el saneamiento de la Bahía de La Habana.

A causa del funcionamiento de industrias sin plantas para tratar sus residuales, altas concentraciones de sosa cáustica, dióxido de titanio, ácido sulfúrico, detergente y materiales de construcción, así como aguas albañales, han contaminado esa corriente.

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El Almendares sigue hoy contaminado, pero su deterioro parece revertirse, a resultas de políticas gubernamentales que han posibilitado estrategias para devolverle su transparencia original.

De todas formas, vale repetir junto a Dulce María Loynaz aquello de «Yo no diré que él sea el más hermoso... ¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!»; y vale, sobre todo, ahora que La Habana se acerca cada vez más a su aniversario 500 y hay que hacerlo todo por ella, lo más grande.

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