«Bailar es conversar sin abrir la boca»

«Bailar es conversar sin abrir la boca»
Fecha de publicación: 
9 Agosto 2012
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Marta Ortega —o Martica, como le dice todo el mundo— es una de las más talentosas bailarinas de Danza Contemporánea de Cuba. Su fuerza interpretativa, la limpieza de su técnica, su carisma indiscutible, la han ubicado en el primer elenco de una compañía de altísimo nivel, referente internacional de la danza cubana.

Es muy joven, pero ya ha bailado en más de una decena de espectáculos de éxito, obras de coreógrafos de fama mundial. En cada una de las piezas hay algo de ella, porque Martica (y casi todos sus compañeros en DCC) son mucho más que simples repetidores de pasos preconcebidos: son creadores, con todas las implicaciones de ese término.

Frente a un vaso de chocolate frío, en una de las cafeterías de La Habana Vieja (la ciudad donde nació y vive), la entrevistamos para Joven y artista.

—¿Cuándo tuviste la certeza de que querías ser bailarina?

—Creo que fue en el círculo infantil. Un día me apunté en un grupo de iniciación en la gimnasia. Cuando mi mamá me vino a buscar por la tarde, la seño se lo dijo. Empecé la gimnasia y tuve algún éxito. Un día, alguien me dijo: «¿quieres bailar ballet?» Y ahí comenzó todo de verdad. Aunque, ahora que me preguntas, creo que nadie me había hecho esa pregunta. Y me parece que sí, que hubo un momento específico, ya en la escuela de ballet. Un día me dieron R (regular) en un examen y yo asumí que tenía que mejorar la calificación. Lo vi como un reto y me dije que iba a llegar a ser bailarina. Me gustan los retos.

—¿Mejoraste la calificación?

—Por supuesto, mira donde estoy ahora.

—¿Y cuándo pasaste del ballet a la danza contemporánea? ¿Lo decidiste tú o lo decidieron por ti?

—Lo decidí yo sola, y no fue fácil. Mi papá puso el grito en el cielo cuando le dije que lo iba a hacer. Me faltaba muy poco para graduarme en ballet. No se calmó hasta que no me gradué de danza en la Escuela Nacional de Arte y le puse el título de oro en la mano.

—¿Resultó gratificante el cambio? ¿Te arrepentiste en algún momento?

—Nunca me arrepentí. Pero sí hubo momentos duros. Un profesor, Astai González (a quien primero odié mucho y después adoré) por poco me bota por mi peso. Me dijo: «estás muy gorda, te dejaré aquí porque una profesora de folclor está interesada en tu presencia, pero si no bajas de peso, el año que viene te expulso». Salí de ahí llorando, pero ni tengo que decirte que bajé de peso.

—¿Y por qué la danza contemporánea?

—Porque en la danza contemporánea te sientes más libre, puedes expresarte con toda franqueza. Yo soy muy conversadora, muy extrovertida. Me la paso hablando con todo el mundo. Pues bien, cuando bailo, puedo conversar sin abrir la boca.

—Pero supongo que no todo sea cuestión de coser y cantar. Habrá obras difíciles…

—Pues claro. ¿Quieres que te ponga un ejemplo concreto? La ecuación, de George Céspedes. Es una excelente coreografía, pero montarla, ensayarla, hacerla es un verdadero dolor de cabeza. Cuando la tienes que bailar todo te asusta, te dan ganas hasta de ir al baño…

—¿Qué prefieres, el montaje o los ensayos?

—Los ensayos. Y sé que la mayoría de mis compañeros no estarán de acuerdo conmigo. A los muchachos les gustan los procesos de montaje de las obras. Claro, uno se siente parte de la coreografía, hace aportes que quizás el coreógrafo tenga en cuenta… Pero si te soy franca, yo prefiero trabajar cuando la obra ya está montada, o cuando ya está muy cerca de su versión final. Es que soy un poco vaga, pero eso no lo pongas…

—Claro que lo pondré.

—Bueno, haz lo que quieras. Eso sí, te digo algo, el momento que más me gusta es el de la representación. El momento en que bailo frente al público. Es único, irrepetible.

—¿Qué sientes antes de que abra el telón? ¿Te pones muy nerviosa?

—No tanto. Estoy tensa, claro, pero no me pongo muy nerviosa. Manejo la tensión concentrándome mucho en lo que tengo que hacer. Mis compañeros dicen que soy muy segura, que me equivoco poco. Lo que pasa es que me lo tomo tan en serio, que me centro en la obra que voy a bailar, la vivo.

—Has escogido una carrera que suele ser bastante corta… ¿Piensas en esa circunstancia?

—Claro, pero en ese sentido soy bastante objetiva. Voy a bailar mientras me sienta bien, mientras tenga las condiciones. No quiero eternizarme sobre el escenario. Pienso en el público: todo el mundo merece ver espectáculos de altura, con bailarines plenos. Yo misma, como público, eso es lo que espero cuando voy a ver algo. En Cuba hacemos una danza muy física, con muchas demandas para los intérpretes (quizás si viviera en Europa, donde se hace una danza más intelectual, pudiera estar más tiempo bailando). Yo voy a bailar mientras me sienta con fuerzas, mientras esté a la altura del entrenamiento que he recibido. Después, ya se verá.

—Tu profesión, lo has dicho, demanda mucho del que la ejerce. Mucha gente piensa que los bailarines solo tienen tiempo para la danza, que la danza marca sus vidas hasta en lo más íntimo. ¿Tienes vida más allá de la danza?

—Por lo menos lo intento. Y de hecho, lo logro. Te diré algo: esa vida más allá de la danza es la que me alimenta. El artista necesita experiencias extra artísticas, que son las que lo nutren. Si no amo, sufro, gozo… ¿qué soy entonces? Los círculos viciosos no llegan a nada.

—Si no fueras bailarina, ¿qué te gustaría ser?

—Fotógrafa. De hecho, estoy incursionando en ese mundo. Me encanta hacer fotos, voy por ahí con mi cámara, fotografiando todo lo que me parece interesante.

De todo lo que haces en la danza, ¿qué es lo que menos te gusta?

—No sé si deba decirlo. Bueno, lo diré: lo que menos me gusta es la clase de ballet. Y fíjate, que sé que es muy importante, que es imprescindible. Pero quizás tantos años dándola en la escuela me ha cansado. Ojalá pudiera pasar sin ella.

—¿Y cuál es tu momento preferido?

—Cuando estoy bailando. Cuando estoy bailando no me importa nada más. Ni siquiera me importa si me aplauden o no. Yo, cuando bailo, me realizo, lo demás es secundario. Una vive una vida llena de responsabilidades, de obligaciones: en la calle, en tu casa, con tus familiares… Pero cuando bailo, soy absolutamente libre. Ese es mi momento, nadie me lo puede quitar. Es maravilloso. Y si con eso haces feliz a alguien más, pues mucho mejor. Pero yo misma ya soy lo suficientemente feliz al hacerlo.

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