Una película para iluminar un símbolo

Una película para iluminar un símbolo
Fecha de publicación: 
12 Febrero 2019
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Esta es una historia trágica, pero había que contarla. Todo el mundo cree que la conoce muy bien, pero hay elementos reveladores. Fue el martirologio de ocho jóvenes, que perfectamente pudieron haber sido como los jóvenes de ahora mismo… Razones suficientes para hacer una película.

Este era un proyecto acariciado por muchos años por Alejandro Gil, un hombre que ahora se muestra felizmente asombrado por la acogida que está teniendo el filme: “La gente la ha recibido con mucha emoción, independientemente de la edad que tenga. Habla de la fuerza de nuestra historia, y de la necesidad de volver a ella”.

—¿Cómo acercarse a un suceso como este sin que parezca una aburrida clase de historia?

—Hay que establecer un diálogo con tus contemporáneos: desde lo humano, un diálogo verosímil, a partir de esos postulados que suscitan los grandes acontecimientos: las certezas, las dudas, los temores… Con Inocencia me di cuenta que el acontecimiento podía narrarse como un cuento, tenía una dramaturgia… y eso me facilitó establecer un “contacto” cinematográfico muy favorable con el suceso. Uno puede acercarse de muchas maneras a un hito de la historia o a una personalidad, pero nunca debe perder de vista los códigos de lenguaje, del cine… que es arte.

«Observando eso, lo que queda es concebir un enfoque: identificar los conflictos, recrear las tramas, para poder ir construyendo una historia que, bajo la responsabilidad del director, pueda aportar un nuevo punto de vista.

«La historia siempre está en movimiento. Y siempre tiene las puertas abiertas para que cualquiera pueda entrar allí a hurgar, a buscar una nueva verdad o a encontrar nuevos asideros que confirmen la verdad generalmente asumida, o incluso, una dimensión simbólica distinta».

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—Se ha dicho que es una película dedicada a los jóvenes…

—Como teníamos la premisa de que esta iba a ser una película sobre todo para jóvenes, protagonizada por jóvenes… concebimos un diálogo formal con esos jóvenes. Por eso comenzamos a mover las estructuras de encuadre, la saturación del color; tratamos de contar con un montaje a partir de las historias paralelas, que tributaran y se enlazaran con cadencia; no perdimos nunca la noción de tiempo a la hora de articular las escenas… en fin, hicimos una labor casi de orfebrería.

«La idea era que fluyeran esas dos horas de película, sin obstáculos, una escena “impulsada” por la necesidad de la otra.

«Si piensas en los jóvenes, hay que darle más libertad a lo gestual. A los actores se les dio la libertad de ser, hasta cierto punto, ellos mismos. Muchos de mis personajes no son muy conocidos, había pocos elementos para apoyarse a la hora de armar una caracterización.

«Algunos actores me preguntaban: ¿cómo es mi personaje? Yo les respondía: “Puede ser perfectamente como tú. Imprímele tu propia fuerza. Le estamos dando por primera vez un rostro a ese personaje”.

«Claro, detrás había una maniobra para otorgarle coherencia a todo eso. Queríamos que cada uno fuera diferente, pero que hubiera una poética que los aunara.

«Evitamos los planos largos, estáticos, de mucha cadencia… esa podía haber sido otra manera de narrar, otro espíritu. Pero no era el nuestro. La estructura que elegimos (contar dos historias paralelamente) nos permitió ese “juego”, esas variaciones.

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«A todo eso habría que sumar la fortaleza misma del guion de Amílcar Salatti, que era un sostén muy sólido. Incluso, presionaba (en el mejor de los sentidos) durante las sesiones de trabajo de mesa.

«Llevar todo eso a imagen en momentos tan difíciles realmente intimidaba. En todos los sentidos.

«Imagínate el escenario: La Habana. Ahora es una ciudad completamente “invadida” por el hombre, si tienes que ambientarla con pocos recursos para que sea La Habana del siglo XIX tienes que arriesgarte. Tratamos de no evitar los planos generales. Quisimos que la película se oxigenara desde sus interiores mayoritarios… pero que esos interiores fueran amplios. Ya que no podíamos “volar” hacia los exteriores, intentamos oxigenar desde los interiores».

—¿Por qué contar esa historia? ¿Por qué contarla ahora?

—En 1992 yo hice un documental sobre el tema y me di cuenta que había mucho por decir. Como para hacer una película. Pero las condiciones no se creaban, pasamos por los años más duros del Período especial. Realmente era casi imposible pensar en una película de esa naturaleza.

«Pero tuvimos la salud, el tiempo y la perseverancia para seguir investigando… y se nos dio la oportunidad de hacerla. Yo creo que se hizo en el momento justo.

«Pienso que hemos saldado una deuda con ese hecho, con esa fecha. Queríamos redimensionar el carácter simbólico de esta historia. Había un desbalance entre la manera en que se asumía la efeméride, año tras año, y el nivel de conocimiento real sobre todas sus peripecias.

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Alejandro Gil durante una presentación del filme. Foto: CubaTv

«Nos pareció importante que la película pusiera luz sobre muchas zonas oscuras de esa trágica historia, que “desempolvara” un poco.

«Yo creo que es una película que va mostrando valores universales, a partir de los valores de muchos de sus personajes. Fermín Valdés, por ejemplo, es la perseverancia, la lealtad; no escuchó las voces que le decían que renunciara… y siguió buscando y buscando, catorce años buscando los cuerpos de sus compañeros… hasta que de alguna manera encontró su verdad.

«Si tenemos necesidad de símbolos, este es un hecho con gran trascendencia para crearlos. La película plantea un reencuentro con la dignidad».

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