DE LA HISTORIA DEPORTIVA: El ring que no abandonó nunca Julito Díaz

DE LA HISTORIA DEPORTIVA: El ring que no abandonó nunca Julito Díaz
Fecha de publicación: 
5 Enero 2019
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Jab, upper, el baile entre las cuerdas. Mañana, se batirá con las pesas, las barras, algunos saltos y carreras que todo eso ayuda a ser más hábil y rápido, fuerte y resistente, aumenta el punch, da rapidez a los reflejos. El púgil, pesista, gimnasta Julio Díaz fortalece el cuerpo y el espíritu.

Esta noche mostrará el avance y la importancia de la preparación física, sin querer lo que ocurrirá pero tampoco sin eludir la respuesta a un agravio. Con un amigo pasea por calles de Mariel. Varios marines yanquis hacen lo que les da la gana y hasta son groseros con las mujeres. De pronto, se viran para los muchachos mencionados y se burlan de ellos con frases y gestos, palabrotas y carcajadas.
Los ofendidos convierten las calles en un cuadrilátero, dan una buena tunda a los ofensores, los hacen huir. Probaron las trompadas de Julito abajo y arriba sobre todo; su uno, dos no se perdió en el aire. Hechos como este, no siempre en el enredo de una pelea callejera porque no era bronquero, le muestran la importancia del entrenamiento cotidiano que realiza. No obstante, abandona el boxeo. Su hermano Paulino me lo contó y con estas líneas comparto la anécdota con ustedes.

En vísperas del Día de las Madres, el joven habla, entre sonrisas, a su progenitora de la sorpresa que piensa darle; ya ha adquirido el obsequio, y lo tiene escondido. Ella le señala el cajón donde él guarda los guantes y otros implementos boxísticos. "Ese sería mi mejor regalo", le dice. El muchacho sabe que quien se dirige, ahora, hacia los quehaceres culinarios, desea que le diga adiós a ese deporte por temor a las lesiones y al profesionalismo que se traga a los practicantes... El domingo señalado, Julito no solo le regala un vestido; también le entrega el cajón y, posteriormente, no sube más nunca a un cuadrilátero.

Paulino refiere en aquella entrevista publicada el 25 de julio de 1987 en El Habanero: “En una ocasión, la familia le insinúa dejar las luchas contra la tiranía: puedes perder la vida, tu mamá sufriría mucho... Responde: “Ese ring sí no lo puedo dejar”.

DEL OLVIDO SALVADOR Y LA BATALLA

Mayo 23 de 1929 nace en Artemisa, el tercer hijo del matrimonio integrado por el barbero Lorenzo Díaz Linares y María González Sánchez, ama de casa; le ponen Julio Santiago. Inscripto el 20 de abril de 1942, omitido el primer nombre. El olvido lo conocimos en enero de 1956, y lo ayudó. La dictadura perseguía a Julio y no a Santiago Díaz: recibió el pasaporte sin dificultad. "Y hacia México, a seguir sobre ese cuadrilátero trascendental para volver a intercambiar golpes con los bandidos”, dijo Paulino.

La situación económica había apretado y debieron mudarse de Colón 46 -hoy 2904- en Artemisa. Cuando Julio viene al mundo, residían en una finca de un hermano del padre cercana a la Puerta de la Güira. El primogénito, Leonel, falleció con diez años de edad. Estaba Nelia. Al decidir, con solo 14 abriles, dejar la escuela para apoyar la economía del hogar, existían dos muchachos más: mi entrevistado y Emilia.

“Su empleo inicial fue en la locería y ferretería La Casa Roja, en República y Zayas; más adelante, cambia para El Recreo y gana estabilidad en El Almacén. El hecho de ser ferretero le permitió ayudar al Movimiento: lo abastecía de parque. Realizada la acción, el Servicio de Inteligencia Militar cayó por casa. Debimos esconder un pomo lleno de balas. Se nos pasó poner a buen recaudo un ejemplar de la Geografía de Núñez Jiménez, recogida por la tiranía por los conceptos progresistas. Nos quitaron el libro”.

Habían regresado a la ciudad. “Residíamos en una morada de madera en la calle 3, entre General Díaz y Martí, junto a la vivienda de quien sería otro héroe: Ciro Redondo. Hablando de estudios, si la pobreza lo obligó demasiado temprano a abandonar las aulas, no pudo evitar sus luchas por la superación: estudiaba Inglés, navegación (por correspondencia), fue alumno nocturno de la escuela de comercio Pitman, lector de buenos escritores, con Martí en la preferencia”.

NUNCA LA OTRA MEJILLA

Afirma: “Era católico sin ser fanático y jamás ponía la otra mejilla. Miembro de la Sociedad Luz y Caballero y de la Juventud Católica, participaba en bailes y diversas actividades recreativas. Atildado al vestir, combinaba bien su modesta ropa; fino, caballeroso, profundo, serio, demostraba la educación recibida en el hogar”. Miembro de la Juventud Ortodoxa, “...alcanzó el escalón más alto de los revolucionarios. Ninguno de sus familiares dominaba los pasos hacia ese ascenso y mucho menos en lo grande que estaban él y sus compañeros. Llegó a ser uno de los ocho cabezas de la célula artemiseña del Movimiento creado por Fidel, ignorábamos su quehacer en reuniones, sus prácticas con armas...”

¡El asalto al cuartel Moncada! Retirada, retorno a la granja Siboney. De allí, a la montaña. Lo acompañan Ciro y Marcos Martí. La finca Las Múcaras. Agotado. Debe recostarse. Café fuerte. Restablecido. Intenta escapar del cerco. Julito, de nuevo en la finca. El dueño, Ricardo Pradas, lo esconde en una cueva y le lleva alimento y agua cotidianamente. Decenas de peripecias; por poco lo capturan y asesinan. Un vecino lo delata. Varios marineros lo detienen. Burla a la parca porque ha pasado algún tiempo y la protesta ante la orgía de crímenes ha aumentado. Lo presentan a la prensa. Para la cárcel de Boniato.

Juicio. Condenado a diez años en el presidio de Isla de Pinos. El pueblo vuelve a presionar: amnistía. Sale el 15 de mayo de 1955. Libres los jóvenes; ellos saben que la patria está detrás de las rejas: regresarán a la batalla.

HASTA SACRIFICÓ EL AMOR

“Andaba sin empleo, temían dárselo, perseguido... Por esa época, por fin, le ofrecen una plaza de inspector de la Westinghouse en Pinar del Río, con salario alto y carro asignado. No aceptó. "Todavía tengo importantes tareas que cumplir". Su último centro: vendedor a domicilio de Electro Sales, en Oficio 204, en la capital. Poco antes del asalto, no quiso dar tristezas a la novia y, con todo preparado, no se casó. En la situación posterior, tampoco lo hizo. Agradable, atractivo, tenía suerte para el amor; prefirió renunciar a este por las misiones que se había trazado. Muy responsable, aunque la quería, precisamente porque la quería, no deseaba causarle dolores a su prometida y rompió el noviazgo”.

Organizan y reviven células del Movimiento que ya tiene nombre: 26 de Julio. Con Ciro y Vero Rosell bregan en ese sentido por territorio villareño. “Lo detienen junto a un grupo por repartir proclamas con texto de Fidel. Tras los barrotes en Guanajay, Pinar del Río, Bauta, el Castillo del Príncipe...” La movilización familiar y de las masas lo arranca de las garras de Jacinto Menocal.

“Tuvo que ocultarse en La Habana. Se reunió con la familia en la clínica La Bondad, Emilia estaba ingresada allí. En Carlos III ocurrió su último encuentro con mamá. La última vez que lo vi fue en el Bolero Bar; comimos pollo, arroz, plátanos maduros, y tomamos cerveza. Estaba alegre, decidido”. Hacia la patria de Juárez, en el vapor Covadonga, el 23 de febrero de 1955.

En carta del 15 de julio de 1956 le hace saber a María que “…el día de mi cumpleaños me hicieron un cake y una comida especial -cubana- en casa de unas amigas. Aquí tengo como cuatro que dicen que ellas también son madres mías y me cuidan como si lo fueran de verdad”. En México, alojado casi todo el tiempo en casa de María Antonia González.

No todo rosas: apresado por la Policía Secreta, el 21 de julio, junto a Cándido González y el mexicano Celaya. En la cárcel de El Pocito. Los golpean y torturan. No los doblegan. Liberados, reincorporados a la lid. El 25 de noviembre, desde el puerto de Tuxpan, ¡la partida!

Sobreviviente del combate de Alegría de Pío, teniente, jefe de una escuadra del pelotón al mando de Raúl Castro, interviene en las acciones de La Plata y Arroyo del Infierno. 28 de mayo de 1957. Un tiro en la cabeza le arranca la vida a los pocos minutos del inicio del ataque al cuartel de El Uvero, junto al Comandante en jefe.

Paulino no olvidó jamás que “Julito era tan firme en sus ideales como tan tierno: a pesar de la pobreza, yo un niño y él en medio de sus líos, se las arreglaba para que el Día de los Reyes o en mi cumpleaños, no me faltara el juguete”.

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