CRÓNICA: Montañas

CRÓNICA: Montañas
Fecha de publicación: 
19 Julio 2012
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Nos fuimos a las montañas ilusionados. Creímos que seríamos bienvenidos y que podríamos confundir nuestros pasos de ciudad y nuestro ritmo extraño con el sonido del río cuando choca contra las piedras y se despeña por el valle o con el viento que baja de la sierra y se arremolina en las crestas de las olas de un mar bravo y caliente. Creímos que venceríamos y que como a conquistadores tardíos, la montaña nos abriría sus puertas y nos confiaría sus secretos, los modos de sujetarla.

Pero la montaña es sabia, siempre lo ha sido. Nos permitió el paso, dejó que nos adentráramos en ella sin pedirle excesivos permisos, con la algarabía del recién llegado, del que se cree poderoso. Y poco a poco fue mostrándonos quién tenía realmente el poder. Y la cuesta se hizo demasiado empinada, el aire se volvió escaso en los pulmones, mirar los acantilados podía ser la perfecta acción suicida, el verde comenzaba a abrumar, el olor a tierra mojada dejó de ser en ese momento una buena sensación. Todos estábamos muy agotados y la montaña continuaba imperturbable, dueña de nuestra voluntad.

Seducir a una montaña puede ser una tarea imposible. Tienes que tener el don, llevarlo en la sangre, hablar su lenguaje, dejar que ella te reconozca y te adopte como a un hijo. En el intento de domeñarla, el resultado más probable es que quedes seducido y exhausto. Ella ha estado ahí demasiados años, ha visto demasiados intrusos, los ha devorado, los ha salvado.

Subir el Pico Turquino puede formar parte de la educación vital de cada cual, a veces es necesario asumir la aventura. Y no solo debes ser bueno poniendo un paso delante del otro, administrando el aliento. Tampoco es imprescindible tener una óptima capacidad física para llegar a su cima lo suficientemente lúcido para disfrutar el ascenso y enfrentar la bajada. Para subir una montaña, cualquiera que esta sea, es indispensable que sepas elegir a los compañeros de viaje. Esa es la clave.

Al final la montaña te prueba y no se deja vencer. Pero antes de irte, de recibir para siempre tu mirada de respeto, te deja saber si hiciste una buena elección, si te rodeaste de la gente necesaria, si fueron la ayuda esperada, si hicieron suyo tu cansancio y no te dejaron abandonar. Ese es su regalo.

La montaña siempre sabe, ha estado ahí demasiado tiempo.

Tomado del blog: http://criaturadeisla.wordpress.com

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