Congo, nada Democrático: Necesidad de cambio

Congo, nada Democrático: Necesidad de cambio
Fecha de publicación: 
24 Octubre 2018
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Nuevos barruntos de guerra en la frontera y nutridas manifestaciones antigubernamentales en las principales ciudades matizan el panorama de hoy en la República Democrática del Congo (RDC), uno de los países con más ricos recursos naturales descubiertos y cuya mayoritaria población vive en la pobreza.

La nación ve en sus límites conflictos bélicos que duran más de dos décadas, por lo que ha necesitado fuerzas especiales de Naciones Unidas para mantener cierta coordinación interna y un ejército fuertemente armado que sirve lamentablemente a proteger los intereses de las transnacionales de capital mayoritariamente norteamericano y europeo que están explotando a la nación.

Atrás quedaron las ínfulas revolucionar de Laurent Kabila, padre del actual presidente, Joseph, quien combatió denodadamente contra dictadores internos y externos y supo encararse a elementos foráneos que intentaron desmembrar a la RDC.

Pero este peligro ha continuado, y mientras el país se empieza a fraccionar, el mandatario sigue retrasando las elecciones.

Los ejércitos privados de algunas compañías y fuerzas regulares de países vecinos han hecho huir a cerca de millón y medio de habitantes de la región de Kasai, mientras se acusa al ejército local de asesinar a unas 3 300 personas en la del Beni.

La situación política no tiene nada que envidiar a la bélica, porque aún está pendiente el acuerdo entre Kabila y los principales partidos de la oposición para garantizar un gobierno de transición y unos comicios que deberían de haberse celebrado en el 2017, luego de suspenderse en noviembre del 2016, por problemas de logística, falta de fondos e inestabilidad en el conjunto del país. La sociedad civil respondió con varias jornadas de manifestaciones y huelgas totales que fueron reprimidas por las fuerzas de seguridad.

El convenio contentaba en parte a la oposición y daba una tregua dentro de la legalidad a Kabila para extender un mandato que después de dos legislaturas debía haber finalizado el 19 de diciembre del año pasado. Pero ese acuerdo, que contó con la mediación de la Iglesia Católica, ha perdido su fundamento, a pesar de las firmas que contiene.

El primer punto, determinar una nueva fecha para los comicios a finales de este año, es la primera promesa incumplida, pues Kabila ya adelantó a principios del 2018 que veía prácticamente imposible celebrar las elecciones, un nuevo jarro de agua fría para una sociedad hastiada de corrupción, con una elevada tasa de desempleo (especialmente entre los jóvenes) y gente desesperada por poder alimentar a sus familias a diario. Todo esto, repito, en uno de los países africanos y del mundo con el subsuelo más rico en minerales, especialmente el coltán, y donde hay más de un millón y medio de millones de personas al borde de la hambruna.

A esta situación de inestabilidad económica se unen unas deficientes instalaciones médicas que no han podido evitar la epidemia de cólera que se extiende por el país y que ha matado a centenares de personas. Los causantes de la rápida propagación del brote son la falta de acceso al agua potable limpia y las malas condiciones de saneamiento en diferentes áreas urbanas, incluida la capital del país, Kinshasa. Según la Organización Mundial de la Salud, de las 26 provincias que hay en la RDC, en 20 está presente el cólera.

Pero el gobierno de Kabila, aferrado en su silla presidencial y alejado de la realidad, permanece impasible ante el derrumbe de su país. A este polvorín social, se le unen los dos conflictos internos que atentan contra la estabilidad del gigante africano, en las ya citadas regiones de Kasai y Beni, donde se denunciaron matanzas en las están implicadas las fuerzas de seguridad de Congo.

Hace meses que el conflicto de la región de Kasai genera cientos de refugiados que huyen a otras zonas del país y vecinas La RDC es el la nación africana que más desplazados internos tiene en todo el continente (unos 3,8 millones), y, al mismo tiempo, acoge a 500 000 refugiados procedentes de Burundi, la República Centroafricana y Sudán del Sur.

El conflicto en Kasai se convierte en una de las mayores crisis de refugiados en el continente junto a las del norte de Nigeria y Sudán del Sur, al tiempo que aumenta el número de exiliados y se descubren fosas comunes de civiles masacrados. Naciones Unidas lleva tiempo tratando de penetrar en este territorio, localizado en el corazón del país, donde la violencia se generalizó después de que las fuerzas de seguridad matasen en agosto de 2016 al líder espiritual de una secta que tomó su nombre, Kamuina Nsapu.

Desde entonces, los seguidores del desaparecido líder han continuado sus enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, convirtiéndose en un blanco fácil donde los machetes no pueden hacer frente a la munición real. En marzo, dos trabajadores de un grupo de investigación de la ONU fueron capturados y enterrados vivos.

Hay mucho más que decir sobre esta cuestión, pero lo cierto es que cuando se cumplen 22 años del inicio de la segunda guerra congolesa, uno de los conflictos más devastadores del siglo XXI, la escalada de tensión en la República Democrática del Congo vuelve a hacer temer un desenlace sangriento.

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