La Demajagua, guía y génesis del proceso revolucionario

La Demajagua, guía y génesis del proceso revolucionario
Fecha de publicación: 
10 Octubre 2018
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Cuentan los historiadores que la víspera del 10 de octubre de 1868, hubo fiesta de tambores en la hacienda del ingenio La Damajagua, donde Carlos Manuel de Céspedes se acostó muy tarde y despertó mucho antes de que amaneciera.

¿Quién sabe cuántas preocupaciones y tristezas, cuántas ilusiones y esperanzas albergaron el corazón de ese hombre extraordinario que colocó el destino de la Patria ante sus propios bienes, riquezas y seguridad familiar?

Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo (Bayamo, 18 de abril de 1819- San Lorenzo, Sierra Maestra, 27 de febrero de 1874) nació en cuna adinerada, y sus propiedades le permitieron vivir en forma opulenta hasta que su espíritu rebelde y libertario lo condujeron a liderar el levantamiento armado contra España, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua. Allí por primera vez se alzó la voz por la liberación de los esclavos.

Ese día, al leer el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones, fechado en Manzanillo, Céspedes declaró:

“Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; no solo no la deja seguridad en sus propiedades, arrogándose la facultad de imponerla tributos y contribuciones a su antojo, sino que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin forma de proceso, por comisiones militares establecidas en plena paz, con mengua del poder civil. La tiene privada del derecho de reunión como no sea bajo la presidencia de un jefe militar; no puede pedir el remedio a sus males, sin que se la trate como rebelde, y no se le concede otro recurso que callar y obedecer”.

En dicho texto, el ya general en jefe expuso las causas y las necesidades de la nación para levantarse en armas, como la única y legítima forma de luchar contra el colonialismo español, que ahogaba todos los derechos de los cubanos y los obligaba a vivir en las peores circunstancias de servilismo.

Y mas adelante sentenció: “(…). Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio”.

Aquella mirada visionaria y humanista despertó en Cuba el sentimiento de independencia, que comenzó por la liberación de sus propios esclavos. Gesto valiente y heroico que solo bastaría para haber quedado en la historia Patria.

Sin embargo, el hombre acaudalado, de posición económica respetable, de cultura y conocimientos vastos, no se quedó únicamente en la palabra. Se incorporó a la lucha, y a partir de entonces tuvo una nómada existencia en los campos insurrectos de Cuba.

Allí, en la manigua, vivió privaciones de todo tipo, sufrimientos físicos y espirituales, desafió peligros, persecuciones, hasta que finalmente abandonado a su suerte, después de un proceso de destitución de su cargo, murió combatiendo solitario frente a las tropas españolas que asaltaron aquel remoto paraje de San Lorenzo para capturarle vivo o muerto.

Sin dudas, esa fue la chispa que despertó los sentimientos independentistas en la Isla, y el comienzo de una guerra que duró cien años y no alcanzó la victoria por disimiles causas, entre ellas la falta de unidad entre los cubanos y también entre los emigrados.

Aún muy joven, Martí no vivió al margen de aquella epopeya. Tal y como ha señalado el Doctor en Ciencias Históricas, Ibrahim Hidalgo Paz, “José Martí no pudo incorporarse al Ejército Libertador en la Guerra de los Diez Años, pero el adolescente se hizo hombre en el combate con las armas de las ideas.

“El desarrollo de la contienda en los campos de Cuba fue para él objeto de estudio, afanado en exaltar la memoria heroica, y en comprender las causas que impidieron el triunfo, no obstante la disposición de hombres y mujeres al sacrificio por la patria, y del talento militar adquirido en el bregar combativo.

“No eludía las contradicciones internas, los enfrentamientos en el seno del proceso revolucionario, lo que da la medida de su información sobre las causas conducentes al final de la contienda, así como la profundidad con que valoraba estas tensiones políticas, confiado en que su estudio podría `enaltecer a los muertos y enseñar algo a los vivos` (J.M.: Epistolario, t. I, p. 125)”.

La Guerra de los Diez Años no exterminó la dominación colonial española, pero aportó experiencias a aquellos que soñaban con la libertad de Cuba y decidieron continuar este empeño. Martí, entre ellos.

Luego vendría la llamada Guerra del 95, la creación del Partido Revolucionario Cubano, los denodados esfuerzos por unir a los emigrados, y un sinfín de acciones para lograr la verdadera independencia, truncada en 1898 con la intervención norteamericana.

Ese quehacer libertario y heroico sirvió de cimiente ya en el siglo XX a los jóvenes cubanos. Con esas ideas y el ejemplo de Céspedes —como iniciador y dignamente catalogado Padre de la Patria, y de Martí, como su más fiel discípulo, llamado Apóstol, con absoluta justeza—, emergió la trascendental figura política de Fidel Castro, quien finalmente luchó y logró alcanzar los ideales independentistas por los cuales sacrificaron y perdieron la vida miles de compatriotas.

Hoy 10 de Octubre se conmemora el aniversario 150 del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en la Demajagua, Manzanillo, y con el ello el inicio de las Guerras de Independencia. De ahí la necesidad de detener una vez más la mirada en aquella velada conmemorativa que allí tuvo lugar, justo al celebrarse el centenario de aquel extraordinario suceso.

En ese sitio venerado de la historia Patria, declarado Monumento Nacional, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, entonces
Primer Secretario del Comité Central del Partido y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, pronunció un magistral discurso — diría de imprescindible lectura para las nuevas generaciones— donde afirmó con absoluta clarividencia: “nuestra Revolución es una Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868”.

En aquellas palabras memorables, Fidel hizo un certero análisis del por qué Céspedes tomó la decisión del alzamiento, y recordó todos y cada uno de los momentos que luego siguieron a la lucha.

“Es incuestionable que Céspedes tuvo la clara idea de que aquel alzamiento no podía esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el largo trámite de una organización perfecta, de un ejército armado, de grandes cantidades de armas, para iniciar la lucha, porque en las condiciones de nuestro país en aquellos instantes resultaba sumamente difícil. Y Céspedes tuvo la decisión”, enfatizó.

El 10 de Octubre del pasado año —cuando en el cementerio de Santa Ifigenia tuvo lugar la inhumación de los restos de Carlos Manuel de Céspedes y de Mariana Grajales, para ser ubicados en el área patrimonial central, cerca del Monumento al Apóstol y de la Piedra monolítica donde reposan los restos del Comandante en Jefe— un acto de verdadera justicia estaba teniendo lugar.

Esa mañana, Eusebio Leal Spengler, Historiador de la ciudad de La Habana, en sus proverbiales palabras no pasó este aniversario por alto.

El próximo año —dijo refiriéndose al actual— se cumplirá el 150 aniversario del 10 de Octubre; el próximo año es de gran celebración para Cuba.

“El llamamiento de la Academia de la Historia, del Instituto de Historia, de la Unión de Historiadores de Cuba, de los maestros cubanos, es solemne en este día: conmemorar dignamente cada acontecimiento, desempolvar cada documento, dar brillo al mármol de las tumbas y de los mausoleos que, como en Santa Ifigenia, heroína del panteón griego y cristiano, aparezca al fondo un bosque de banderas cubanas sobre la tumba de cada mártir, de cada heroína, de cada héroe, que florezcan y crezcan las palmas bellas de Cuba”.

Así será hoy seguramente. El pueblo de Cuba no espera menos.

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En el cementerio de Santa Ifigenia, 10 de Octubre de 2017, momentos en que se inhumaron

los restos del Padre de la Patria. La ceremonia político-militar estuvo presidida por el

General de Ejército Raúl Castro Ruz. 

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Monumento erigido en honor a Carlos Manuel de Céspedes en la Plaza de Armas, en 

La Habana Vieja.

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