UN BALLET, UNA NACIÓN: «Yo quería bailar siempre»

UN BALLET, UNA NACIÓN: «Yo quería bailar siempre»
Fecha de publicación: 
17 Agosto 2018
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Cuando en el 2015 María Elena Llorente recibió el Premio Nacional de Danza, el galardón no solo reconocía la excelencia y la constancia de una carrera, sino el compromiso de una bailarina con su compañía. No se puede escribir la historia del Ballet Nacional de Cuba sin reconocer la presencia fecunda de María Elena Llorente, primero como bailarina, después como maestra, coreógrafa y ensayadora. La entrevistamos en uno de los salones de la compañía que dirige Alicia Alonso.

—¿Qué ha significado hacer carrera en el Ballet Nacional de Cuba?

—Imagínate: ha sido mi vida. Yo comencé en esta compañía en 1962. No había cumplido todavía 16 años. Y he estado todo el tiempo aquí, aquí lo he aprendido todo. Y gracias a eso, he podido trasmitirlo todo a las nuevas generaciones. Para mí es un orgullo pertenecer a esta compañía.

—Ha sido bailarina, maestra, ensayadora, coreógrafa… ¿con cuáles de esos roles se ha sentido mejor?

—Mejor, bailando. Siempre bailando. Pero a enseñar también comencé muy joven. Después me encargué de trasmitir mis conocimientos de lo que había bailado. Hasta que decidí dejar de bailar. Por ley física, no porque quería. Yo quería seguir bailando. Pero llegó el momento en que me centré en la labor que realizo ahora, como maître, montando los ballets grandes… Me encargo de montar coreografías de disímiles estilos, desde el ballet clásico hasta el ballet más moderno.

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—¿Y qué prefería bailar usted?

—A mí lo que me gustaba era bailar. Preferido… la verdad es que no he tenido ninguno. Hay algunos ballets que han marcado mi carrera, por la forma en que los trabajé. La Fille Mal Gardée, que fue lo primero que hice. Fue un rol que, según el público y la crítica, dominaba muy bien. Lo hice a mi manera, lo hice mío. Aunque vi mucho a Alicia bailarlo. Vi a otras bailarinas. Pero aproveché todo eso que vi, y aunque era la misma versión, lo asumí desde mi personalidad.

«¿Qué puedo decirte? ¡Giselle! Es un mito, que te marca siempre. Es el ballet que casi todas las bailarinas ansían hacer. Y mucho más la Giselle de esta compañía, que es una versión que tiene mucha lógica, que está muy bien trabajada. Aquí se trabaja mucho el estilo. No es bailar como quiera. Tiene un estilo específico, y hay que dominarlo: la diferencia entre los dos actos, la parte dramática, después la parte más etérea…

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En La fille mal gardée.

«Son trabajos muy interesantes. Podría hablar también de El río y el bosque. De ese ballet recuerdo la forma en que se trabajó. Fuimos al Conjunto Folclórico. Hicimos la grabación para la música con María Remolá… Uno le toma mucho cariño, un especial cariño a esos ballets.

«Pero la verdad es que a mí me gustaba todo: Lo moderno me gustaba mucho, trabajar con coreógrafos. Eran trabajos muy ricos, porque te permitían hacer aportes a las obras, y uno era testigo de cómo iba naciendo la obra… Todo eso es lo que te va enriqueciendo, lo que te va haciendo grata esta carrera».

—¿Qué cree que haya aportado usted a esta compañía?

 
—Esta compañía ha tenido muy buenos bailarines. He sido primera bailarina aquí, así que supongo que haya aportado una forma de bailar, que tiene que ver mucho con mi prototipo. Yo lo sentía. Éramos varias primeras bailarinas y cada una tenía su manera de decir las cosas, aunque la coreografía fuera la misma. Pero siempre hay diferencias en la personalidad. Quizás ese haya sido mi aporte. Aunque hace años trabajo como maître y ese también ha sido un aporte: contribuir a la formación de los bailarines.

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En El Río y el Bosque.

«No es una cuestión fácil, va mucho más allá de enseñar un paso; tiene que ver con la cultura, con el dominio del estilo, y con la manera de comportarse… Yo solo sé que hay que estudiar mucho, que nunca se puede dejar de estudiar.

«A mí me pasó con Hamlet, que es un ballet al que le tengo mucho respeto. Había poco para montarlo, a mí me dieron el rol de Ofelia. Y el coreógrafo, Iván Tenorio, no tenía todo el tiempo para explicarme los matices de la célebre locura del personaje. Me dijo: improvisa. Fue un reto. Pero poder improvisar tuve que leerme muchas veces la obra, estudiarla al dedillo. Con esa tarea cumplida, el trabajo fluyó mejor. Iván pudo darle forma a varias cosas. Esa fue para mí una experiencia de trabajo diferente».

—Usted compartió buena parte de su carrera con Marta García. Muchas veces compartió escenario con ella, muchas veces las compararon… ¿Qué significó esa cercanía?

—Marta y yo formábamos parte de la misma generación. Estuvimos juntas en muchos momentos. Tanto como bailarinas como en el plano personal. Éramos compañeras de trabajo, pero éramos primero que todo amigas. Fueron muchos años. Recuerdo que cada vez que íbamos a los concursos internacionales nos ayudábamos mucho. Cada vez que una bailaba, la otra estaba en la pata, pendiente de todo, con la toalla en la mano. Siempre fue una relación muy bonita. Salíamos juntas a pasear, hacíamos comidas para las dos familias, una semana en mi casa, la otra en la de ella… Logramos una relación que no siempre en una carrera artística se logra: sin celos, sin competencias, sin dobleces…

 
«La recordaré toda la vida con mucho cariño».

—Usted ha tenido el privilegio de estar al lado de Alicia Alonso durante toda su vida como bailarina, como artista del ballet…

—Tengo el privilegio de haber estado con ella en la compañía, pero también desde antes, desde los ocho años. Yo estaba en la academia Alicia Alonso, desde entonces ya estaba muy ligada a la compañía. Hice pequeños papeles en algunos ballets. La admiraba desde ese momento.

«Después de entrar a la compañía, además de la admiración y el respeto como bailarina, como directora, ya la sentí siempre como una amiga, como una madre. Siempre fue una mujer abierta, siempre dispuesta cada vez que alguna de nosotras le pedía algún consejo, alguna orientación, tanto en el plano artístico como en el personal.

«Estar a su lado ha sido una dicha».

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