No todos los cubanos somos iguales, pero…

No todos los cubanos somos iguales, pero…
Fecha de publicación: 
14 Agosto 2018
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Lo que se afirma en las líneas de arriba quedó demostrado en los tantos comentarios generados por el texto de esta redactora «Oro no parece: ¿plátano es?» publicado en este portal.

Mayoritariamente, los foristas condenaron las conductas reflejadas en el material, suscribiendo desde muy diferentes formas de decir que lo valedero no son las apariencias de las personas, sino sus esencias.

En más de una opinión se reiteraba aquella sabia sentencia martiana de «Mucha tienda, poca alma», como lo hizo la internauta que se identificaba con el nombre de Amanda.

Esta cubana acotaba que «... es triste, muy triste lo que está pasando. Resulta que ya todos no somos iguales, el caso es que la mayoría de los que tienen mucho dinero hoy, no son los que más honradamente trabajan...».

Resulta lamentable, sí, que los de mayor poder adquisitivo no siempre sean quienes más honradamente trabajan, pero no creo que sea triste el que todos no seamos iguales. Igualdad de oportunidades existe, pero que algunos las aprovechen y otros no, es decisión personal de cada quien.

Si Fulanita hoy se dedica a limpiar porque no quiso estudiar más, fue esa la opción que escogió y no debería entristecer a nadie. Eso sí, aprieta el pecho que quien haya estudiado mucho ande hoy limpiando pisos junto a Fulanita porque allí le pagan más que en un puesto afín a su formación profesional.

También hace fruncir el ceño lo que apuntaba Vilma, otra de las foristas: «los jóvenes hoy se acomplejan si no están a la moda y si no tienen celular 3g, 4g,...».

No es justo generalizar, pero no puede ignorarse que las apariencias andan marcando sentimientos y acciones también en una parte de los jóvenes. Y la muchacha no acepta salir con el muchacho que la invita porque él no puede costearle la entrada a una discoteca o porque sus tenis no son de marca.

Pero mientras el Poderoso Caballero que es Don Dinero —al decir de Lope de Vega— anda haciendo estragos, también hay los que deciden no inclinarse ante él rindiéndole pleitesía y hasta vendiéndole el alma.

Conozco de una ascensorista en un edificio multifamiliar que nunca llega tarde a su puesto, es amable y simpática; el elevador que lleva arriba y abajo lo mantiene limpiecito, hasta ambientado con buenos aromas.

Avisa a sus «pasajeros» cuando llega el pollo de la cuota y también si hay vitamina C en la farmacia; saluda a cada uno y sonríe, siempre sonríe, aunque su salario no sea de los más elevados, aunque se ubique incluso por debajo de la media.

Una vez le pregunté a Norma, que así se llama, por qué se comportaba así, y ella, que no es de muchas palabras ni lecturas, se me quedó mirando como si la estuviera embromando porque la respuesta supuestamente era muy obvia: «es que hay que trabajar bien, yo trato a la gente como quiero que me traten a mí».

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