CUBANOS ILUSTRES: Brindis de Salas, el mejor violinista de su tiempo

CUBANOS ILUSTRES: Brindis de Salas, el mejor violinista de su tiempo
Fecha de publicación: 
2 Agosto 2018
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A Claudio José Brindis de Salas lo escucharon tocar reyes y plebeyos... y todos quedaron fascinados por la magia de su violín. Decimos magia y puede parecer metáfora, pero lo cierto es que los que tuvieron el privilegio de disfrutar su arte afirmaron que sus ejecuciones parecían sobrenaturales.

De hecho, en sus mejores tiempos Brindis de Sala era considerado el mejor violinista del mundo; por eso lo llamaron el «Paganini negro». Y el hecho de que fuera negro le añadía un extra a su leyenda: triunfó en un ámbito creado por los blancos, dominado por los blancos. El talento pudo más que el prejuicio.

Era hijo de un violinista y contrabajista, integrante de una orquesta muy popular en los salones habaneros de mitad del siglo XIX. Con él estudio violín desde niño y con diez años ofreció su primer concierto en el Liceo de La Habana. En esa misma función, cuentan, estuvo el mismísimo Ignacio Cervantes. Probablemente haya sido testigo de las potencialidades del joven violinista.

Unos años después, en 1970, recibió por fin una beca para cursar estudios en Europa. Y allí empezó un itinerario extraordinario, nunca antes experimentado por un músico cubano: tocó en las más grandes salas de concierto de entonces, en las grandes capitales de la música: París, Berlín, Londres, Madrid, Milán, Florencia, San Petersburgo, Viena, Caracas, Buenos Aires...

En todas partes triunfó. Las cortes europeas lo distinguieron con grandes condecoraciones. Fue acogido con honores en todas partes... Pero la nostalgia por su tierra natal pudo más. Deprimido, lo dejó todo y regresó a América.

La vida da vueltas inconcebibles: ¿cómo un hombre que cenaba con reyes y que ganó tanto dinero y fama terminó su vida, pobre y olvidado, en Buenos Aires? Allí tuvo que empeñar su Stradivarius, por solo 10 pesos. El 1 de junio de 1911 murió lejos de su patria, y fue enterrado en una fosa común. Años después sus restos fueron trasladados a La Habana, su ciudad natal. Hoy reposan en una de las más bellas salas de concierto de La Habana: la iglesia de San Francisco de Paula.

Ningún lugar mejor para un hombre que fue conocido, con toda justicia, como «El rey de las octavas».

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