Italia, principio y final

Italia, principio y final
Fecha de publicación: 
28 Junio 2012
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Balotelli hizo los goles y posó para la posteridad, pero ante todo, por encima de los personalismos, quedará el primer tiempo, un prodigio de Italia. Allí lució sus galas, que ya van para leyenda en esta Eurocopa. Hizo muchas cosas y todas bien, con una puntualidad demoledora, bajo los designios de Pirlo, Montolivo y Balotelli. Una lección de la vieja dama del fútbol, que llega a la final como una novia al altar: resplandeciente, ilusionada, henchida de vida. Tras seis años de travesía, Prandelli ha guiado a este equipo hacia donde merece la mística de su escudo. Nada menos que una final ante España.

Se movió Italia de la única manera con la que se raya la perfección, esa en la que todo parece sencillo. Al ritmo de Pirlo, un mariscal con mando en plaza, imponente en sus labores de distribución. Se la daba el central y Pirlo encontraba siempre la solución adecuada, casi siempre en alianza con Marchisio o Montolivo. Avances decididos, rotundos, que pronto se tradujeron en peligro. Sobre todo, gracias a Montolivo y sus botas naranjas, como imanes para el balón. Suyo fue el disparo al cuarto de hora y de Cassano el posterior, también defendido por Neuer.

Quería Alemania, aunque sin encontrar modo, más allá de dos despistes de Barzagli. Özil, perfilado en la derecha, quería conversar con Gómez, pero en idiomas distintos. Khedira apretaba por atrás como una bestia de carga y hasta largó una volea que puso en guardia a Buffon. Precisaba de otros engranajes la Mannschaft si quería ver rendido a semejante portero. Como la aportación de Kroos, novedad en el once, lejos de ese nivel con que se enseñoreó en el Bernabéu. O la seguridad de Schweinsteiger, emperrado en regalar balones. Aniquilidas las referencias, ajustadas todas las circunstancias, había llegado la hora de Mario Balotelli en el Estadio Nacional.

Tembló Varsovia con las dos apariciones de SuperMario, primero de cabeza, a servicio de Cassano desde la izquierda. Luego con un desmarque a la espalda de Lahm, leído a la perfección por Montolivo y una coronación a la altura. Casi antes de que el balón retumbara como un trueno en la escuadra ya estaba luciendo torso este 'loco' maravilloso. Esa efigie, el gesto crispado, la intimidatoria cresta apache, dará hoy la vuelta al mundo.

El marcador se ponía de acuerdo con el fútbol y no había agonía en Italia, sino lógico delirio. En la menguada tropa que se acercó a Varsovia y en el banquillo de Prandelli, pendiente de todo, tan activo como sus propios futbolistas. Ni lo más mínimo pareció importarle el cambio de cromos de Löw, que aprovechó el descanso para dar paso a Klose y Reus. El extremo enclenque y el ariete de toda la vida. De alguna manera debía jugársela Alemania, porque el 2-0 pesaba como un fardo.

Fue el propósito tan meritorio como en balde. La ancestral embestida alemana, jaleada desde el fondo por más de 5.000 compatriotas, esperanzados con un tiro de Lahm o el libre directo de zurdas del propio Reus. En vano también los caracoleos de Özil y el trasiego de Podolski ante los centrales. Resistía a pie firme Buffon, bien escoltado en esos trances por unos volantes de lo más solidarios. Y hasta se soltó la melena Italia, con un acercamiento de Balotelli y otro de Cassano, ambos relevados de inmediato. Con todo amarrado atrás, quedó la noche para las contras, con Diamanti, Marchisio, Di Natale y hasta Balzaretti, tan evidentes como fallidas. Faltó esa guinda a la exhibición de la Nazionale. Porque ni siquiera el penalti de Özil, ya en el añadido, puso en cuestión el triunfo con el que Italia puso el reloj en hora. Si siempre tuvo mística, ahora también tiene fútbol. Y con mayúsculas.

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