El secreto de sus cubanos ojos

El secreto de sus cubanos ojos
Fecha de publicación: 
26 Junio 2018
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                                                                              “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”
                                                                                                                 
Antonio Machado

¿Conocerá telepatía?, ¿tendrá poderes paranormales?, ¿su visión será de rayos x?... Esas y muchas más preguntas me hice, así de carretilla y estupefacta, luego de escuchar a aquella señora.

Pasaba junto a mí, como una más entre los tantos caminantes que a esa hora del sábado andaban buscando provisiones para la casa, cuando, desenfadada y amable, me interrogó: ¿dónde consiguió esa calabaza tan buena?

Quedé en una pieza. ¿Cómo aquella doña sabía que yo había comprado una calabaza, y buena por más señas? ¿Me habría estado siguiendo?

Nada de eso. La respuesta estaba en las transparencias de la jabita de nylon, que fácilmente permitía descubrir el naranja gritón de mi calabaza.

Luego del sobresalto inicial caí en la cuenta de que aquella buena señora no había hecho nada diferente a lo que la inmensa mayoría de los cubanos cuando vamos por la calle: posar nuestra mirada, a veces hasta inconscientemente, en las jabas y bultos que los otros llevan.

Usted que lee, trate de recordar cuántas veces le preguntaron, a veces hasta a gritos desde la otra acera, mientras llevaba a casa como trofeo el papel sanitario recién comprado; o cuando iba cargando unos buenos tomates, de esos que no abundan.

Es innegable que la falta de abastecimientos en mercados y placitas, unida a bolsillos menguados y otras carencias, ha hecho de nuestra percepción un radar bien entrenado a la caza de productos necesarios, buenos y no muy caros.

Pero además de esas condicionantes hay otras que nada tienen que ver con tal cotidiano ejercicio de búsqueda y captura, pero que igual condicionan el mirar de los cubanos.

Se asocian con la curiosidad, a veces hasta con mala educación o la imprudencia, pero, sobre todo, creo que con ese desalmidonamiento que nos distingue y puede intuirse detrás de corbatas y afeites, hasta en las situaciones más protocolares. Es algo tan intangible y a la vez tan peculiar e innegable como el aroma del lechón asándose en púa o de la mermelada de guayaba cocinándose en el caldero.

Un amigo nacido en Europa me decía que lo que identifica a las mujeres cubanas es, especialmente, su forma de mirar. Te miran directo a los ojos -comentaba -, sin temor, como si fueran familia tuya y te conocieran de toda la vida. Eso no es común en otras partes del mundo, subrayaba.

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Quizás su apreciación sea un tanto absoluta, pero como los ojos son el espejo del alma, sí parece irrefutable que el alma cubana exhibe un rostro bien singular. Si laborioso, emprendedor, solidario y comunicativo, son algunos de los adjetivos que parecen identificar el carácter de los cubanos, lo que sus ojos dicen no es diferente.

Hablan también de alegría, desenfado y calidez. El mirar y el ver de los ojos en esta latitud caribeña -quizás justamente por estar rodeada de mar, brisas y también de huracanes- se vuelve en oportunidades retozón, tolerante, hablador; como el mango, jugoso, si pudiera endilgársele tal calificativo a una mirada. Aquí la forma de mirar es una extensión también de la sensualidad y la sexualidad de sus habitantes.

Un canadiense radicado en este país antillano no deja de repetir a quien quiera escucharle en su posición de doliente, que “A los hombres cubanos habría que ponerles a todos gafas oscuras para esconderle esa mirada con que enfocan a la mujer. Es como radiografía, y a algunas no les disgusta. El cubano mira, sonríe, vuelve a mirar, y al final te tumba la jeva”. Así comenta, bien aplatanado y no sin cierto resentimiento, este nativo de América del Norte, con más de 10 años viviendo bajo nuestro sol tropical.

Buscando diversidad de anécdotas y opiniones para sazonar estas líneas, pregunté igual a una conocida argentina que repetía su visita a estos lares. Se detuvo a meditar un buen rato, y luego respondió convencida:

“Los cubanos y cubanas tienen una mirada sin miedo, tranquila, confiada. Y no creo que sea solo porque los nativos de esta tierra son de por sí unos valientes, lo llevan en la sangre desde sus ancestros; sino porque el entorno en que viven es también un medio tranquilo, sin esas violencias que abundan en otras partes donde la gente está como esperando a que en cualquier momento le explote al lado una bomba o empiece a disparar una ametralladora desde el comercio de enfrente”.

Efraín, un trabajador por cuenta propia, relojero por más señas, que lleva 45 años de existir sobre esta geografía insular, aunque no contradice a la argentina, agrega matices diferentes: “Es verdad que el miedo no come aquí, ni siquiera en la forma de mirar; pero a veces, si te fijas bien, se siente como una angustia, un corre-corre que está también en el modo en que buscan los ojos. Y eso es porque la gente la pasa difícil para resolver el día a día; arriba de los ojos las cejas se juntan a veces, se engurruñan. Aunque no, miedo sí que no hay, ni en la mirada”.

Gritan tus ojos

Quizás haya algún estudio sobre cómo la literatura del patio ha tratado la mirada de los cubanos, tal vez sobre el modo en que lo han hecho aquí las artes plásticas. De existir, estas indagaciones no parecen encontrarse muy a la mano. No obstante, ahí nos queda una Cecilia Valdés que “... aunque los ojos de la mulata despedían rayos, y no de amor, sino de cólera, quedó completamente subyugado Leonardo, y se olvidó de Isabel”.

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Filme cubano Cecilia Valdés

Igual nos queda el enorme Martí recordando en su poema A Emma que “Si brillan en tu faz tan dulces ojos/ que el alma enamorada se va en ellos, /no los nublen jamás tristes enojos, / que todas las palabras de mis labios, / no son una mirada de tus ojos...”

Guillén nos resumía como “un largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua” mientras que en el cancionero cubano de todos los tiempos permanecerán ilustres piezas dedicadas a ojos de cubanos. Es el caso del emblemático bolero Aquellos ojos verdes.

Con música de Nilo Menéndez y letra del poeta Adolfo Utrera, fue considerado el primer bolero criollo que alcanzara fama internacional, allá por 1929, cuando no pocos suspiraban tarareando “Aquellos ojos verdes/de mirada serena/dejaron en mi alma/eterna sed de amar...”

Muchos calendarios más acá, no por gusto el trovador Silvio Rodríguez clamaba “Ojalá se te acabe la mirada constante” o recordaba que “en estos días no sale el sol, sino tu rostro/ y en el silencio sordo del tiempo gritan tus ojos”.

En la plástica cubana es imposible remitirse a la Gitana tropical de Víctor Manuel sin pasar primero por la aduana de sus ojos oscuros; comunicarían poco las Floras de Portocarrero si desde sus perfiles no hubiera una mirada oteando quién sabe qué lejanías o proximidades de susto, mientras Mendive hace nacer ojos lo mismo en árboles que a humanas rodillas quizás por aquello de “siempre hay un ojo que te ve”.

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Obra de Mendive

Si tu mirada matara

Cuando Isaac Delgado canta “...Si tu mirada matara ahora estaría en el cielo, hay que miedo” es muy probable que para nada esté haciendo alusión a lo que los cubanos han dado en llamar “malos ojos”. Así ha de ser aunque el cantautor implore “No me mires a los ojos/que la fuerza se me escapa/tus pupilas se dilatan/y no puedo alzar mi voz”.

Lo que sí queda por seguro es que más de un nacido en esta Isla confiere importancia y hasta cruza los dedos ante ese mirar que mustia hasta la planta más vivaz y retoñada. No por gusto abunda tanta tirita roja amarrada a los carros, incluidos a los tirados por caballos; y no es como adorno que tanto bebé lleva enganchado en sus ropas el consabido azabache junto a los conocidos Ojitos de Santa Lucía.

Tanto ha calado en el imaginario popular el tal asunto del mal de ojo, que asombraría encontrar guardado como protección y resguardo en numerosos monederos el consabido diente de ajo, la piedrita de cobre o una hojita de vencedor o albahaca.

Tampoco es raro tropezarse en algunas puertas de casa o en la sala de la vivienda con ese ojo que te mira, cruzando espadas con las malas miradas, y a veces acompañado por una lengua atravesada por clavo o espada que es el aviso contra habladurías y chismes.

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Estudiosos como el doctor Dionisio Zaldívar, profesor titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, explican que justo por obra y gracia de la tradición y las costumbres, "la vida demuestra que personas de diversos niveles culturales pueden, independientemente de ello, practicar también determinadas supersticiones". No obstante, el académico acota que mientras se disponga de más herramientas para explicarse los fenómenos del entorno ello puede influir en la reacción que se toma ante los mismos.

Los malos ojos o el conocido como mal de ojo aparecen sólidamente anclados en la cultura popular, inscritos en el apartado de las supersticiones que van trasladándose de abuelos a nietos, a veces casi en juego y sin que medien ciencia o racionalidad.

A propósito, el doctor en Ciencias Filosóficas Miguel Limia David, Académico de Mérito, declaraba hace un puñado de años a esta reportera que le preguntaba por supersticiones: "La conducta humana se puede regular por factores muy simples como la relación entre el miedo y la sensación de seguridad, entre la vergüenza y el honor, la noción de dignidad y la culpa. Son escalas distintas y obedecen a grados diferentes de desarrollo de la actividad psíquica. Ello hace que permanezcan de forma residual las supersticiones en el entorno social contemporáneo.

"Sin embargo –agregaba el entendido-, es cierto también que el ser humano no ve reducida su espiritualidad solo a los elementos racionales, es águila y rana al mismo tiempo, como diría un conocido poeta, pero eso no pasa por ser cubanos sino por la condición de seres humanos. Creo que la superstición es un elemento que forma parte de nuestra cultura como otros tantos, pero no del núcleo caracterizador de nuestra idiosincrasia."

Algo bien distinto a las supersticiones y resguardos es la intención y fuerza de la mirada cubana cuando, sin palabras, se propone reprochar, amenazar o criticar.

Me cuenta un familiar que aunque han pasado décadas, todavía no olvida el modo en que cierta señora lo mirara cuando, estando de visita en su casa, pisó sin querer, entretenido, la pata del perrito que allí vivía.

No hubo daño al animal, pero si la mirada matara, como previene la canción ya citada, mi pariente estaría a estas alturas muerto y enterrado, según comenta mientras me muestra cómo se le erizan todos los pelos del brazo al evocar aquellos ojos perforo cortantes.

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Issac Delgado

Claro que no es lo mismo ver que mirar, aquellos ojos vengadores de la dueña del perrito estaban no solo viendo, sino mirando. Diccionarios y enciclopedias resumen la diferencia acotando que ver alude sobre todo a una capacidad física; para ver únicamente hace falta tener abiertos los ojos, mientras que mirar tiene más relación con un acto deliberado. Por tanto, vemos todo lo que miramos, pero no miramos todo lo que vemos.

De todas formas, no olvidar que “lo esencial es invisible para los ojos. Hay que buscar con el corazón”. Y si ese corazón es cubano, pues la mirada, aunque no se lo proponga, casi siempre hablará más de la cuenta y hasta revelará algún que otro secreto.

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